Presa entre la realidad y el agradecimiento. (Isa Galán) Al otro día bien temprano, la señora Sarah se presentó en la urbanización pidiendo hablar conmigo. Di la orden para que la dejaran ingresar y la espere en el área verde cerca de mi habitación. —¡Mi niña! —dijo en medio del llanto—. Usted es la única que puede ayudarme. Desde que habló ayer mi hijo contigo, empezó a tomar y en toda la noche no durmió llorando, completamente desconsolado. Dice que si no le aceptas prefiere morirse. —Mi rostro ardido en vergüenza lo bajé. Y me costaba muchísimo mirarle a la cara. —Si, en efecto, ayer hablamos. Él me confesó sus sentimientos, y yo también le fui sincera. Pero jamás pensé que mis palabras le llegaran a afectar. —Ahora me sentía mal porque tal vez no medí lo que le dije. —Sabemos que