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1165 Words
Emira se quedó en la oficina de su padre y no fue hasta unos minutos después que su dolida madre se retirara a su habitación que ella se movió. Su padre estaba en la butaca y sus piernas cansadas descansaban en un reposapiés. Ella le quitó la botella de la mesa donde Saul la había acomodado pero para su sorpresa su hija no la estrelló, como acostumbraba. Emira se sentó en la peligrosa mesa de vidrio templado y tomó un largo trago de anís puro desgarrando su garganta y cerrando los ojos. Esto no es nada para lo que se viene, se decía a sí misma, ponte las pilas, Emira o será tu cabeza la que conocerá el suelo. Y esa promesa plasmada en su cerebro tenía que tallarla en su dolido corazón. Limpió su boca con el torso de la mano y le ofreció la botella a su padre quien la miró con el ceño fruncido y se la recibió, más Saul no tomó. Se le quitaron todas las ganas de alcoholizarse al ver a su hija haciéndolo. -¿Sabes lo importante que son ustedes dos para mí?- murmuró en el profundo silencio. Su padre no dijo nada, no era un hombre de muchas palabras y se había acostumbrado a ello-¿Tienes una idea de lo mucho que los amo? -También te amamos, hija- aseguró él con un nudo en la garganta. Emira bufó mientras se estiraba para agarrar la botella desde su lugar. -Lo dudo- afirmó mientras desenroscaba la tapa negra de plástico- Mamá ama la idea de una familia feliz, un hogar…- dijo dando un trago corto con el rostro deformado-Tú…¡Ja! Tu amor se divide entre Achocolatada y mamá. Él negó con la cabeza, enojado con su hija por pensar eso. -Te equivocas, Emira. Su hija soltó una carcajada amarga para luego dar otro trago. Saul intentó quitarle la botella pero su hija era más joven y ágil. Ella se puso de pie y se alejó de él sin apartar el pico de la botella de su boca. -¡Emira!- la regañó y ella lo miró con los ojos brillosos mientras se limpiaba la boca de manera desagradable. Se sentía más y más mareada. Más deshinibida. Sus emociones parecían dormidas y se preguntó si aquello era lo que buscaba sentir su padre con las grandes borracheras que se lanzaba.  Ella salió de la oficina y Saul soltó una maldición. Intentó seguirla pero Emira era rápida aún en aquel estado. En su cabeza sólo se planteaba la situación de la que debía huir y eso la hizo correr hacia los potreros. Escuchaba a su padre acercarse mientras gritaba su nombre pero sabía que tardaría un momento en dar con ella, y con la botella en la mano abrió el portón de madera que mantenía encerrada a su yegua. Sole Mio era su regalo de quince años. Una yegua blanca, salvaje y rápida que tomó tres días para poder domar. Emira acarició rápidamente su cabeza antes de subir en ella sin necesidad de montura alguna. Se tambaleó un poco pero con una exclamación de felicidad se agarró de las cuerdas y Sole Mio empezó a caminar con paso vago para luego acelerar y poco a poco empezar un trote suave. -¡Eh!¡Emira!-giró la cabeza. Su cabello azotaba contra su rostro pero reconocería la voz de su padre en cualquier lugar. Se veía furioso y tenía las manos como jarras-¡Vuelve!- ordenó pero era inutil. Cada vez sonaba y se veía más lejos. Emira volvió la vista al frente y sin miedo atravesó los solitarios y oscuros matorrales hasta llegar al pueblo brillante y poco atestado debido a la hora al que se había acostumbrado más nunca adaptado. En unos diez minutos ambas pisaban el concreto del pueblo.  Desde que Maloani había empezado a ser cada vez más visitado por gente interesada en sus fértiles tierras, la vida nocturna había crecido. Emira no acostumbraba a estar de noche en aquellas calles y es por eso que de pronto se sintió incómoda. Su borrachera se había cortado y ahora sudada y un poco más lúcida, lo agradecía. Bajó de la yegua y tomó las riendas acariciando su rostro en el proceso. La botella la había desechado en algún montón de basura que encontró a su paso y mirando a la gente alegre y sonriente con música de fondo de distintos ambientes de daba cuenta, sorprendida de no haberlo notado antes, que en verdad el progreso había llegado a ese pedacito de cielo que siempre fue tradicionalista. La gente la miraba extraño y poco le importaba su aspecto o el que la viesen llevando a su caballo como si estuviese en otra época. Emira respiraba profundo intentando conseguir lo que deseaba de aquella fugaz visita a Maloani: buscaba la paz que en su rancho no conseguía.  . . . -¿En verdad crees que acepten?- Eduard sonrió contra el teléfono y botó el humo de su habano mientras respondía. -Lo harán- afirmó- Saúl vendería sus riñones por conservar la chocolatera- se rió divertido- Debiste de ver la cara de Eliza cuando escuchó la idea- -¿Y ella? -¿De quién hablas?- frunció el ceño y giró la cabeza sólo para desarmar el gesto mientras barría con la vista el cuerpo exhuberante de una mujer de la vida alegre disponible en el restaurante al que había asistido. Era lo que más le gustaba de aquel bendito pueblo: Maloani tenía no sólo a las mujeres más bellas del Amazonas, sino de Latinoamérica entera. -De Emira, papá. Hablo de ella. -Oh, no sé. No escuché. Lo más probable es que acepte, sino es que quiere que sus padres la deshereden. Aunque dudo que les quede algo con todas las deudas que tienen- se rió maquiavélico recordando la larga conversación que tuvo con el contador de Saúl luego de pagarle unos pocos billetes por información- Esto será pan comido, hijo. Confía en mí. -¿Cómo es ella, papá?- preguntó Jordan con la vista puesta en las estrellas del cielo de Boston. El frío traspasaba su sudadera gruesa y cuando hablaba salía vapor de su boca. -¡Oh, vamos!¿A ti que te importa cómo sea?- dijo fastidiado haciendole señas a la prostituta que le sonreía y quien ahora meneaba sus caderas mientras caminaba hacia él-Es bonita, es hija de Eliza- dijo como si fuese algo obvio. Jordan bufó, ¿Olvidaba su estúpido padre que él nunca conoció al profundo amor de su juventud?-Bien… Te enviaré algunas fotos de ella, ¿Contento? -Complacido- lo corrigió y fue el turno de Eduard para bufar- Buenas noches, papá. -Adiós, Jordan- el hombre mayor colgó mientras le sonreía ampliamente a la jovencita que se sentaba en sus piernas con la esperanza de que se durmiera antes de tener que cogerselo y poder robarle algunos billetes antes de irse de su habitación de hotel-Hola, ángel- la saludó.
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