-Emira, por favor retírate- dijo una nerviosa Eliza pero Saúl la desautorizó con un sonido parecido a un bufido.
-Emira ya está grande, Eli- le recordó y bajó la vista hacia su fuerte pero pequeña primogénita- Hija, ¿Qué es lo que siempre te he enseñado?
-A estar lista para las adversidades con la mente siempre puesta en mis metas- repitió como un loro lo que su padre le había metido en la cabeza a los ocho años cuando la despertaba a las cuatro de la mañana para arañar la tierra y evitar el crecimiento del monte. Saúl sonrió orgulloso y abrió los brazos para que su pequeña copia se acercara a darle un abrazo. A ella no le incomodaba ser afectuosa con sus padres, pero sí la cara de aquel misterioso extranjero y los ojos llorosos de su mamá- ¿Qué estarías dispuesta a hacer por Achocolatada?- preguntó él en un murmullo sobre su oreja y su respuesta fue inmediata.
-Todo- su padre se alejó de ella mirandola con un brillo peculiar en los ojos. El serio hombre miró a su antiguo rival.
-Nos vemos mañana, ¿Te parece?- Eduard asintió con un movimiento elegante y miró a ambas mujeres sonriendo antes de marcharse con paso ligero sin que nadie lo guiara hacia la salida. Saúl no tardó en mirar de nuevo a Emira- Acompáñame a mi oficina.
Ella estaba a punto de seguirlo cuando Eliza empezó a vociferar.
-¡Poco hombre!¡No puedo creer que empujarás a tu hija al precipicio sólo por conservar el orgullo de tu familia!- ambos voltearon a mirarla, Saul dolido, Emira sorprendida de ver aquella actitud hacia su madre quien jamás había escuchado que se faltara el respeto con su pareja-¡Estás tan podrido cómo él, Saúl!- Aquello hirió el orgullo masculino de ese hombre quien miró a su hija mientras las venas de su cuello se ensanchaban.
-Entra- ordenó y hasta para la descontrolada hija fue un tono lo bastante amenazante. Entró a la oficina de su padre pero no se encargó de cerrar la puerta a propósito. Sólo por eso escuchó una oración curiosa salir de la boca de su padre quien seguido a eso entró. En la cabeza de Emira las palabras retumbaban y con ellas su peso "¿Eso te gustaría, no?¿El que él y yo fuésemos iguales? No te engañes, Eli. Yo siempre he sido yo y él siempre ha sido él".
Emira vio a su padre entrar y caminar directo a la botella de anís que parecía estar por la mitad. Con su copita y la botella en mano, el hacendado caminó hacia su silla presidencial, esa vieja de cuero fino que había heredado de su propio padre. Luego de un gran trago que quemó su garganta, miró con algo más de valentía a su hija de ojos iguales a los suyos.
-Ese hombre me propuso un trato- explicó- Trato que nunca pensaría aceptar sin tú consentimiento.
Ella se sorprendió de aquello. Replicó con cara de confusión.
-¿A qué te refieres? Lo que decidas me parece bien, papá. Nunca haz pedido mi opinión para esas cosas- le recordó y su padre asintió mientras llenaba de nuevo su copa.
-Es cierto. Pero esta vez es completamente diferente. Es un trato sumamente especial- parecía distraído mientras acababa la copa de un sorbo. Emira empezaba a frustrarse mientras lo veía abrir la botella de nuevo, se la arrebató de la mano ganándose una mirada de enojo de su padre. Pero la enojada ahí era ella y es por eso que no se acobardaba.
-¿Quieres decirme de qué se trata de una buena vez o me llamaste para que viese cómo te emborrachas de nuevo?
Saúl la miró por varios segundos antes de responderle a la única mujer además de su propia madre y su esposa que era capaz de retarlo y hacerlo sentir un niño regañado.
-El trato que el gringo propone es sobre ti- soltó el aire que parecía no haberse dado cuenta que retenía mientras veía la sorpresa invadir el rostro de su hija- Eduard quiere que te cases con su hijo y, a cambio, nos dará el dinero que necesitamos para material nuevo y saldar las deudas- puso ambas manos sobre el escritorio y miró a su hija desesperado- Emira, está en tus manos el orgullo de los Badell. Achocolatada está en un hilo y eres tú la única que puede o no poner un trampolín debajo para que no se rompa.
-¿Por...Qué?- preguntó en un murmullo-¿Por qué quieren hacer ese… trato?- repitió con un poco más de fuerza y nada de seguridad.
-Eduard siempre quiso una parte de la chocolatera- explicó Saúl desviando la vista hacia un lado para esquivar la mirada de ella- Él trabajó aquí hace muchos años y dice que es su manera de retribuir todo lo que aprendió de la familia y de Achocolatada.
Emira negó con la cabeza aún sin salir de su estupor.
-¿Así sin más?¿Y tú le creíste?
-No me queda de otra, hija. Es la única opción que nos queda- se puso de pie y ella lo imitó mirándolo con miedo, no por él, sino por el futuro aterrador que se dibujaba en su mente- Dilo ahora- estiró la mano y tomó la de su hija que estaba helada y temblando- Dime si te sientes capaz de hacerlo, porque sino… Sino no pasa nada, Emira- él suspiró dolido pero sincero- Algo más se nos ocurrirá. Es más, eso es lo que haremos- se arrepintió de inmediato y se alejó de su hija dándole la espalda para que no se asustara al ver sus lágrimas agruparse en sus ojos- Olvida esto, mija. Tu mamá tiene razón- decía apresurado con una mano rascando su sien. Él no era tonto, sabía lo que haría el hijo de su antiguo rival con su hija, ahí había un peligroso trasfondo y le aterraba exponer a Emira a lo desconocido. Estaba por entrar a sus 48, su mujer le pisaba los pies. Tal vez no fuese joven y quizás si se hubiese dedicado a otra cosa en su vida que no fuese el negocio familiar él podría aventurarse, quizás aún tenía vida por delante. Marcharse a otro pueblo, o a una ciudad…
-Lo haré, papá- se giró confundido. Emira había recobrado la compostura y estaba segura de lo que decía, al menos eso es lo que se decía a sí misma.
-Hija, no..
-Lo haré- repitió con firmeza y las manos en puños a cada lado de su cuerpo-Me casaré con ese hombre. Salvaré la chocolatera.