-Eliza apresuró el paso taconeando en el suelo de madera con sus sandalias altas de diario, la tela de su enterizo floreado brincaba a su alrededor mientras atajaba a Martina, la empleada que llevaba la bandeja con café hacia la oficina de su marido.
-Yo la llevo- dijo sonriendo antes de que la humilde muchacha tocara la puerta-Gracias, Martina, puedes retirarte- dijo quitandole la bandeja de las manos mientras la joven daba la puerta y ella sacudía la cabeza para quitar el cabello de sus ojos y entrar sin detenerse a tocar.
-Es algo mutuo, mi amigo. Por los viejos tiempos- miró hacia los ojos que tanto le habían gustado en su infancia. Hace más de veinte años. Eduard Fox había vuelto al pueblo. ¿Con qué fin?
-Permiso, les traje cafecito- se excusó ella por interrumpir siendo inmediatamente mirada por ambos hombres. Uno de ellos había sido su pasado y el otro era el presente que había escogido para el mejor de los futuros.
-¡La bella Eliza!¿Cómo te trata la vida?- la saludó aquel sonriente tiburón mientras barría los ojos por su cuerpo maduro cuando se acercaba de lado de su marido quien la miraba ceñudo como de costumbre. Y es que Saul no era un hombre menos atractivo que Eduard, era más bien su mal carácter lo que le hacía tan atrayente de alguna manera.
-Digamos que bien para no quejarme- dijo ella sin sonreír mientras entregaba una taza humeante a cada uno-¿Y a ti qué te trae por Maloani?
-La verdad es que me preguntaba lo mismo, gringo- dijo Saul besando la mano de su mujer luego de que le entregase la taza de café. Una seña clara y directa de quién era su dueño ahí.
Eduard sonrió.
-Se les nota el amor- su maldito tonito burlón erizaba la piel de rabia de Saúl-La verdad es que estoy aquí más por la añoranza al lindo pueblo de Maloani- dijo tomando un corto trago del tinto- Bien bueno- halagó mientras tomaba una de las galletas de mantequilla que Eliza sirvió-Este lugar dejó una huella en mí y era tiempo de que volviera por aquí- su inocente sonrisa causaba cierta desconfianza para Eliza quien se cruzó de brazos junto a su esposo que parecía muy divertido con lo dicho por aquel viejo conocido suyo al que jamás llamaría amigo.
-No me digas que viniste a morirte por aquí, gringo. Con tanta plata tú vienes a morir en un lugar como este, ¡Ja! Mira si es raro el mundo.
Eduard sonrió misterioso mientras acababa su bebida caliente.
-Tienes razón, plata de la que te ofrezco a ti- alzó la palma hacia una intrigada Eliza- le he ofrecido a tu marido el negocio más seguro que podría hacer para salvar Achocolatada y se niega el terco, ¿Qué te parece?
-¿Quién dijo que buscábamos salvar la chocolatera?- preguntó ella alzando una ceja mirando a su esposo con la sospecha de que fuese su boca suelta la que pusiese al tanto a aquel hombre de todo.
-En el pueblo la gente comenta, Eliza, tú sabes bien eso- ella intentó esquivar la mirada de ambos mientras recordaba la última vez que fue ella la comidilla de los chismes de aquel maldito pueblo- Sólo vine porque los considero. ¡Realmente lo hago!- sonaba como una oferta pacífica y, que viniese de su parte, era lo que realmente le impactaba a ella- Saul me dio la mano como su padre también hizo, dejandome trabajar en la empresa, enseñandome de negocios- alzó ambas manos- Todo lo que tengo lo aprendí aquí.
-Y es por eso y por nada más que quieres ayudarnos- adivinó ella viendolo asentir-¿Y si la oferta es tan buena por qué Saul se niega?- preguntó ella directamente y fue su esposo quien respondió.
-Porque el trato involucra a Emira- sus fuertes ojos grises miraron a los delicados ojos verde olivo de su mujer quien sorprendida llevaba una mano a su boca sin saber muy bien qué hacer.
Miró a aquel rubio hombre de ojos azul oscuro que le sonreía con malicia tras esa apariencia de adinerado y educado.
-¿Y qué tiene que ver mi hija en todo esto?¿Qué podrías querer tú de una muchachita como ella?- lo miró molesta y él se rió alzando ambas manos en son de paz.
-No vayan a creer que la quiero para mi. No, señor- se rió- No soy de los que buscan una copia cuando no tienen a la original- Eliza se sonrojó y Saúl lo miró enojado.
-¿Y entonces, gringo?¿Cómo es la vuelta si no es esa?
-Fácil y sencillo. Mi hijo Jordan- dijo cruzando las piernas gracilmente- Si su hija se casa con mi hijo, nuestras familias estrecharan su unión y Achocolatada se salvará- se encogió de hombros restandole importancia mientras Eliza lo miraba asombrada de que tuviese un hijo. Pero ¿Qué podía esperar? Disimulo su estupor con rabia.
-Es imposible que creas que sería capaz de casar a mi hija con...Con… Un hijo tuyo- dijo despectivamente más se detuvo cuando sintió la mano de su esposo sobre la suya-¿Qué?¿No me digas que estas pensandolo, Saul, por Dios?- preguntó aterrada y su marido se puso de pie.
-Mi Eli, por favor. Espera afuera, ¿Te parece?- pidió él con amabilidad sabiendo que su mujer no haría más que alterarse y es por eso que la detuvo antes de hablar poniendo la mano sobre su hombro- Afuera, Eli. Por favor- insistió sin más mientras su mujer miraba con rabia a quien una vez la hizo feliz y se sacudía ofendida la mano de su querido esposo de encima mientras salía de ahí con el orgullo herido y el corazón de madre desbocado.
-¿Mamá?¿Qué hace ahí?- soltó el humo echando una maldición mientras se apresuraba a apagar la colilla del cigarro que fumaba a escondida-¿Estás fumando?Sabes bien que te hace daño- le reclamo Emira con las manos sobre las caderas y el ceño fruncido-¿Estás bien?¿Qué pasó?
-Emira, tienes que irte del pueblo. Maloani no es seguro para ti ahora mismo- Emira la miraba asustada mientras su madre sostenía sus manos con desespero y los ojos llorosos-Tienes que irte ya, mija.
-¿Pero por qué, mamá?¿Por qué quieres que me vaya ahora cuando siempre te haz negado a que me aparte de ustedes?- ella negaba con la cabeza mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
-Debes irte, Emira. Antes de que--
-¿Emira?- ella giró al escuchar la voz de su padre acercarse. Iba a caminar hacia él pero su mamá no lo permitió sosteniendola con fuerza-¡Emira!-
-Mamá, ya vengo, deja ver que--
-No, hija. Por favor, no vayas-suplicó Eliza y eso hizo que su hija, en lugar de miedo, sintiera curiosidad. Emira se escapó de su agarre y fue hacia la oficina de su papá donde vio en la puerta a su progenitor estrechando la mano de un elegante sujeto bien vestido.
-¿Me llamó, papá?- preguntó ella un tanto apenada por interrumpir a quien fuese que estuviese hablando tan gratamente con su padre. Ambos hombres la miraron. El desconocido parecía tener la edad de sus padres, un aspecto prolijo y de hombre con dinero. Debía ser algún empresario pero ¿Qué haría un hombre así en su casa reunido con su padre? Sus ojos eran llamativos y se veían peligrosos como toda la vibra que emanaba con esa sonrisa pintada de inocente que usaba
-Sí, hija, ven.
Se acercó a su papá mirando al extraño con desconfianza. Saúl estrechó los hombros de su hija que lo miró sin entender de qué se trataba.
-Emira… Los rumores eran ciertos- dijo el hombre estirando la mano hacia ella. Emira lo imitó mirandolo confundida mientras besaba el dorso de la misma- Eres toda una hermosura, completamente divina- la halagó y en lugar de enfadarse, Emira se sintió incómoda, percibió un peligro inminente tras aquel sujeto mientras detrás de él veía a su madre acercarse.
-¿Y usted quién es?- preguntó ella sin dudar, el hombre le sonrió ampliamente.
-Mi nombre es Eduard Fox y soy… Viejo amigo de tus padres- dijo soltando su mano. Saúl recibió la mirada confundida de su hija quien dudaba completamente de la palabra de ese sujeto. Ella conocía a todas las amistades de sus padres desde niña. Quien quiera que fuese ese señor Fox estaba segura de que no era alguien querido, en especial por su llorosa madre que no hizo más que mirarlo enojada mientras se acercaba a su única hija.