La silueta de Sally se perdió entre los hombres que la escoltaban, dejando tras de sí una estela de tensión casi palpable en el aire. Absalón, como una bestia despertando de su letargo, se levantó de su asiento con la ira emanando por cada fibra de su ser. El ardor de la cachetada aún pulsaba en su mejilla como un recordatorio de que tenía que vengarse de esa mujer.
Sus largas zancadas, medidas y elegantes a pesar de su furia, resonaban sobre el suelo. Cada movimiento de su cuerpo de casi dos metros destilaba una combinación paradójica de elegancia letal y sensualidad salvaje, como un felino al acecho, contrastando violentamente con el huracán de emociones que rugía en su interior.
―Debes averiguar todo acerca de esa maldita zorra ―las palabras emergieron de entre sus dientes apretados como un gruñido bestial, cargadas de una promesa de venganza.
―Claro que sí, señor ―respondió Leví, el gemelo serbio de semblante perpetuamente serio, calculando con precisión militar la distancia prudente que debía mantener de su jefe enfurecido.
El vestíbulo del hotel, normalmente un espacio de lujo y refinamiento, pareció encogerse ante la presencia imponente de Absalón. Su figura alta y amenazante alteraba el ambiente del lugar como una tormenta eléctrica en cielo despejado. Los escasos huéspedes que osaban permanecer despiertos a esas horas de la madrugada se apartaban instintivamente de su camino, con sus rostros reflejando un terror primordial. Leví lo seguía como una extensión de su sombra, con su presencia tan silenciosa como efectiva, y sus ojos alertas escaneando constantemente el entorno.
Al llegar al ascensor, las puertas doradas se deslizaron abriéndose ante ellos y al entrar, en aquel espacio lujoso decorado con espejos vio la imagen del hombre enfurecido y la marca rojiza que estaba en su mejilla blanca, la cual ya comenzaba a difuminarse. Pero la humillación ardía en su interior con la intensidad de mil infiernos. Sus ojos azules, ahora oscurecidos por una ira gelida, miraron a su subalterno. Leví, interpretando la ira de su jefe, como si leyera un libro abierto, extrajo su teléfono con movimientos fluidos y comenzó a teclear con eficiencia profesional.
―Sí señor, ya voy a contactar al grupo B para que averigüen todo ―informó mientras sus dedos volaban sobre la pantalla durante el ascenso―. Les diré que investiguen todo sobre ella y también sobre su conexión con el grupo de hombres. Tengo la certeza de que hemos hecho negocios con ellos anteriormente.
Un suspiro pesado escapó de los labios de Absalón mientras asentía levemente, con su mandíbula aún tensa como acero templado. El recuerdo de la bofetada palpitaba en su memoria, no por el insignificante dolor físico, sino por la inconcebible audacia de aquella diminuta mujer. En sus treinta y siete años de existencia, veinte de ellos dedicados a forjar su imperio en el crimen organizado y cinco empleados en arrebatarle ese mismo imperio a su padre desde las sombras, jamás nadie se había atrevido a desafiarlo de manera tan directa y pública. Ni siquiera su propio padre, con todo su poder, osaba golpearlo frente a otros.
―Es que me las va a pagar―murmuró él entredientes.
Seguidamente, el ascensor anunció su llegada al último piso con un discreto tintineo, donde la suite presidencial aguardaba a su ocupante. Al aproximarse a la puerta, encontraron a Franko, el otro gemelo serbio, quien esperaba en postura servicial, con sus manos entrelazadas al frente en un gesto que denotaba absoluta lealtad y sumisión. Los ojos azules de Absalón se clavaron en él con la intensidad de un láser.
―¿Está todo listo? ―inquirió con voz controlada, aunque cargada de autoridad.
―Sí señor, y ellas ya están preparadas, están sin ropa ―confirmó Franko, manteniendo un tono profesional que ocultaba cualquier emoción.
―¿Están... las cámaras y todo?
―Sí señor, y su licor especial está en el minibar.
Los gemelos intercambiaron una mirada conocedora: era de dominio privado que su jefe tenía una peculiar afición por documentar meticulosamente todos sus encuentros se.xuales para luego revisarlos en soledad. Era más que un simple hobby; representaba otra forma de ejercer su control absoluto, un archivo secreto que catalogaba sus conquistas y dominación.
―Ok ―respondió Absalón, y por primera vez la tensión en su mandíbula pareció aflojarse ligeramente, aunque la ira continuaba ardiendo en las profundidades de sus ojos como brasas azules―. Ahora lárguense y que nadie me moleste hasta mañana. Me las follaré toda la noche. Así me quitan esta rabia que tengo.
―Sí, señor ―respondieron los gemelos al unísono, ejecutando una pequeña reverencia antes de retirarse a una distancia prudente.
El pelinegro cruzó la puerta de la habitación con paso dominante. Las bailarinas lo esperaban sentadas al borde de la amplia cama, con sus cuerpos desnudos resplandeciendo bajo la luz tenue gracias al aceite que cubría su piel. Sus senos generosos brillaban tentadoramente, acentuando su voluptuosidad natural, mientras sus zonas íntimas, meticulosamente depiladas, revelaban el cuidado con que se habían preparado para la ocasión.
Sin embargo, un temblor sutil recorría sus cuerpos, no solo por la desnudez, sino por el inquietante ambiente de aquella habitación. Los crucifijos e imágenes de santos en las paredes creaban un contraste perturbador con los instrumentos de dominación y sadomasoquismo dispuestos estratégicamente por la estancia, una combinación que hablaba de poder y sumisión en su forma más cruda. En sus mentes, el deseo de huir se mezclaba con la realidad de aquellos cuarenta mil ya depositados en sus cuentas, un contrato silencioso que las ataba a lo que vendría.
Absalón, con sus ojos azules brillando con malicia depredadora, activó el seguro digital con su huella. El sonido del mecanismo resonó como una sentencia final en el silencio de la habitación, sellando su destino.
Con movimientos calculadamente lentos, se aproximó a ellas, con su figura imponente proyectando una sombra amenazante sobre sus cuerpos temblorosos. La furia por la humillación anterior aún ardía en sus venas como fuego líquido mientras comenzaba a quitarse el saco con deliberada lentitud.
―Levántense ―ordenó con voz autoritaria.
Las mujeres, con sus corazones martillando contra sus costillas, obedecieron al instante, sus ojos fijos en aquel hombre que ahora desabotonaba su camisa con precisión metódica.
―Se irán cuando yo lo diga, y mientras estén aquí encerradas conmigo, me llamarán señor. ¿Entendido? ―su voz cargaba el peso de años de autoridad incuestionable.
―Sí, señor ―respondieron al unísono.
―Eso responderán con todo lo que yo les diga.
Ellas asintieron rápidamente, con sus movimientos sincronizados por el miedo. Con un gesto fluido, él se despojó de la camisa, revelando un torso musculoso de piel blanca cubierto de intrincados tatuajes. Una línea sugestiva de vello liso y oscuro descendía por su abdomen hacia su evidente virilidad. Sus ojos azules las atravesaron con una mirada de autoridad absoluta mientras ordenaba:
―Arrodíllense.
―Sí señor ―respondieron al instante.
Las mujeres se arrodillaron sin dudar, y él, tomando una cuerda con precisión experta, comandó:
―Levanten los brazos.
―Sí señor.
Luego, Absalón enrolló la cuerda en una de sus manos y con su voz, dio una orden al sistema de sonido integrado.
―Reproduce, Fleetwood Mac, The Chain.
Enseguida, los primeros acordes de la clásica canción de los setenta inundaron la habitación, con la música envolviendo cada rincón del espacio. El pelinegro comenzó a prepararse para quitarse el pantalón, mientras tarareaba suavemente con voz ronca y con su acento ucraniano, una pequeña parte de "The Chain" de Fleetwood Mac:
―And if you don't love me now, you will never love me again― (Y si no me amas ahora, nunca me amarás de nuevo). Con movimientos despreocupados, usó la punta de un pie para quitarse un zapato, luego el otro, dejándolos casualmente a un lado.
Sus manos se dirigieron al botón del pantalón de lino oscuro, que cedió con facilidad, y la tela se deslizó por sus piernas, revelando sus muslos y pantorrillas bien torneadas, peludas cubiertas de intrincados tatuajes que se entrelazaban sobre sus músculos prominentes.
El pantalón quedó olvidado en el suelo mientras él, ahora en ropa interior, centraba su atención en una botella en especial, y con su mano acariciaba su enorme e inmensa virilidad, debajo de la tela de su ropa íntima, la cual empezaba a endurecerse con cada momento que pasaba.
Luego, llegó al mueble bar con la gracia de quien sabe que es observado, exhibiendo deliberadamente su espalda musculosa. La suave luz realzaba su piel blanca, haciendo que los tatuajes parecieran cobrar vida: en el centro, un imponente santo se alzaba entre nubes y rayos de luz, una obra maestra de tinta que contrastaba con lo que iba a suceder en aquella habitación.
A su alrededor, misteriosas inscripciones en cirílico, como antiguas oraciones, se extendían hasta perderse bajo la ropa interior, complementando los diseños que adornaban sus piernas poderosas. Su espalda, moldeada por años de entrenamiento y marcada por cicatrices que hablaban de un pasado violento, se movía con una sensualidad que mantenía a las mujeres en silencio absoluto, en profunda reverencia, viendo aquella especie de striptease oscuro.
Entonces, con una de sus manos porque con la otra acariciaba su gran pene que ya despertaba, tomó una botella especial, preparada meticulosamente por Mikhail su "sacerdote". El cristal tallado contenía un licor de color ámbar oscuro donde una serpiente albina yacía enrollada, preservada en el líquido exótico.
Era una bebida legendaria en ciertos círculos, preparada por aquel sacerdote heterodoxo, conocida tanto por sus propiedades afrodisíacas como por aumentar la resistencia s£xual, de quien la consumiera. Absalón siempre se la exigía a Mikhail y la usaba en momentos como este, en tríos.
―You would never break the Chain (nunca romperías la cadena)―tarareaba la canción.
Moviendo la cabeza al compás de la música mientras servía el licor en un vaso de cristal pesado. La marca de la bofetada ya casi había desaparecido de su mejilla, pero la sed de venganza seguía ardiendo en sus ojos azules como hielo en llamas. El líquido cayó en el vaso con un sonido seductor, mientras la serpiente dentro de la botella parecía observar la escena con sus ojos vidriosos, testigo silencioso de lo que estaba por venir. Entonces, él de espalda a las mujeres, les dijo bebiendo aquel licor:
―Si bajan los brazos las mato―luego, sintiendo aquel líquido en su garganta continuó cantando parte de la canción―¡Running in the shadows, damn your love, damn your lies! (¡Corriendo en las sombras, maldito sea tu amor, malditas sean tus mentiras!)
Era extraño como aquel asesino y mafioso de 37 años, mostraba una inesperada afición por cierta canción. Esto contrastaba con su personalidad fría y su desprecio por las emociones. Sin embargo…la explicación residía en su pasado: a los 13 años, a pesar de ser ya un asesino entrenado, se enamoró de una joven prostituta. Este amor secreto terminó trágicamente, cuando ella fue asesinada en las calles, y sufrió, lo que reforzó su creencia de que los sentimientos eran una debilidad peligrosa.
Entonces, con la excitación recorriendo su ser y olvidando un poco la bofetada de la joven Sally, se volteó hacia las mujeres. Su enorme e inmensa virilidad ya era muy evidente bajo la tela ceñida de su ropa, interior manifestándose grande y gruesa hacia un costado, como si de un momento a otro pudiera liberarse de las restricciones que lo contenían. Las mujeres presentes, al contemplar su imponente figura y la notable intensidad de su estado, de excitación experimentaron una oleada de emociones: una curiosa fascinación combinada con un leve temor que guiaba su comportamiento ante su presencia dominante.
Mientras se acercaba, una de las mujeres no pudo evitar murmurar:
—Vaya—sus palabras llenaron el espacio de expectativa mientras ella mantenía junto con su amiga los brazos en alto, como símbolos de entrega y vulnerabilidad, dispuestas a recibir lo que él estuviera a punto de ofrecer.
Luego, él se plantó frente a una de ellas, con su figura proyectando una confianza muy dominante. Mientras terminaba de tragar la bebida con un gesto que evidenciaba la fuerza del trago haciendo una mueca que hablaba de su sabor intenso.
―Mierda―exclamó.
Seguidamente, con una mezcla de desinhibición firmeza y desafío le dijo a una de las mujeres:
—Bájame el bóxer.
Ella, atrapada en el momento y la magnitud de su presencia, respondió sin dudar:
—¡Sí, señor!—. Con manos temblorosas que reflejaban su nerviosismo y al mismo tiempo su deseo, comenzó a bajar la prenda.
Cuando finalmente se retiró la tela, ante sus ojos apareció una virilidad imponente de 27 cm, de un tono blanco y rosado, circuncidada, que se erguía con una confianza casi desafiante. Su vello púbico, liso y bien cortado, acentuaba aún más su apariencia, mientras que sus piernas, peludas y robustas, llenas de tatuajes añadían a su presencia masculina. Aunque aún no estaba completamente dura, su tamaño y forma eran tan impactantes que las mujeres se quedaron boquiabiertas, sus ojos reflejando una mezcla de asombro y fascinación.
—¡Oh, Dios!—fue el murmullo de sorpresa que brotó de los labios de las dos mujeres, sus rostros reflejaban un asombro matizado por el miedo y la fascinación.
Continuará...