Mientras tanto, en el lujoso hotel a kilómetros de distancia, Sally...
La joven temblaba visiblemente. Los hombres de su padre, con sus trajes oscuros y expresiones impasibles, la sacaban de la piscina con una eficiencia que hablaba de años de práctica en el manejo de "situaciones delicadas".
Desde su posición privilegiada, Absalón observaba la escena con una intensidad depredadora, con su mente repitiendo aquel nombre que había captado su atención como un mantra hipnótico:
«Saleema»
El gerente del hotel y el recepcionista, con sus rostros contraídos en una mezcla de horror y miedo ante el drama que se desarrollaba en su establecimiento de cinco estrellas, sentenciaron con voz temblorosa:
―¡Oh, entonces usted si era una delincuente! ¡Qué vergüenza para este hotel! ―el gerente sacó su teléfono con manos nerviosas―. La marcaremos como persona no grata ―le tomó una foto con dedos temblorosos.
―¡Claro que no, no soy ninguna delincuente, señor! ―protestó la hermosa morena, con su voz cargada de una rabia que apenas podía contener. Su bata empapada se adhería a su cuerpo como una segunda piel, mientras los guardias la sujetaban con una firmeza profesional.
Sus ojos, oscuros y ardientes, se clavaron en Absalón como dagas, quien la observaba fijamente a pocos pasos, con su rostro una máscara de seriedad mientras su mente trabajaba frenéticamente, intentando ubicar en su vasta memoria de contactos criminales dónde había visto antes a aquellos hombres que le resultaban tan inquietantemente familiares.
«Sé que los he visto… mierda creo ese incienso que usa Mikhail me está afectando la memoria»―se quejó internamente.
Luego, con un cambio fluido al farsi, que sorprendió a los presentes, Sally se dirigió a los guardias de su padre con una autoridad que contrastaba con su aparente vulnerabilidad:
―Velam konid, man ba shoma miram. Age na, bezarid ba on mard onja sohbat konam, va age velam nakonid be pedar migam ke mano zadid ―[Suéltenme, me iré con ustedes. Si no, déjenme hablar con ese hombre que está allá, y si no me sueltan, le diré a mi padre que me golpearon] ―su amenaza, aunque suave, llevaba el peso de años de conocer el funcionamiento interno de la organización de su padre.
Los hombres la liberaron, enseguida conocedores de las consecuencias de provocar la ira de Ismael Habitt. Sally, reuniendo los fragmentos de su dignidad, se acomodó su gran cabellera, con un gesto que hablaba de años de educación con los mejores profesores privados. Caminó hacia Absalón con la gracia de una pantera furiosa.
El gigante pelinegro, permanecía sentado, con su mirada depredadora estudiando a Sally con un descaro que habría intimidado a cualquiera. Sus ojos azules y fríos recorrían sin pudor la silueta de la joven, donde la bata empapada se adhería reveladoramente a sus grandes senos que se delineaban bajo la tela mojada, mientras la mirada lasciva de Absalón alimentaba su furia creciente.
«Mmmm» ―se dijo mentalmente, saboreando la vista de la joven acercándose, con una media sonrisa de satisfacción dibujándose en sus labios ante el espectáculo involuntario que ella le estaba brindando.
Cuando llegó frente a él, las palabras de Sally surgieron afiladas como cuchillas:
―Venía a decirte, que eres el idiota más grande que he conocido ―cada sílaba destilaba desprecio puro.
Absalón, quien veía los senos de ella, elevó su mirada hacia el rostro de la joven con deliberada lentitud. Con un movimiento calculado, abrió más las piernas en su asiento, con su postura emanando una arrogancia masculina que lo hacía parecer peligrosamente atractivo a pesar de su actitud despreciable. Sus ojos azules brillaron con malicia mientras respondía:
―Lástima que te llevan esos hombres, o si no iba a pedirte que me acompañaras a mi habitación de hotel ―su voz aterciopelada con acento destilaba sarcasmo―. Te iba a pagar 50 dólares la hora. Iba a ser generoso ―sus palabras, cuidadosamente elegidas para herir, cayeron como ácido sobre Sally, quien sintió cómo la humillación y la rabia se mezclaban en su interior.
Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que apenas los presentes pudieron registrarlo. La mano de Sally se movió rápidamente, conectando con la mejilla de Absalón en una bofetada que resonó como un disparo en el silencio de la noche. El impacto giró el rostro del pelinegro, más por la sorpresa que por la fuerza del golpe, pues para su imponente figura, el golpe de la pequeña mujer fue como si una mosca intentara derribar a un elefante.
Cuando volvió a mirarla, el azul de sus ojos habría congelado el infierno mismo y esa cachetada, le hizo una pequeña marca rojiza en su piel blanca.
―Maldita perra, me las vas a pagar ahora sí ―su voz, usualmente controlada y sedosa, temblaba con una rabia que prometía venganza. Sus puños se cerraron involuntariamente.
Leví, el gemelo más serio y observador, intervino con la urgencia de quien ve acercarse una catástrofe. Sus ojos habían detectado a varios huéspedes que observaban la escena desde la distancia con móviles en mano:
―Señor, cálmese, hay... gente viendo ―su voz suave pero firme actuó como un balde de agua fría sobre la ira de su jefe.
Absalón apretó su mandíbula con mucha fuerza. Sus ojos azules, ahora oscurecidos por la furia, seguían cada movimiento de Sally como un depredador que ha marcado a su presa. Ella, aprovechando la intervención y sintiéndose momentáneamente protegida por la presencia de testigos, intentó lanzar sus últimas palabras como dardos envenenados, pero su valentía comenzó a resquebrajarse cuando se encontró con aquella mirada helada que prometía una venganza inevitable. Un escalofrío de miedo recorrió su espina dorsal al comprender la magnitud de lo que había hecho:
―Espero no verte jamás en mi vida ―su voz vaciló notablemente, traicionando el terror que crecía en su interior al ver esos ojos azules que la taladraban como puñales de hielo― Y... maldito tú también ―las últimas palabras salieron casi en un susurro tembloroso, muy lejos de la bravuconería que pretendía mostrar.
―Me las vas a pagar ―la promesa salió como un gruñido bajo y amenazante de su garganta. El tono de su voz dejaba claro que no era una amenaza vacía, sino una promesa que pensaba cumplir con particular satisfacción.
Los hombres de su padre enseguida la agarraron y la escoltaron fuera del área con una eficiencia practicada, mientras Absalón la seguía con la mirada, con sus dientes aún apretados con una furia que prometía venganza. En sus años como uno de los hombres más temidos del submundo criminal, ninguna mujer se había atrevido siquiera a levantar la voz en su presencia, mucho menos a golpearlo. El gerente del hotel, viendo todo eso, se acercó con el nerviosismo de quien camina sobre hielo fino:
―Señor, disculpe de verdad ―hizo una pequeña reverencia que delataba años de práctica en el arte de la sumisión―. Iré con esos hombres a ver si se van a la salida.
Cuando el gerente y el recepcionista se alejaron apresuradamente, Absalón se levantó de su asiento con la gracia contenida de un depredador. La ira seguía visible en cada uno de sus movimientos medidos mientras se dirigía a Leví:
―Averigua quiénes son esos hombres y esa mujer ―su voz había recuperado su frialdad habitual, pero con un filo peligroso.
―Pues, creo que sé quiénes son, señor ―respondió Leví, eligiendo cuidadosamente sus palabras―. No me acuerdo del nombre del jefe de ellos, pero creo que han trabajado con nosotros.
―¿Sí? ―la palabra salió como un siseo interesado.
―Sí, señor.
―Y... la pequeña perra…se llama Saleema, algo así ―su lengua acarició el nombre como una promesa de venganza―. Averigua también todo, me las va a pagar.
―Claro que sí, señor ―respondió Leví con otra pequeña reverencia, conocedor de los peligros de la ira de su jefe―. Puede ir a su habitación, las mujeres están preparadas.
El sexy pelinegro suspiró profundamente, con un sonido lleno de frustración, y luego dijo:
―Que se preparen. Ando molesto.
Continuará...