Él comenzó a excitarse aún más al notar las expresiones de asombro en los rostros de las mujeres. La combinación de admiración y un sutil temor que brillaba en sus miradas le proporcionaba un impulso de ego, un combustible para su arrogancia innata. Se sentía como un rey en su reino, orgulloso de su poder. Su virilidad, visible y desafiante, apuntaba directamente hacia ellas como un estandarte de dominación. Era un lugar que conocía bien, donde la autoridad y el deseo se entrelazaban en un juego mortal.
Con una sonrisa torcida que jugaba en sus labios, se puso las manos en la cintura, adoptando una postura que irradiaba confianza y control absoluto.
—Deben cooperar o, si no, ya saben cómo les va a ir. Si me complacen, les daré una… pequeña recompensa —dijo, con su voz resonando como un eco en el cuarto, como una amenaza envuelta en seducción.
Las dos mujeres se llenaron de temor, pero a la vez de curiosidad, por lo que, una, la que le quitó su ropa interior, alzó la vista hacia él con su voz temblando ligeramente.
—¿En serio nos vas a matar? ¿Perdón, en serio… nos va a matar, señor? —su pregunta, estaba cargada de incredulidad y un rayo de temor, flotó en el aire como una súplica.
—Sí —respondió él, con una certeza amenazante que hizo que un escalofrío recorriera la columna de ambas mujeres.
La otra que era de piel blanca y pelo azabache largo, miró a su amiga, desnuda con sus brazos aún levantados en un gesto de rendición. La pregunta le brotó del rincón más vulnerable de su ser:
—Y si cooperamos, ¿qué recompensa nos dará, señor?
Él con su seductor acento eslavo le respondió:
—Mmmm les duplicaré el dinero —dijo, dejando esas palabras llenas de promesas tentadoras y peligrosas para aquellas mujeres codiciosas.
Ellas, intercambiaron miradas nerviosas, tratando de descifrar el significado oculto tras la amenaza y la posibilidad de recompensa. La atmósfera se cargó de una mezcla eléctrica de temor y excitación, como un rayo que prometía tanto placer como riesgo inminente.
—Está bien, te complaceremos —dijo una de las mujeres sintiendo su mirada peligrosa, pero enseguida se corrigió―Lo complaceremos… señor―su voz resonó con una valentía que escondía su nerviosismo mientras bajaba su ropa íntima hasta que le llegó a los tobillos.
Él sonrió, complacido, como si la escena fuera parte de un juego perfecto que había diseñado meticulosamente. Aquello, como siempre, era una danza en la línea del poder y la sumisión. Sabía cómo sostener el control, con cualquiera y cómo hacer que cada palabra y cada mirada enviaran escalofríos de expectativa a su alrededor. Su arrogancia, acentuada por la orgullosa presencia de su "Castigador", como solía llamar a su gran virilidad, lo hacía irresistiblemente atractivo y aterrador en iguales medidas.
—Iré por varios preservativos —anunció, con su mirada fija en una de las mujeres, la cual temblaba un poco—.Tú —apuntó hacia ella con su virilidad al frente, era tan grande y gruesa y una declaración innegable de su propio poder—, vas primero. Y tu amiga va a ver cómo me gusta el sexo. Pero antes…―las miró a las dos con perversión― quiero que se besen. Tú, baja las manos y besa a tu amiga.
Cuando él dio la orden, las mujeres se miraron con una mezcla de nerviosismo y una chispa de complicidad. No era la primera vez que ellas, prostitutas disfrazadas de bailarinas se encontraban en una situación así; habían compartido momentos intensos antes, y el recuerdo de esos encuentros las unía en esta nueva experiencia, con este hombre atractivamente peligroso.
Con suavidad, sus labios se encontraron en un beso tentativo que comenzó como un roce, pero poco a poco creció en profundidad. Él observaba, satisfecho, con su mirada perversa y su excitación crecía aún más, aumentando la dureza de su gran virilidad.
—Bien —dijo él, con un tono que destilaba autoridad—. Sigan, tóquense la una a la otra.
Las dos mujeres comenzaron a tocarse los senos de manera pervertida, mientras se besaban, Absalón las puso a “calentar motores, mientras él ya completamente desnudo se alejó a buscar los preservativos. Cuando él regresó, con aquellos preservativos troyanos, se acercó a ellas, con su presencia dominando el espacio a su alrededor. En un movimiento repentino, ordenó:
—Paren.
Las mujeres con labios rojos por aquel beso se detuvieron con un sobresalto que iluminó sus rostros con una mezcla de asombro y miedo. Él, con una mirada fría y calculadora, de manera salvaje tomó el cabello de una entre sus dedos como si sostuviera una marioneta. Sus ojos, azules y vacíos de emoción, se encontraron con los de ella, y con su voz ronca y demandante le dijo:
—Es tu turno. Me pondrás el preservativo con la boca, no con las manos —ordenó.
—¡Sí, señor! —respondió La mujer, con un tono tembloroso.
La otra amiga observando la escena, sintió que su corazón latía con algo de angustia y miedo. Él le lanzó el preservativo en la cara a la mujer, y este cayó al suelo. Ella lo fue a recoger rápidamente con las manos, pero él, mirándola con sus manos en la cintura, la detuvo con una firmeza escalofriante.
—Con la boca —repitió, enfatizando la orden como si fuera una sentencia.
El rostro de ella se tornó pálido, pero su voluntad, aunque temblorosa, se mantuvo. Con un miedo palpable, se agachó hasta el suelo, atrapando el preservativo entre sus labios. Luego, con dedos temblorosos, abrió el empaque mientras sus ojos buscaban la validación de Absalón. Arrodillada, se acercó, a él con su corazón latiéndole fuertemente, mientras con su boca comenzaba a deslizar el preservativo por aquel miembr0 imponente.
La tarea era algo difícil; cada movimiento requería una concentración feroz, pero el desafío solo parecía intensificar su desasosiego. No quería fallarle para no morir.
Él observaba con una sonrisa burlona, disfrutando de la lucha de aquella mujer. Su rostro reflejaba una diversión oscura, como si cada instante de desesperación de ella fuera una victoria personal. Los ojos de él chispeaban con un brillo maligno, como si se alimentara del dolor ajeno, mientras un aire de superioridad lo envolvía.
—Ja —se rió él, su risa resonando en la habitación como un eco cruel, un sonido que parecía burlarse del sufrimiento y la resistencia de ella. Con su poder absoluto claramente en juego, disfrutaba del control que tenía sobre la situación y sobre aquella prostituta, convirtiendo su lucha en un entretenimiento sádico.
Cuando notó que ella hacía un esfuerzo titánico por completar la orden, él, con una malicia evidente, tomó su cabeza con una mano, un gesto que combinaba fuerza y dominación. Con un movimiento brutal, hundió su gran miembr0 en su boca, llevando a la mujer al límite de la resistencia, provocando que su respiración se detuviera de golpe por la sorpresa y la angustia. Un grito se quedó atrapado en su garganta, un eco de horror que nunca llegó a salir.
―¡Mmm!
La mujer, sintiéndose atrapada, abrió los ojos con desesperación. Trató de detenerlo con las manos, pero él era más fuerte, como un depredador que no se detiene ante la súplica de su presa. Su mirada de ojos azules fríos se centró en la otra mujer, y al mismo tiempo, él esbozó una pequeña sonrisa siniestra y torcida, ya que, veía como ella observaba la escena con horror.
«Mierda»―pensó ella.
La angustia de esa mujer se incrementó cuando ella se dio cuenta de que no podía respirar, y, Absalón, en un instante de compasión macabra, retiró su gran miembr0 y la empujó.
―Debil.
La mujer en el suelo empezó a toser, llevándose las manos al cuello, como si intentara recuperar el aliento que le había sido arrancado. Sin embargo, él, sin darle tiempo para recuperarse, le tomó el cabello con fuerza y, con una voz cortante y autoritaria, le ordenó:
—Levántate, perra y date la vuelta.
La mujer, aun tosiendo, obedeció de inmediato, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía ante el tono cruel y despectivo que llevaba impregnado. Sin la más mínima delicadeza, él tiró de sus brazos hacia atrás, sus movimientos eran bruscos, rápidos y expertos, como un carcelero que disfruta de su poder. Tomó una cuerda azabache y la deslizó por sus muñecas, apretándolas con fuerza creciente, hasta que un pequeño gemido de dolor escapó de los labios de La mujer.
Minutos más tarde…
Él, con un aire de satisfacción perversa, comenzó a trabajar en el nudo, asegurándose de que los brazos de la mujer que había escogido primero quedaran bien atados hacia atrás. Cada vuelta de la cuerda era meticulosa, y el apretón del nudo dejó sus senos presionados, creando una incomodidad que intensificó su vulnerabilidad. Ella estaba completamente imposibilitada estando a merced de su captor. No podía moverse, y la única conciencia de su cuerpo era la sensación de la cuerda que apretaba, acentuando su angustia.
Con una sonrisa burlona en el rostro, él se sintió satisfecho con su trabajo y, como si se tratara de un simple juguete, la lanzó en la cama. La mujer cayó, aterrizando en las sábanas con el control absoluto que él ejercía sobre ella.
Luego, él desvió su atención hacia la otra mujer. Los ojos de ella, observaban a Absalón con una mezcla de lujuria y desafío. Ella era diferente a su amiga, ya que, parecía disfrutar, incluso anhelar, lo que estaba a punto de suceder. Sin perder un segundo, él se acercó a ella, con su presencia dominante, casi implacable.
Con movimientos rítmicos y precisos, comenzó a amarrarla, mezclando ferocidad y maestría; nada de sutileza, típico de ese sexy pelinegro. Ella se entregó a la situación, inclinando su cabeza hacia atrás con una sonrisa traviesa y él la miró con seriedad. La cuerda áspera él la enroscó, dejando sus muñecas entrelazadas entre sus pechos como si ella estuviera haciendo una plegaria.
Luego, él mirándola, con una voz sombría y cargada de insinuación, murmuró con su acento marcado:
—Ahora eres tú quien me rezarás por piedad.
Continuará...