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«Ah, concéntrate y no pienses más en esa maldita»―se dijo en pensamientos. Entonces, el hombre se esforzó por dejar atrás aquello sobre esa joven intrusa en su mente. Una vez que había descargado toda su eyaculación sobre las mujeres, se permitió concentrarse en el presente. Mientras se recuperaba, jadiante, su mirada se detuvo en las figuras que yacían ante él: las mujeres con el rostro lleno con su semen, sus cuerpos, llenos de sudor y exhaustos, creaban una imagen perturbadora de debilidad y sumisión. Así que, esbozando una pequeña sonrisa les dijo: ―Se quedarán ahí arrodilladas. Las mujeres asintieron, pero era evidente que estaban cansadas; sus cuerpos temblaban y en sus miradas brillaba una chispa de temor, algo que excitaba a Absalón. A él le encantaba que la gente le temiera. S