Capítulo 13. Peligrosa fascinación

2146 Words
«Ah, concéntrate y no pienses más en esa maldita»―se dijo en pensamientos. Entonces, el hombre se esforzó por dejar atrás aquello sobre esa joven intrusa en su mente. Una vez que había descargado toda su eyaculación sobre las mujeres, se permitió concentrarse en el presente. Mientras se recuperaba, jadiante, su mirada se detuvo en las figuras que yacían ante él: las mujeres con el rostro lleno con su semen, sus cuerpos, llenos de sudor y exhaustos, creaban una imagen perturbadora de debilidad y sumisión. Así que, esbozando una pequeña sonrisa les dijo: ―Se quedarán ahí arrodilladas. Las mujeres asintieron, pero era evidente que estaban cansadas; sus cuerpos temblaban y en sus miradas brillaba una chispa de temor, algo que excitaba a Absalón. A él le encantaba que la gente le temiera. Sin embargo, las mujeres sabían que rendirse no era una opción; cualquier signo de debilidad podría resultar en una condena fatal ya que no se veía que bromeaba cuando les dijo que las iba a asesinar. Así pues, que él, desnudo con su virilidad aún endurecida, se sentó en un lujoso sillón de cuero con sus grandes piernas abiertas, dispuesto a recuperarse para la tercera ronda de la madrugada. Se sirvió un poco de whiskey escocés , y mirándolas con aquellos ojos que inspiraban temor y sumisión, se dio un trago. Mientras el líquido se deslizaba por su garganta, sus ojos las recorrieron con perversión antes de hablar: ―No hemos terminado. Se... me vino una idea ―dijo, con su voz resonando con autoridad, sadismo y deseo, dejando claro que lo más oscuro de su naturaleza aún no había emergido por completo. Aquella idea distorsionada pero tentadora que comenzó a tejerse en su mente, le excitó en gran manera. Así que, con su gran virilidad endurecida gracias a aquella rara bebida, se levantó del sofá. Con un movimiento decidido, se acercó a las mujeres y, sin un rastro de compasión, comenzó a desatarlas. Sus manos se movieron con brusquedad mientras deshacía los nudos, sin mostrar consideración por su comodidad. ―Auch ―se quejaron ellas ante su rudeza. Sus manos eran firmes a pesar de la emoción que sentía por lo que estaba por venir. ―Levántense ―ordenó, su voz cargada de autoridad incuestionable. ―Si señor―dijeron ellas al unísono, sintiendo sus piernas temblar. Ellas se levantaron y el hombre de nuevo comenzó a atarlas de manera brusca una detrás de la otra en donde una pegaba sus senos a la espalda de la otra formando un vínculo de total sumisión y aquella posición era más...humillante. Las mujeres se dejaron maniobrar y no había tiempo para protestar o resistirse. En su nuevo estado, sintieron la presión y la exigencia del acto, un juego retorcido donde cada movimiento y cada respiración se sentían más intensos, más cercanos a un apogeo obsceno. Absalón, al verlas en esa posición, sintió que una oleada de euforia y poder lo invadía nuevamente. La perversión de la escena lo embriagaba, de sus dos juguetes sexuales, así que, se acercó a ellas y, en un arranque de lujuria, las levantó como si no pesaran nada y las acostó sobre una mesa especial, donde sus vag¡nas estaban dispuestas de tal manera que se alineaban perfectamente a la altura de su cintura y su gran virilidad, para satisfacer su deseo. ―Abran las piernas ―ordenó con una voz profunda y dominante. Ellas, reclinadas y sumisas, obedecieron, abriendo sus piernas ante él. Absalón se sintió embriagado por el control que tenía; y un susurro de satisfacción escapó de sus labios mientras con una de sus manos grandes comenzaba a explorar sus vag¡nas, buscando provocar gemidos de placer que resonaran en la habitación y alimentaran su propia excitación. ―¡Ah!―dijo una de las mujeres quejándose. Luego, impulsado por un deseo creciente, Absalón sintió que una nueva necesidad lo invadía, una ansia de llevar la experiencia a un nivel aún más profundo. Con un movimiento decidido, tomó un juguete que descansaba a su lado, un objeto meticulosamente diseñado para intensificar el placer. Era un dildo de color azabache, perfectamente elaborado y del tamaño de su propio miembr0; un recuerdo tangible de sus deseos más oscuros, hecho a medida para satisfacer su propia lujuria. Con la emoción corriendo por sus venas y una mirada llena de perversidad, Absalón se dejó llevar por el frenesí del momento. Se acercó a la mujer que estaba encima de la otra, con su mente llena de sadismo y perversión. Antes de que ella pudiera reaccionar, comenzó a introducirle bruscamente aquel juguete, sintiendo cómo su cuerpo respondía a la intrusión. Con su otra mano, no tardó en lanzar un ataque similar hacia la mujer que estaba debajo; con movimientos firmes y decididos, introdujo su virilidad dura y gruesa, en donde cada acción era ejecutada con un desenfreno que llenaba el aire de electricidad. ―¡Aaah! ―gritaron las dos, al mismo tiempo con sus voces resonando en la habitación como un eco de su entrega a esa perversa experiencia. En medio del frenesí, Absalón se dirigió a su sistema de sonido con una mirada desafiante y decidida: ―Reproduce "Welcome to the Jungle" de Guns N' Roses. El sistema respondió con una voz neutra: ―Reproduciendo "Welcome to the Jungle" de Guns N' Roses. La melodía crujiente y poderosa llenó el espacio, marcando el compás de la escena. Los acordes eléctricos resonaban en sus cuerpos como un himno a la lujuria, elevando la intensidad del momento. La música encajaba perfectamente con la energía desenfrenada que impregnaba la habitación, haciendo que todo lo que sucedía se sintiera aún más visceral y emocionante. Entonces, el pelinegro se sumergió en un juego de destreza y control, penetrándolas con aquel gran miembr0 en una intensidad abrumadora. ―¡Oh, siéntelo!― decía él con voz intensa y casi desafiante, mientras movía sus caderas sin piedad, hundiéndose en ella hasta el fondo. Ella, la prostituta que se reía con él apenas podía responder, dejando escapar un grito, de placer, mezclado con dolor, nunca había estado con un hombre de ese gran tamaño. Cada movimiento rebosaba fuerza salvaje y perversidad, mientras la habitación vibraba al ritmo de la música, entrelazando placer y dominación. Las mujeres gritaban y gemían, creando un ambiente en donde placer y dolor se confundían en una noche, interminable de sadismo y dominación. Al día siguiente, 9:00 am… Absalón yacía desnudo, boca abajo en su cama, con su cuerpo desparramado en la amplia superficie como un gigante en reposo. Sus glúteos se alzaban al aire, una imagen de poderosa masculinidad, mientras en el suelo, las mujeres, sobrevivientes, dormían profundamente, envueltas en las sábanas que él les había lanzado después de la frenética noche. Nadie, por supuesto, podía compartir su lecho; esa era una regla que mantenía con firmeza. A su vez, el silencio de la habitación fue interrumpido por un sutil pero insistente ruido proveniente de la alarma. Absalón se sacudió, despertando acompañado de una pesada resaca, producto de aquella rara bebida que había ingerido la noche anterior. ―Лайно (laino)―murmuró “mierda” en ucraniano. Al abrir los ojos, la realidad de su entorno comenzó a hacerse evidente: las mujeres yacían esparcidas en el suelo, un recordatorio tangible de su dominio, esa forma vulgar que tenía de tratar a todos. ―Ya es hora que se larguen―murmuró apenas audible. Levantándose con languidez, todavía desnudo, puso sus pies en el suelo y con su prominente masculinidad balanceándose con cada movimiento, se dirigió hacia su caja fuerte, una pieza imponente de metal que guardaba dinero para sus deleites o como él le llamaba, con esa arrogancia tan suya, para "sus dulces". Con destreza, tomó unos cuarenta mil dólares, meticulosamente organizados en pacas de diez mil. Sin más ceremonia que su arraigada vulgaridad, tosquedad y rudeza, comenzó a despertarlas lanzándoles el dinero en los rostros, como quien arroja migajas a las palomas. ―¡Levántense! ―les ordenó, con la autoridad que solía manifestar lanzandole los billetes. Las mujeres, aún aturdidas y, llenas de marcas por las cuerdas y sucias de la noche anterior, miraron aquel montón de billetes en el suelo. Eran los cuarenta mil que él les prometió ya que, hicieron un buen trabajo y sobrevivieron. ―¡Sí, señor!―dijeron al unísono. El tono de obediencia era claro, reflejando el ambiente de aquella noche de sumisión. Absalón, con una mirada casi indiferente, les indicó con un gesto: ―Tomen esas bolsas y lárguense. Apuntó hacia el rincón de la habitación, donde se encontraba un despliegue de lujos: prendas de diseñador cuidadosamente dobladas y joyas exquisitas que los gemelos habían preparado como recompensa para quienes sobrevivieran a sus juegos. La opulencia de este gesto era característica de Absalón quien, a pesar de su crueldad y vulgaridad innata, era conocido por su generosidad calculada; esta reputación como "dador generoso" le había asegurado la lealtad de muchos, incluyendo a los antiguos seguidores de su padre quienes amaban el buen p**o que él les daba. Él cerca de la puerta observó en silencio cómo las mujeres, aún temblorosas, comenzaban a moverse para recolectar el dinero y las pertenencias. Y su satisfacción ante la escena permaneció oculta tras su máscara de indiferencia, aunque internamente le complacía este ritual de poder y sumisión. Las mujeres, sonrieron deslumbradas mirando la ropa y las joyas por la generosidad material de su encuentro. Se habían llevado más de lo acordado, por lo tanto, se dirigieron a él con voz sumisa alzando su mirada hacía él: ―¡Señor, cuando quiera puede contactarnos! ―¡Si, estaremos a su disposición, nos encantó! Él las observó desde su altura, con esa típica expresión indiferente tallada en su rostro peligrosamente atractivo. Sus ojos azules, fríos como témpanos, las atravesaron con una mirada penetrante mientras respondía secamente: ―No ―pronunció con desdén, presionando su pulgar contra el sensor biométrico de la puerta, y se escuchó cuando se desactivó el sistema de seguridad con un susurro metálico. Su negativa era definitiva, pues Absalón nunca repetía sus encuentros; era una de sus reglas autoimpuestas. Ahora váyanse ―ordenó Absalón, girándose hacia su cama mientras las mujeres recogían apresuradamente su ropa, vistiéndose para retirarse. En el pasillo, los gemelos Leví y Franko montaban guardia con la rigidez propia de quienes llevan años en el oficio. A pesar de ser idénticos en apariencia, ambos de complexión atlética y cabello negr0 cortado al ras, sus personalidades no podían ser más diferentes. Leví, el mayor por escasos minutos, mantenía esa dureza inherente a su trabajo en la mirada, mientras que Franko había desarrollado el arte de suavizar su presencia cuando la situación lo requería. Al ver aproximarse a las mujeres, Franko dio un paso adelante, separándose ligeramente de su hermano. Con un gesto que rozaba la cortesía, extrajo una llave de hotel de su bolsillo. ―Tomen, vayan ahí y pueden asearse, en esa habitación hay más ropa para ustedes, cortesía del jefe ―dijo con un tono profesional. Las mujeres recibieron la llave con manos temblorosas. Sus rostros reflejaban el agotamiento de quien ha sobrevivido a una experiencia que jamás olvidarían con aquel loco. ―Gracias ―musitaron casi al unísono, con la palabra saliendo como un suspiro de alivio. Y así, ellas se alejaron con pasos apresurados por el corredor, llevándose consigo el peso de una experiencia que se grabaría en sus memorias por la eternidad. El eco de sus pasos se fue desvaneciendo en la distancia, dejando a los gemelos solos en el pasillo. En eso, Leví miró a su hermano de reojo y negó con la cabeza. ―Si eres tonto, ¿por qué las tratas bien? Era un par de putas. ―Porque sobrevivieron a la muerte. Fueron fuertes ―respondió Franko, con su voz conteniendo una inusual nota de respeto. Leví solo alzó una de sus cejas y se desplazó hasta la puerta de la suite presidencial. ―Esperemos... que el jefe salga para darle la información. ―Sí ―una sonrisa fría se dibujó en el rostro de Franko―, ya conseguimos todo de esa mujer que lo cacheteó. Y, mientras los gemelos aguardaban en el pasillo, dentro de la lujosa suite, Absalón se encontraba tendido boca abajo sobre la cama, con su cuerpo musculoso extendido con descuido sobre las sábanas revueltas. Los tatuajes religiosos típicos de la mafia ucraniana que cubrían su espalda y brazos se ondulaban con cada respiración. Su largo cabello oscuro caía desordenado sobre la almohada mientras su mente vagaba una vez más hacia aquella pequeña joven que se atrevió a desafiarlo, algo que nadie había hecho en años. La tensión se dibujaba en sus músculos definidos mientras apretaba ligeramente los puños. ―Saleema ―susurró entre dientes, entrecerrando sus ojos azules penetrantes con una mezcla de fastidio y…fascinación. Continuará...
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