―Señorita, tome―intervino el trabajador, con su voz suave intentando difundir la tensión que electrificaba el aire―Puede ir a otro restaurante... que está en el área de la piscina.
Sin embargo, ella furiosa arrojó la toalla que le ofrecían con un movimiento brusco. Se alejó del lugar dando zancadas, dejando tras de sí un rastro de aderezo verde y dignidad herida.
Sally se alejó por el pasillo del restaurante, con el aderezo verde goteando y dejando un rastro irregular tras ella. Su furia era tan intensa que casi podía verse como un aura ardiente a su alrededor.
―¡Malnacido, ojalá... le salga… un grano en el culo!―masculló entre dientes, con sus palabras cargadas de una rabia infantil que contrastaba con la violencia del encuentro anterior.
Luego, las puertas cromadas del ascensor se abrieron con un suave “ding” que pareció burlarse de su estado.
―Ah, está solo, gracias a Dios.
Entró apresuradamente, agradeciendo que estuviera vacío, lo último que necesitaba era que algún huésped la viera en ese estado lamentable. El espejo del ascensor le devolvió su reflejo manchado, y ella desvió la mirada, apretando el botón de su piso con más fuerza de la necesaria.
―¡Qué vergüenza, parezco, una pordiosera y todo por ese… canalla!
Rápidamente, Sally llegó a su piso, fue hasta su suite sacó la llave digital y entró cerrando su puerta tras ella con fuerza resonando como un disparo en el silencio. Llena de indignación fue hacia el lujoso baño y se plantó frente al espejo de cuerpo entero. La salsa de aguacate había creado patrones abstractos sobre su cabello largo azabache, en donde algunos mechones se pegaban a su cuello en grupos grotescos. Pronto, sus dedos se aferraron una toalla blanca y comenzó a limpiarse el cabello.
―Ah, lástima que no pueda decirle nada a nadie, pero como me encantaría que Omar le diera unos golpes―se secaba su larga cabellera con movimientos bruscos y furiosos―. ¡Como se atreve a llamarme perra! Es un desquiciado, un degenerado, un ser sin educación.
» Podrá tener mucho oro en esas manos tatuadas, pero nadie le quita lo inculto, a ese animal―escupió las palabras con desprecio―. Yo me disculpé, ¿qué le costaba decir “no se preocupe señorita, fue un accidente”? Nooo, el campesino lo que me dijo fue: pequeña perra. ¡Aaaah!
Mientras intentaba eliminar los restos pegajosos de su cabello, su mirada se perdió a través del imponente ventanal del baño. La vista nocturna ofrecía un contraste casi cruel con su estado de ánimo: la piscina del hotel brillaba como un espejo de zafiro bajo la luz de la luna, sus aguas cristalinas ondulando suavemente en la brisa nocturna.
El área del restaurante junto a la piscina estaba iluminada con luces tenues y acogedoras, creando un ambiente casi mágico. Solo tres figuras solitarias se movían perezosamente por el área, como actores dispersos en un escenario vacío.
La rabia en su interior comenzó a transformarse en algo más contemplativo mientras observaba aquella escena seductora. El vapor que se elevaba de la superficie del agua prometía una temperatura perfecta, tentadora.
―Mmmm, ¿será... que me doy un chapuzón de noche allá y después como algo?―murmuró, con sus dedos jugando distraídamente con un mechón húmedo de cabello―Quiero... quitarme a ese ignorante de mi mente.―Sus ojos seguían fijos en la piscina iluminada, recordando lo que había escuchado sobre ese lugar―Según y que, a esta hora en la piscina el agua es tibia, como la de aguas termales.
La idea comenzó a tomar forma en su mente mientras observaba el vapor danzando sobre la superficie del agua, como invitándola a sumergirse en sus profundidades reconfortantes. La piscina parecía ofrecerle un escape perfecto, una manera de lavar no solo el aderezo de su cabello, sino también la humillación de su encuentro con aquel hombre insufrible.
Luego, Sally del baño se dirigió hacia su cama, abrió su maleta, y buscó entre sus pertenencias un traje de baño que ella había empacado, hasta que lo encontró. Mientras lo sostenía, sus pensamientos vagaron hacia su futuro incierto.
―Mejor disfruto todo lo que me queda de Miami―murmuró para sí misma, con su voz mezclándose con el sonido del aire acondicionado―Pronto me iré lejos, a algún lugar del mundo donde pueda empezar de nuevo, lejos del control de…papá.
Minutos más tarde...
La pelinegra ya estaba en la gran piscina de lujo del hotel. Los bordes de mármol brillaban bajo la luz tenue de la noche, y el agua reflejaba las estrellas como un espejo líquido. Llevaba puesta una bata de baño blanca, mientras que debajo de esa prenda, su traje de baño de dos piezas revelaba su hermosa figura delgada pero curvilínea.
La parte superior, era sostenida por delicadas cuerdas que se entrelazaban alrededor de su cuello y espalda, y apenas contenía sus generosos senos. La tela del traje de baño se mecía suavemente con cada movimiento, como si danzara al ritmo de sus pasos.
―Ya no hay casi nadie, que bueno y tampoco en el restaurante―observó con satisfacción mientras sus ojos recorrían el área y se quitaba la bata―Pediré luego una buena comida para mí, pero antes me daré un gran chapuzón.
Se deslizó en el agua tibia, que la recibió como un abrazo reconfortante. Un vapor suave se elevaba de la superficie, creando un ambiente etéreo, casi místico, como si fueran aguas termales naturales. El incidente del restaurante comenzó a desvanecerse de su mente mientras flotaba, dejando que la calidez del agua lavara sus preocupaciones.
―Ah, esto si es vida. Espero que ese idiota ruso, por su acento o... quien sabe de donde es, se atragante con algo allá.
Minutos más tarde, en el restaurante…
En la sección más exclusiva del restaurante, Absalón ocupaba una mesa privada rodeada de cortinas de seda que creaban un ambiente íntimo y misterioso. Las luces tenues y el humo de los habanos flotaban en el aire, mezclándose con el aroma dulce del whisky añejo y los perfumes exóticos y el ritmo de música árabe.
Dos bailarinas de danza del vientre se movían sinuosamente al ritmo hipnótico de la música. Sus cuerpos bronceados brillaban con aceites aromáticos bajo las luces doradas, mientras sus caderas dibujaban círculos perfectos en el aire. Los trajes, confeccionados estaban adornados con monedas doradas que tintineaban con cada movimiento, creando su propia melodía metálica.
―Eso, me encanta―decía Absalón mirándolas con deseo poniéndoles billetes de cien dólares en el área de los senos.
Los hombres de Absalón, ya afectados por el alcohol, observaban el espectáculo con ojos vidriosos. Algunos insertaban billetes de cien dólares en los elaborados cinturones de las bailarinas, y sus manos torpes contrastaban con los movimientos fluidos de las mujeres.
―Están divinas―silbó uno de ellos, inclinándose hacia adelante en su silla.
―Que ricasss―exclamó otro, alzando su vaso de whisky en apreciación mientras una de las bailarinas ejecutaba un giro particularmente provocativo.
Las risas graves y los comentarios subidos de tono se mezclaban con la música, creando una algarabía de desenfreno y lujuria apenas contenida.
Las bailarinas ondulaban sus vientres al ritmo de la música, y sus generosos pechos apenas contenidos por los sostenes de pedrería los movían haciendo que todos los hombres las desearan. Sus cabellos azabaches y brazaletes dorados brillaban con cada movimiento.
Absalón las observaba con la intensidad de un depredador, con sus ojos azules siguiendo cada movimiento mientras daba largas caladas a su habano cubano con una sonrisa pervertida. El humo se elevaba en espirales perezosas alrededor de su rostro, dándole un aire aún más peligroso. Y su cuerpo reaccionaba ante el espectáculo sensual, en donde su imponente virilidad de veintisiete centímetros se despertaba ante la promesa de lo que vendría.
―Mmmm... ya quiero ver qué tan bien se mueven en mi cama―murmuró con voz ronca y profunda, mientras sus ojos recorrían las curvas de ambas mujeres.
Las mujeres le lanzaban miradas seductoras entre sus pestañas oscuras, sabiendo que más tarde, por veinte mil dólares cada una, compartirían su cama en un trío que prometía ser tan intenso como lucrativo. La oferta había sido clara y directa, típico de Absalón: cuarenta mil dólares por una noche donde ambas complacerían cada uno de sus caprichos… un tanto fuertes.
Por otro lado, los gemelos, Leví y Franco, permanecían alertas a pesar del ambiente festivo. Sus ojos escaneaban constantemente el área, más por costumbre que por necesidad real. Mientras que, los 13 súbditos bebían y aplaudían el espectáculo en donde la música aumentaba su ritmo. Las bailarinas giraban velozmente, sus velos y monedas tintineando en perfecta sincronía, conscientes de la fortuna que ganarían por complacer a Absalón Kravchenko esa noche.
Minutos más tarde…
Absalón estaba excitado, por lo tanto, junto con las mujeres, decidió que era hora de retirarse a su habitación. Este hotel, como muchos otros en todo el estado de Florida, le pertenecía. Como líder indiscutible de una de las mafias más poderosas del país, después de haberle quitado parte del imperio a su padre, había acumulado una fortuna considerable en propiedades hoteleras desde muy joven.
A pesar de poseer una mansión impresionante, prefería la vida en hoteles de lujo, una costumbre que había desarrollado desde sus primeros años en el negocio familiar. Le daba cierta libertad que su propia casa no podía ofrecerle. El movimiento constante, el anonimato relativo, y la capacidad de desaparecer cuando quisiera eran lujos que el dinero por sí solo no podía comprar.
Para un hombre que controlaba los hilos del poder desde las sombras, la vida nómada de hotel en hotel se había convertido en su firma personal, permitiéndole mantener ese equilibrio perfecto entre lujo y discreción que su posición requería.
―Pueden irse a descansar, yo me iré―anunció con voz autoritaria a sus hombres.
―¡Sí señor!―respondieron sus trece hombres al unísono, con sus voces ligeramente arrastradas por el alcohol que habían consumido durante la noche. Solo Leví y Franco permanecieron sobrios, listos para escoltar a su jefe.
Entonces, del restaurante salieron, con las mujeres cada una tomando un brazo de Absalón, con sus cuerpos presionándose sugestivamente contra él mientras caminaban hacia el ascensor.
En el ascensor, las bailarinas comenzaron a acariciarlo suavemente, con sus dedos trazando patrones sobre su pecho, sus cuerpos aún cálidos por la danza se presionaban contra él. Sus figuras esbeltas apenas le llegaban al pecho, por su imponente altura de 1.95 metros.
―Eres precioso, papi―susurró una de ellas, alzando su rostro hacia él con mirada seductora.
―Te vamos a compartir―murmuró la otra con voz provocativa, mientras sus uñas se deslizaban suavemente por su camisa.
Absalón las miraba desde su altura con un deseo oscuro y peligroso, con sus ojos azules brillando con una intensidad que hubiera alertado a cualquiera más observador. Ellas, en su inocencia y cegadas por la promesa de dinero fácil, no imaginaban lo que les esperaba. Sus preferencias íntimas iban mucho más allá de lo convencional, adentrándose en territorios que pocas podían manejar, y que habían hecho que algunas de sus amantes anteriores huyeran aterrorizadas.
Sin embargo, Antes de entrar a la habitación, Absalón se detuvo en el pasillo. Como era su costumbre antes de cualquier encuentro íntimo, le indicó a los gemelos que prepararan todo. Sus preferencias en el dormitorio eran tan específicas como su gusto por los trajes caros, y requerían una preparación meticulosa.
―Me fumaré un cigarrillo mientras espero―declaró, con su voz resonando en el pasillo de mármol, rebosante de una pasión oscura.
―Sí jefe―respondieron los gemelos al unísono―Vengan, pasen señoritas.
Las dos mujeres, aún con sus trajes de danza del vientre tintineando suavemente, siguieron a los gemelos al interior de la suite presidencial.
Entonces, en el lujoso pasillo de la suite presidencial, Absalón se detuvo frente al imponente ventanal de cinco metros que iba del suelo al techo. Desde esa altura privilegiada, la piscina brillaba con un resplandor azulado, y sus ojos captaron una figura femenina familiar cortando el agua con movimientos fluidos, por lo tanto, alzando una ceja mientras encendía su cigarrillo se preguntó:
―¿Será la maldita?―La pequeña llama del encendedor iluminó momentáneamente sus rasgos afilados y su sonrisa maliciosa.
Observó cómo aquella joven ella salía del agua y luego se zambullía de nuevo con la gracia de una clavadista profesional, su cabello azabache dejaba un rastro oscuro en el agua.
―Mmmm, creo que si es esa perra.
Algo en Sally, una mezcla de rebeldía y fragilidad que no podía explicar despertó en él un deseo irrefrenable de ir a verla otra vez, y de molestarla. Era algo inexplicable que iba más allá de querer recordarle quién mandaba realmente en ese lugar. Entonces, olvidando momentáneamente a las bailarinas que lo esperaban, se dirigió hacia la piscina con el cigarrillo entre sus dedos.
―Vamos a hacerle una visita.
Minutos más tarde...
El reloj marcaba casi las dos de la mañana, y el área de la piscina estaba desierta excepto por algunos empleados del restaurante que permanecían atentos a cualquier necesidad. Lo reconocieron de inmediato, después de todo, era prácticamente un residente permanente, y él correspondió con un saludo casual.
Entonces, el pelinegro de mirada maliciosa, divisó que algo que flotaba cerca del borde de la piscina: la parte superior del bikini de Sally, meciéndose suavemente en el agua como una bandera de rendición. Una sonrisa maliciosa curvó sus labios mientras daba una calada a su cigarrillo, contemplando si se había soltado accidentalmente o si ella se lo había quitado a propósito.
«¿Se lo quitó?»―pensó mirándola en el fondo de la piscina.
Se agachó para recogerlo justo cuando la joven Sally salió del fondo de la piscina. Ella estaba de espaldas, dándose cuenta de que su parte de arriba se había soltado y comenzó a buscarla frenéticamente, hasta que se giró y se encontró con la figura imponente de Absalón en cuclillas, sosteniendo su prenda entre sus dedos como un trofeo. Instintivamente, cruzó los brazos sobre sus senos generosos, con el pánico y la indignación mezclándose en su rostro.
―¿Buscas esto?―preguntó él con una sonrisa burlona, aunque sus ojos no pudieron evitar desviarse hacia donde ella se cubría, con el agua goteando por su piel bronceada.
―Ah…tú… idiota―escupió ella, con la rabia tiñendo sus mejillas de rojo.
―Parece que quieres esto, y como que te gusta exhibirte―su voz estaba cargada de malicia y algo más, algo más oscuro que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Sally.
Continuará...