Capítulo 3. Sally despierta la ira del malvado, Absalón

1375 Words
Sally tragó profundo, sintiendo como el miedo y la indignación batallaban en su interior. Sin embargo, acostumbrada a revelarse a su estricto padre, alzó su mirada desafiante hacia aquellos ojos glaciales. El pulso le martilleaba en los oídos, pero su orgullo herido fue más fuerte que su instinto de supervivencia. ―Si. Eres un idiota, tú tampoco me viste, y no quieres aceptar que fue un simple accidente―las palabras brotaron de sus labios con una valentía que sorprendió incluso a ella misma―tragó profundo porque, Absalón era intimidante. La expresión de aquel pelinegro se oscureció como una tormenta en formación. Los músculos de su mandíbula se tensaron visiblemente mientras procesaba la audacia de aquella diminuta joven mujer osaba desafiarlo. Para un hombre, criado en un ambiente hostil y despiadado, el cual había llegado al punto de asesinar a su propio medio hermano por una humillación tan simple como esconderle la ropa mientras se bañaba en un lago, dejándolo desnudo por dos horas, este desafío público era algo imperdonable. Pero la cosa fue peor cuando Sally lo provocó diciéndole: ―¿Q-qué vas a hacer? ¿vas a…pegarme? atrévete ―su voz temblaba ligeramente a pesar de su aparente valentía. Absalón mirándola con enojo le respondió: ―Já. Si te llegase a pegar, solo con un golpe podría matarte, pequeña perra―repitió aquella palabra que hirió a Sally, con cada sílaba goteando veneno. Su voz, profunda y amenazante, resonó en el silencioso restaurante como un trueno en una noche clara. Seguidamente, en la distancia, los quince hombres observaban la escena conteniendo el aliento, como espectadores de una obra de teatro que había tomado un giro inesperado y potencialmente fatal. La tensión asfixiante pesaba en el aire mientras contemplaban el enfrentamiento, conocedores de las consecuencias que podría acarrear. ―Mierda, esperemos que el jefe se controle y que no mate a esa chica... se ve joven y llena de vida. No me gustaría echarla en ácido mañana y más que toca cambiarlo― susurró uno de los hombres, el mismo que apenas unas horas antes había tenido que deshacerse de otros cuerpos en el contenedor de ácido. Sus palabras, fueron pronunciadas con una casual indiferencia que las hacía aún más escalofriantes, y revelaban la oscura normalidad con la que manejaban la muerte en su organización. ―Si, y no es fea, la condenada, daría lastima desaparecerla en ácido―comentó Franko, el gemelo más hablador, mientras se llevaba distraídamente unos maníes a la boca, con sus ojos fijos en el espectáculo que se desarrollaba frente a él. Mientras que Sally volvió a enfrentar a Absalón ya que, las palabras que él le dijo actuaron como gasolina sobre el fuego de la indignación de ella. ―¿Perra por qué? Yo me disculpé por lo que te hice. Lástima que no esté mi hermano mayor, o si no te golpearía por faltarme el respeto estúpido animal. En ese momento, los hombres de Absalón susurraron en voz muy baja: ―¡Uuuuy!―fue de manera colectiva con sus rostros haciendo una mueca la cual era una mezcla de fascinación morbosa y nerviosismo. Algunos se removieron incómodos en sus asientos, y otros intercambiaron miradas significativas. Franko, siempre el más empático de los gemelos, se inclinó hacia su hermano. A pesar de su trabajo en la organización, conservaba ciertos rasgos de humanidad que ocasionalmente afloraban en situaciones como esta. ―Leví, cualquier cosa yo iré a hablar con el jefe para que no le haga nada a esa chica. La pobre no sabe con quién se está metiendo. Leví, el gemelo más serio, le dijo en tono seco sin apartar la mirada de la escena, con su voz tan fría como el hielo: ―Es problema de ella. En esas tres palabras se condensaba toda la dureza que años de trabajo para Absalón habían cultivado en él. A diferencia de su hermano, Leví había aprendido a no involucrarse emocionalmente en las consecuencias de las acciones de su jefe. Entre tanto, Absalón y Sally mantenían un duelo de miradas tan intenso que casi generaba chispas en el aire. Fue entonces cuando uno de los trabajadores, pálido y nervioso, se acercó con una toalla de cocina, como quien ofrece un escudo contra un dragón furioso. ―Eh... señor Kravchenko, tome, disculpe el incidente. La... joven no lo vio― su voz temblaba ligeramente. Conocía bien a Absalón y lo volátil que se ponía cuando alguien osaba llevarle la contraria. Los ojos de Absalón no abandonaron a Sally ni por un segundo, su mirada era tan intensa que casi quemaba el aire entre ellos. «Ah, esta pequeña perra me provoca hacerle daño, pero hoy quiero relajarme. Le haré algo leve. Trataré de calmarme»― pensó él, mientras sus puños se cerraban involuntariamente. Ella temblaba visiblemente ahora, aunque su orgullo seguía manteniéndola erguida como una pequeña estatua desafiante, negándose a mostrar debilidad ante aquel hombre intimidante. ―¿Sabes qué? me largo, no voy a discutir con un idiota sin educación, como tú, es perder el tiempo―declaró ella, girándose para marcharse. Pero, fue su error fatal. Absalón, un hombre que no se detenía ante nada ni nadie del sexo que fuera, se movió con la velocidad de una serpiente al atacar. Su mano se cerró alrededor del brazo de Sally como un grillete de acero, y antes de que ella pudiera reaccionar, el frasco de aderezo que había estado acechando en su visión periférica se convirtió en un arma de venganza. ―Nadie me llama idiota... ni animal. El hombre derramó el líquido verde sobre el cabello azabache de Sally como una cascada viscosa, un acto de humillación calculada. ―¡Aaah! ―fue el grito de Sally mientras el aderezo frío se deslizaba por su cabello y cuello, una humillación pública que ninguna disculpa podría borrar. ―Estamos ahora igual. Yo estoy sucio y tú también―declaró él, con su voz cargada de una satisfacción cruel―Y llama a tu hermano… me encantaría hablar con él. La soltó con un empujón brusco que la hizo trastabillar, antes de él dirigirse con paso firme hacia su mesa, con su presencia ensombreciendo el ambiente. Los gemelos Leví y Franko se pusieron de pie instantáneamente, como marionetas tiradas por hilos invisibles, y su sincronización revelaba años de servicio incondicional. ―¡jefe, le buscaremos una muda de ropa!―exclamaron al unísono, con sus voces gruesas mezclándose en una sola nota de urgencia. ―Que sea rápido―ordenó Absalón, quitándose el saco manchado con movimientos controlados que apenas contenían su furia. La prenda, antes inmaculada, ahora parecía un lienzo caótico de rojo sobre azabache. Sin embargo, desde la distancia, Sally lo observaba con una mezcla de shock e indignación ardiente. Sus ojos, encendidos por la rabia, seguían cada movimiento de aquel hombre mientras se sentaba, con su mandíbula tensa como si estuviera conteniendo un rugido. El aderezo verde goteaba por su cuello, y cada gota era un recordatorio de la humillación sufrida. «¡Ah, imbécil, te salvas porque mi hermano no está!»―pensó ella, con sus dientes apretados con tanta fuerza que dolían. La sensación pegajosa del aderezo en su cabello n£gro solo alimentaba las llamas de su furia, y cada gota viscosa era un combustible más para su indignación. En ese momento, Absalón le dedicó una última mirada desde la distancia mientras se arremangaba lentamente su camisa n£gra hasta los codos, exponiendo sus antebrazos musculosos cubiertos completamente de tatuajes. Sus ojos azules brillaban con una promesa de que esto no había terminado. Era una mirada que había hecho temblar a hombres mucho más duros que ella. Pero Sally se mantuvo firme, aunque por dentro su corazón latía con la fuerza de un tambor de guerra, por el ritmo acelerado de la adrenalina corriendo por sus venas. En eso, uno de los gemelos se acercó silenciosamente a Absalón, ofreciéndole un vaso de whiskey añejo. Él, sin apartar la mirada de Sally, tomó el vaso y antes de llevárselo a los labios, murmuró con desdén: ―Te salvaste hoy. Solo hoy perra. Mientras tanto, Sally, furiosa por la humillación vivida, miraba a Absalón una última vez con rabia. «¡Que se cree este tipo!» Continuará...
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