Dentro de aquella lujosa camioneta blindada: INKAS Armored Mercedes-Benz G63 AMG, las voces al unísono de los gemelos serbios resonaron preguntando:
―Jefe, ¿qué sucede?―Ellos llevaron sus ojos brevemente en el espejo retrovisor, para mirar a Absalón y reconocieron en la postura de su jefe los signos de una tormenta inminente.
Y como era de esperarse, el impulsivo Absalón salió disparado del vehículo blindado.
―¡Jefe!―exclamaron los gemelos al unísono, pero el semáforo había cambiado a verde.
La imponente, figura de Absalón envuelta en aquel traje negr0 hecho a medida, se movía con la agilidad letal de una pantera entre los autos en movimiento. La luz verde iluminó la escena mientras los conductores, sorprendidos por la repentina aparición de este hombre de presencia magnética, y protestaban con una sinfonía de cláxones.
―Mierda lo van a atropellar―dijo Franko intentando salir, pero era algo peligroso pero, se debatía entre la urgencia de seguir a su jefe y la imposibilidad de moverse en el tráfico.
Sin embargo, Absalón quien no le temía a nada daba largas zancadas y su cabello largo ondeaba con cada movimiento, mientras sus ojos azules, ocultos tras las gafas Ray-Ban, no perdían detalle de Saleema. Cada paso que daba era calculado, preciso, como un depredador que ha encontrado finalmente a su presa después de una larga cacería. El caos se desató cuando un repartidor en bicicleta, con su uniforme rojo brillante, tuvo que frenar abruptamente y las pizzas volaron por los aires en una explosión de cartón y queso derretido, haciendo una lluvia de comida contra el pavimento.
―¡Mis entregas!―el grito desesperado del repartidor se perdió en el ruido urbano.
Mientras que, dentro de la camioneta blindada, Franko con sus ojos, dilatados con terror, reconoció de inmediato a la figura que su jefe perseguía por lo tanto, se giró hacia su hermano y le exclamó con urgencia:
―¡Creo que es la chica, Saleema Habitt―su voz tembló ligeramente―y el jefe tiene un arma y un cuchillo, los rezó esta mañana por si algo se le atravesaba!―las palabras cayeron pesadas en el aire, cargadas con el peso de conocer demasiado bien los rituales violentos de su jefe.
―¡Mierda, la va a matar hoy!―la maldición de Leví salió como un disparo mientras maniobraba el pesado vehículo, buscando desesperadamente un lugar para estacionarse.
Con movimientos precisos nacidos de años de experiencia, Leví activó el micrófono en su oído. Su voz, un susurro autoritario que cortaba el aire como una navaja, y comenzó a tejer una red de seguridad:
―Atención, perímetro completo. Unidad uno, tomen posición norte en la plaza central, vestíbulo principal de Bal Harbour. Unidad dos, cubran la salida este, cerca de las boutiques de lujo. Unidades tres y cuatro, distribuyan efectivos en las entradas principales―cada palabra era una pieza en un elaborado plan de contención―. Mantengan distancia y discreción absoluta―hizo una pausa calculada, el peso de la situación evidente en su tono―. Repito, máxima discreción. El jefe está en movimiento. Vio a un enemigo.
Leví maniobraba el pesado vehículo hacia un espacio disponible mientras Franco, con el rostro brillante de sudor, saltó del blindado apenas éste comenzó a detenerse.
―Iré a tratar de hacer lo que pueda―murmuró.
Mientras que, Absalón llegó al centro comercial y a través del elegante corredor del centro comercial, el hombre se desplazaba como una sombra mortal. Su cabello negr0 liso ondeaba con cada paso sigiloso, como resultado de años en el arte de la cacería humana.
Saleema, envuelta en su burbuja de privilegio e inocencia, se detuvo ante un mostrario que exhibía las últimas creaciones de algún diseñador europeo. Su voz, dulce como miel, flotó en el aire climatizado mientras se dirigía a su pequeño séquito:
―Necesito retocar mi maquillaje antes de almorzar―comentó, con sus dedos acariciando un mechón rebelde de su larga cabellera azabache.
Absalón se deslizaba entre la multitud adinerada con la gracia letal de una cobra real mientras sus ojos, tras los Ray-Ban, catalogaban cada gesto y paso de su presa.
«Ah, ya sé a dónde va la maldita»―pensó con malicia, ocultándose tras una de las palmeras decorativas.
Fingió hacer una llamada con su iPhone, mientras a su alrededor, mujeres de la alta sociedad interrumpían sus conversaciones para observarlo, cautivadas por su presencia imponente y ese aire de peligro que emanaba de él. Sin embargo, Absalón permanecía enfocado únicamente en su objetivo.
Por otro lado, Saleema, con un gesto despreocupado, golpeteaba suavemente el suelo de mármol con una de sus mini botas blancas de tacón Louboutin, creando un elegante contraste con su vestido rosa. Con la autoridad natural de quien ha nacido en privilegio, miró a su pequeño séquito y ordenó:
―Siéntense por ahí, no me voy a escapar, ustedes de igual forma tienen el dispositivo que mi padre les dio. Además, no pueden estar en el área del baño―se giró hacia su sirvienta―Vamos, Rita.
Rita, con una mueca de incomodidad, se llevó una mano al vientre mientras le extendía el bolso a su señora.
―Niña, Sally, ¿será que puede ir usted sola? Necesito... sentarme―su voz reflejaba el malestar de sus calambres menstruales.
―¿Tienes un calambre?
―Sí, me voy a tomar un analgésico. Pero no se preocupe, después que me lo tome, seguiremos con las compras, solo… deme estos segundos de descanso.
―Está bien, ya regreso, no te preocupes, hemos caminado por una hora―respondió Saleema con una sonrisa comprensiva, tomando el bolso.
―¡Oh, muchas gracias!―suspiró Rita con alivio visible.
Saleema se alejaba hacia los baños, con sus caderas meciéndose en un ritmo hipnótico mientras sus tacones Louboutin marcaban una melodía suave contra el mármol pulido. Su caminar, naturalmente seductor, era el resultado de años de clases de etiqueta y ballet, de que su padre Ismael la obligó a hacer, aunque ella permanecía ajena al efecto que causaba en quienes la observaban, en este caso, el pelinegro, Absalón. Sus guardaespaldas, entrenados pero ingenuos ante la verdadera amenaza, permanecían en sus posiciones, confiados en el falso sentido de seguridad que les proporcionaba el lujoso centro comercial.
Mientras que, Franko, desde su punto de observación estratégico detrás de una columna, sentía cómo el sudor frío recorría su espalda mientras observaba la escena desarrollarse como una tragedia griega. Sus ojos experimentados seguían cada movimiento calculado de su jefe, Absalón quien ahora se ocultaba con la precisión de un depredador alfa. El conocimiento íntimo que Franko tenía de cada rincón del centro comercial, propiedad de Absalón, solo intensificaba su ansiedad; cada pasillo, cada salida de emergencia, cada punto ciego de las cámaras de seguridad era un potencial escenario para lo que su jefe pudiera estar planeando.
―Mierda, ya se escondió, espero que no haga un desastre de sangre en esa zona cuando de seguro la acuchille con su navaja de Kiev―murmuró para sí mismo, impotente ante la escena que se desarrollaba frente a él. No podía cuestionar las acciones de su jefe, solo ser testigo silencioso―. Dijo que visitaría primero a la chica, pero… no se aguantó.
La joven Saleema caminaba distraída hacia el baño, con sus tacones resonando suavemente contra el mármol mientras una sonrisa iluminaba su rostro. Su grupo favorito de K-pop los G-KIDS acababan de anunciar un live y sus dedos se movían ansiosos sobre la pantalla del iPhone, completamente ajena al peligro que la acechaba.
―¡Oh, mis niños estan en live!
De pronto, todo sucedió en cuestión de segundos. Una mano fuerte como el acero se cerró alrededor de su brazo, arrancándola de su burbuja digital. Antes de que pudiera procesar lo que ocurría, otra mano cubrió su boca con firmeza, ahogando el grito de sorpresa que intentó escapar de sus labios y el teléfono resbaló de sus manos, cayendo sobre el piso con un golpe sordo.
Luego, el corazón de Saleema dio un vuelco violento al reconocer a su captor. Era él: aquel hombre imponente vestido en un traje negr0, con sus gafas oscuras y ese aire de peligro sensual que electrificaba el aire a su alrededor. La soledad de la escalera de emergencia pareció amplificar su presencia amenazante.
―Tú―susurró ella, alzando su rostro con una mezcla de temor y desafío. Sus ojos se encontraron con el reflejo de su propio rostro en aquellas gafas oscuras.
―Sí, otra vez yo―respondió él, con su voz grave resonando en el espacio confinado mientras cruzaba sus brazos musculosos. Comenzó a avanzar hacia ella con la gracia contenida de un depredador, cada paso medido y lento.
Saleema retrocedió instintivamente, con sus mini botas blancas resonando contra el piso de concreto. El eco de cada paso rebotaba en las paredes desnudas hasta que su espalda encontró la fría superficie de la pared. Estaba atrapada.
―Ah, ¿ahora qué quieres? ¿No te cansas de molestarme?―intentó que su voz sonara firme, pero un ligero temblor la traicionó, revelando el miedo que intentaba ocultar.
Absalón plantó una mano sobre la pared, cerca de su rostro con un golpe sordo que la hizo sobresaltarse.
―¡Aaah!
El calor de su cuerpo la envolvió mientras se inclinaba sobre ella, creando una jaula invisible con su presencia. El aroma de su colonia cara se mezclaba con un leve rastro de marihuana y algo más primitivo, más peligroso.
―¿Por qué me tuteas? Soy mayor que tú. Señor Kravchenko para ti―con un movimiento fluido se quitó las gafas, revelando aquellos ojos azules que la atravesaban como dagas de hielo. Su ceja alzada y la media sonrisa en sus labios transmitían una arrogancia que hizo que el estómago de Saleema se retorciera.
Ella tragó profundo, sintiendo su corazón martillear contra sus costillas. La proximidad de aquel hombre era abrumadora, con su presencia masculina invadiendo todos sus sentidos. A pesar de su arrogancia y brutalidad, algo en él, quizás esos ojos azules penetrantes o la manera en que su traje se ajustaba a su cuerpo musculoso, despertaba en ella sensaciones que se negaba a reconocer.
Pero se negaba a mostrar debilidad, luchando contra esa inexplicable atracción que la enfurecía tanto como la confundía:
―No mereces respeto como para no tutearte. Además, ¿qué es lo que quieres?―su voz salió más ronca de lo que pretendía, traicionando el efecto que él tenía sobre ella.
Continuará...