Capítulo 16. Entre el Odio y el Deseo (Parte: 2/2)

2581 Words
Fue entonces cuando el aroma de Saleema asaltó los sentidos de Absalón: una fragancia exquisita de rosas que parecía emanar directamente de su piel caliente, entrelazada con notas seductoras de jazmín y un toque dulce de vainilla. Era un perfume embriagador que despertaba en él un deseo carnal de acercarse más, de hundir su nariz en la curva de su cuello y aspirar profundamente esa esencia que lo estaba volviendo loco. «Huele bien»―se sorprendió pensando, con la realización golpeándolo como un puño en el estómago. Pero reprimió violentamente ese pensamiento traicionero que amenazaba con debilitar su resolución. Así que, carraspeó, intentando aclarar su mente de la niebla de deseo que el aroma de ella había provocado: ―¿Pues qué es lo que quiero? Una disculpa porque me golpeaste la otra vez, y a mí nadie me golpea―sus ojos azules, ahora oscurecidos por una mezcla de deseo y peligro, se clavaron en los de ella. La miraba como un depredador estudia a su presa, pero había algo más en esa mirada: un hambre que no tenía nada que ver con la venganza. Saleema mantenía su mentón en alto ante aquel gigante, aunque por dentro sentía que su cuerpo la traicionaba. La manera en que los ojos azules de Absalón la recorrían la hacía sentir como si estuviera desnuda, expuesta ante él, y una corriente eléctrica involuntaria recorría toda su espalda y… sus partes íntimas. Su cl¡toris palpitó un poco y fue por aquello, por la presencia de aquel hombre peligroso. Jamás había experimentado algo así; su padre siempre la había mantenido en una burbuja de protección absoluta, alejada de cualquier contacto masculino que no fuera familiar. A sus veinte años, siendo virgen, esta era la primera vez que un hombre la miraba con tal intensidad depredadora, despertando sensaciones en sus partes intimas que ni siquiera sabía que podía sentir. Era una mezcla perturbadora de miedo y una inexplicable atracción que la avergonzaba y enfurecía a partes iguales. Luchando contra ese torbellino de emociones desconocidas, le respondió: ―P-pues no me voy a disculpar, tú fuiste el que me faltó el respeto primero―sus ojos brillaban con desafío, intentando ocultar el temblor interno que la recorría cada vez que él la miraba de aquella manera tan intensa―. Además, ¿puedes superarlo y…dejarme en paz? ―No, no supero nada y apestas, perra. Qué asqueroso perfume es ese―mintió, Absalón intentando negar el efecto embriagador que su aroma tenía en sus sentidos. ―¿Que yo apesto? Já―giró su rostro con desdén, un movimiento que Absalón aprovechó para deslizar su mirada por el generoso escote de su vestido rosa mirando sus voluptuosos senos, donde la tela se tensaba suavemente con cada respiración agitada. Cuando ella volvió a enfrentarlo, sus ojos brillaban con indignación―: Yo no apesto, el que apesta eres tú, hueles a cigarrillo raro, sé de ese olor, mis hermanos fuman. Absalón, al escuchar "cigarrillo raro", dejó escapar una risa burlona que resonó desde su nariz, con el sonido rebotando en las paredes de concreto como el eco de una amenaza. Sus ojos azules brillaron con diversión maliciosa mientras la miraba desde su altura imponente, como un depredador jugando con su presa. ―Já, cigarrillo raro―repitió con burla, cada sílaba cargada de un desprecio que hizo que la piel de Saleema se erizara. ―Sí, y ya déjame en paz o si no, voy a llamar a la policía y te denunciaré por acoso―su voz intentaba mantenerse firme, pero el ligero temblor en sus palabras traicionaba su miedo creciente. Sus dedos se cerraron instintivamente alrededor del bolso, buscando una seguridad que sabía era ilusoria―. Le diré a mi papá y a mi hermano que un tipejo un viejo raro me anda acosando desde ayer. El rostro de Absalón se transformó en una máscara de burla cruel. Sus rasgos sensuales se contorsionaron en una expresión de burla al reconocer el discurso típico de una niña que siempre había sido protegida por su apellido y su dinero. Sus labios se curvaron en una sonrisa que no llegó a sus ojos gélidos: ―Le diré a mi papá y a mi hermano―repitió con voz aguda y burlona, con cada palabra goteando sarcasmo mientras se inclinaba más cerca de ella. Como un zorro experimentado que ha acorralado a su presa más codiciada. Su aliento, una mezcla de tabaco premium y marihuana, rozó el rostro de ella como una caricia amenazante―. ¿Como que viejo raro? La proximidad de su cuerpo imponente la hacía sentir pequeña, vulnerable, pero su orgullo pudo más que su miedo, aunque notó la forma en que él la miraba con ese deseo primitivo que solo un hombre experimentado puede mostrar, lo que envió una corriente eléctrica por todo su cuerpo, despertando sensaciones que nunca había experimentado. ―Sí, lo eres, te notas mayor que yo obviamente―respondió ella, intentando mantener firme su voz a pesar de que su corazón latía desbocado ante la cercanía de aquel hombre que la hacía sentir sensaciones tan contradictorias. Los ojos azules de Absalón se desviaron hacia los labios carnosos de Saleema, observando con hambre cómo se movían al hablar, y la forma en que su labio inferior temblaba ligeramente. ―Si, por eso es que tienes que respetarme y no tutearme, pequeña perra. Luego, soltó un suspiro exagerado que olía a tabaco caro y marihuana y su voz adoptó un tono falsamente conciliador que resultaba más amenazante que sus gritos: ―Bueno, hagamos las cosas políticamente. Arrodíllate y pídeme perdón por golpearme y te dejo en paz―cada palabra caía como una sentencia―. Si no, atente a las consecuencias. ―¿A qué consecuencias?―desafió ella, aunque su corazón latía tan fuerte que estaba segura que él podía escucharlo en el silencio de la escalera. ―No querrás saberlas―se alejó de ella un poco, y extrajo un cigarrillo de su traje con movimientos calculados ―. Ni sabes la paciencia que he tenido contigo maldita mocosa. Anoche, te habría mandado a comer mierda, pero te dejé ir―colocó el cigarrillo entre sus labios con deliberada lentitud, y sus ojos nunca abandonaban los de ella―. Arrodíllate. La mente de Saleema procesó sus palabras por un momento antes de que una risa incrédula, casi histérica, escapara de sus labios: ―Já. ¿Que yo me arrodille ante ti? Jajaja. ―Sí―la miró con una sonrisa que hizo que su sangre se helara―Tienes la boca pequeña―le guiñó un ojo mientras el metal pulido de su encendedor de oro Cartier captaba la luz. En ese momento, Saleema sintió que el calor subía a sus mejillas, con una mezcla de indignación y humillación haciendo que su mandíbula se tensara: ―¿Qué quisiste decir, que le dé una mamada a tu asqueroso pene para que me disculpe? ¿Por eso es que quieres que me arrodille? Absalón, encendiendo su cigarrillo con la calma calculada de quien tiene todo el poder, observó la pequeña llama, llevó su cigarrillo hacía ella, lo encendió, dio una calada profunda, saboreando tanto el momento como el tabaco premium, antes de inclinar su rostro hacia Sally. Sus ojos azules brillaban con malicia tras la cortina de humo que exhaló deliberadamente sobre el rostro de la hermosa morena. Ella parpadeó y arrugó la nariz con disgusto por el humo mientras lo veía con enojo. ―Pues tú lo dijiste―cada palabra salió envuelta en una nube de humo―¿Ves que eres una zorra barata?―una sonrisa cruel curvó sus labios mientras sacaba su billetera de cuero fino―. Te pagaré 100 dólares. Nah, es mucho, 80 mejor, me saldrás costosa. Enseguida, las mejillas canela de Sally se enrojecieron, llena de indignación y apretando su mandíbula le dijo: ―Otra vez con lo mismo. Jamás me acostaría contigo, con un maldito falta de respeto como tu. Eres un orangután―Saleema se acercó a él con pasos temblorosos pero decididos, con su voz subiendo de tono mientras la indignación sobrepasaba su miedo inicial. Sus ojos brillaban con una mezcla de rabia y humillación y continuó: ―No, un orangután no, porque los orangutanes son tiernos y bien portados―se corrigió, con su mente buscando frenéticamente el insulto perfecto mientras su pecho subía y bajaba agitadamente―. Eres un babuino, los primates más horribles de todos, eres uno de ellos. Absalón la observaba con la sonrisa calculada de un depredador, y el cigarrillo bailaba entre sus labios mientras saboreaba cada palabra furiosa que escapaba de aquella boca pequeña. Era esa misma boca la que, sin saberlo, comenzaba a convertirse en su nueva obsesión. Cada gesto, cada palabra desafiante que salía de esos labios rosados solo intensificaba su deseo carnal de hombre. Desde el momento en que la había arrastrado a este rincón apartado, su gran pene había respondido con una excitación incontrolable. Su gran virilidad estaba algo endurecida contra su voluntad, traicionando el control que siempre se enorgullecía de mantener. ―Oh, qué insulto, pequeña zorra―su tono destilaba un sarcasmo cruel que hizo que la sangre de Saleema hirviera aún más, al parecer le gustaba verla enojada. En eso, la rabia nubló completamente el juicio de la joven. Con un movimiento rápido, comprimió sus labios rosados y alzó nuevamente su mano, lista para marcar otra vez aquel rostro arrogante. Esta vez, sin embargo, Absalón estaba preparado. Su mano grande atrapó la muñeca delicada de ella en el aire, apretándola con una fuerza que hizo que el dolor se disparara por su brazo como una corriente eléctrica. ―¡Ah, maldito, me estás haciendo daño!―gimió ella mientras intentaba liberarse del agarre de acero. ―No te atrevas a alzarme la mano porque si no, te irá peor―su voz había perdido todo rastro de diversión, transformándose en una amenaza helada que prometía consecuencias terribles. ―¡Entonces, déjame en paz, imbécil, te odio, no sabes cuánto!―escupió las palabras como si fueran veneno, en donde cada sílaba estaba cargada con un odio visceral―¡Cada vez que te veo me das mala suerte! Absalón la soltó con un empujón brusco que la hizo tambalearse hacia atrás, con los tacones de sus mini botas blancas resonando contra el concreto mientras luchaba por mantener el equilibrio. Sus ojos azules brillaban con un placer perverso ante la mirada de odio que ella le dirigía, y obvio "El castigador" reaccionaba involuntariamente a la intensidad del momento, a esa rebeldía que lo excitaba más de lo que quería admitir. ―Entonces, ¿no te vas a arrodillar, boca pequeña? Mira cómo se te mueven las tetas al caminar―su voz sonaba ronca, casi animal, con el humo de su cigarrillo flotando entre ellos mientras sus ojos azules recorrían su cuerpo con descaro―. Andas provocando a los hombres por ahí. » Arrodíllate zorra, voy a una reunión dentro de unos minutos. Ya no puedo perder más tiempo contigo―cada palabra estaba cargada de una mezcla de deseo y desprecio, su tono dejando clara la amenaza implícita en sus palabras. ―No, jamás me arrodillaré―declaró ella con firmeza. En ese instante, años de peleas con sus hermanos Rubén y Farid afloraron en su memoria como un relámpago de inspiración. La técnica de defensa que Omar, su hermano mayor, le había enseñado una y otra vez durante tardes enteras de práctica surgió instintivamente en su mente. Aquellas sesiones de entrenamiento, que en su momento le parecieron excesivas, ahora cobraban un nuevo significado. Con la furia alimentando su valentía, se acercó a Absalón con movimientos calculados. Él, tan seguro de su dominio sobre la situación, sacaba su teléfono con arrogancia. ―Te tomaré una foto de recuerdo mientras te arrodillas―se burló él, con sus ojos brillando con malicia mientras sostenía el teléfono. Y antes de que él pudiera procesar sus intenciones, el puño pequeño pero decidido de Saleema se estrelló contra su gran virilidad endurecida con toda la fuerza que pudo reunir. En ese preciso instante, las palabras de su hermano Omar resonaron en su mente como un eco victorioso: "Esto es lo que nos debilita a nosotros los hombres. Es el dolor más horrible que podamos experimentar, cierra bien el puño" En ese instante, el cigarrillo cayó de los labios de Absalón en cámara lenta, mientras un gruñido gutural de dolor escapaba de su garganta. El gigante que momentos antes la había intimidado con su presencia cayó de rodillas ante ella, con su rostro contorsionado en una mueca de agonía pura. ―Ah... maldita―jadeó, doblado sobre sí mismo, con su dignidad tan herida como su virilidad. El hombre acostó en el piso con ese intenso dolor y Saleema le propinó una última patada despectiva con sus botas blancas antes de girar sobre sus talones. ―Idiota. Saleema corrió hacia la puerta, abriéndola de golpe con manos temblorosas. Sus tacones resonaban como un tambor de guerra por el pasillo mientras huía, con cada paso amplificando el eco de su escape desesperado. En su prisa por alejarse, no notó su iPhone con forro rosa que había caído frente a la puerta durante el forcejeo, quedando como testigo silencioso del encuentro. Emergió hacia el área principal del centro comercial corriendo, con su largo cabello azabache ondeando tras ella y sus senos balanceándose con cada paso apresurado. Al ver a su séquito, la adrenalina corriendo por sus venas le hizo gritar: ―Ya me quiero ir a casa, ¡vámonos!―el pánico se filtró en su voz mientras miraba sobre su hombro, temiendo ver la figura imponente de Absalón surgir en cualquier momento―. ¡Vamos, vamos!―urgió, su respiración agitada. ―Sí señorita―respondieron al unísono, desconcertados por su estado alterado pero acostumbrados a obedecer sin cuestionar. Franko, que había estado vigilando desde una distancia prudente, exclamó al ver a la chica huir: ―¿Qué pasó? Luego, él corrió hacia la puerta de emergencia, con sus pasos resonando en el corredor vacío. Pero antes de ir hacia donde estaba Absalón, sus ojos experimentados, entrenados por años de vigilancia, captaron inmediatamente el destello revelador del iPhone caído. El forro rosa con el nombre "Sally" brillaba bajo las luces del centro comercial como una señal. Lo recogió con rapidez, reconociendo instantáneamente el valor que podría tener ese objeto más tarde. Con el teléfono asegurado en su bolsillo, abrió la puerta de emergencia y la imagen que encontró lo dejó paralizado: Absalón, el hombre que había visto enfrentar balas sin pestañear, yacía en el suelo retorciéndose en una agonía que nunca le había presenciado. ―¡Aaah!―el gruñido de dolor resonó en el espacio confinado. ―¡Jefe!―la preocupación tiñó la voz de Franko mientras se acercaba. ―Aaah―Absalón seguía sujetando su entrepierna, con su rostro contorsionado en una mueca de dolor puro. Como su pene estaba algo endurecido, el impacto del golpe pequeño pero certero de Sally, multiplicó el dolor, haciendo que la agonía fuera tres veces más intensa que si hubiera estado en estado normal o flácido. ―Esa… maldita zorra ahora sí que me las va a pagar―su cara estaba enrojecida y su voz, aunque debilitada por el dolor, llevaba otra promesa de venganza. Continuará...
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