Capítulo 6. Una esposa virgen para, Absalón (Parte: 2/2)

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―Claro que no me robaron ―espetó ella con orgullo herido―. Yo conozco a la diseñadora, Anna de las Casas para tu información. ―Te robó ―respondió él con cruel desdén―. De todas maneras pareces una perra barata. En ese momento, Sally luchaba por mantener su dignidad en aquella situación comprometedora. Sus brazos apenas lograban cubrir sus generosos pechos, y aunque estaban solos en la piscina a esa hora de la noche, la presencia intimidante de Absalón la hacía sentir más expuesta. Necesitaba sus manos para impulsarse sobre el borde, pero liberarlas significaría exponerse completamente ante su mirada penetrante. La escalera se burlaba de ella desde la distancia mientras el viento frío de la noche erizaba su piel mojada, aumentando su vulnerabilidad. ―¿Perra barata yo? ¡Jajaja! ―su risa desafiante contradecía su posición vulnerable en el agua―. Eres un patán asqueroso. No vale la pena discutir con basuras como tú. ―Já ―la brevedad de su respuesta destilaba arrogancia. Absalón, alto e imponente contra el cielo nocturno, observaba con cruel diversión la lucha de la morena por mantener cubiertos sus generosos pechos mientras intentaba conservar su dignidad. El humo de su habano se elevaba en espirales perezosas, y una sonrisa burlona jugaba en sus labios mientras la devoraba con la mirada desde su posición ventajosa. Sus ojos azules recorrían sin pudor la figura expuesta ante él, mezclando malicia y deseo en cada mirada perversa. El reflejo azulado de la piscina danzaba sobre sus rasgos afilados, acentuando su aire depredador mientras disfrutaba del espectáculo íntimo que se desarrollaba ante él en la soledad de la noche. «Quiero verle los pezones marrones a la zorrita»―pensó con lasciva crueldad. Ella podía sentir el peligro emanando de aquel hombre. Su presencia intimidante y aquella mirada de pervertido la hacían sentir como una presa acorralada. «¡Ah, porque no sé va, este loco. Es sexy, pero...ya me tiene harta!» ―¿Qui-quieres largarte? ―su voz temblaba entre la rabia, el miedo y la humillación. Sus ojos oscuros brillaban con furia contenida mientras lo miraba desde el agua, dolorosamente consciente de su vulnerabilidad ante aquella mirada invasiva que parecía desnudarla aún más. Él dio una larga calada a su habano, saboreando el momento antes de responder. El humo escapó de sus labios junto con sus palabras: ―No. Este hotel, como todos los de este estado, es mío ―declaró con arrogancia―. Más bien, si me da la gana puedo echarte de aquí. Ella lo miró con una mezcla de incredulidad y desprecio. Resignándose a su situación, comprendió que tendría que nadar hasta la escalera, exponiéndose aún más a su mirada burlona. ―¿Tuyo? si inventas ―se burló, encontrando valor en su propia indignación―. Con ese aspecto de vampiro gangster, no lo creo. Mi padre es dueño de muchos edificios en este estado también y yo conozco a todos sus contactos influyentes y jamás te he visto a ti, idiota. ―Já ―la risa de Absalón fue breve y amenazante. Sus ojos azules brillaron peligrosamente mientras daba otra calada al habano, y el resplandor rojo del fuego del habano al aspirarlo iluminó momentáneamente sus rasgos. Exhaló el humo lentamente, dejando que la tensión creciera antes de sentenciar―: Te echaré. ―Idiota ―masculló Sally antes de hundirse en el agua fría. Sus movimientos eran gráciles mientras nadaba hacia la escalera, con el agua ondeando a su alrededor. Absalón permaneció inmóvil, como una estatua tallada en la noche, con sus pies clavados en el suelo mientras el humo de su habano danzaba en el aire. En su mente resonaba el recordatorio de las dos mujeres que lo esperaban arriba, pero algo en esta pequeña mujer rebelde ejercía una extraña fascinación sobre él, manteniéndolo cautivo. «Repito, la maldita enana no es fea»― pensó, con sus ojos azules siguiendo cada uno de sus movimientos con intensidad depredadora. Ella salió del agua como una sirena, con gotas cristalinas resbalando por su piel bronceada mientras sus manos luchaban por contener sus abundantes pechos. La luz de la piscina a esa hora de la madrugada, acariciaba cada curva de su cuerpo, creando un espectáculo hipnótico. Caminó por el borde opuesto con dignidad fingida, cada paso haciendo que su cuerpo mojado se moviera de manera involuntariamente seductora. Desde la distancia, le lanzó una mirada cargada de desprecio a Absalón que solo sirvió para excitarlo más. El legendario miembr0 de veintisiete centimetros del mafioso respondió ante aquella provocación involuntaria, despertando un poco con interés mientras observaba el agua resbalar por las curvas de aquella mujer desafiante. La siguió con la mirada mientras ella se dirigía hacia su silla donde la bata del hotel esperaba, dejando un rastro de deseo en los ojos hambrientos de Absalón. Absalón, movido por un impulso que ni él mismo comprendía, la siguió con pasos deliberadamente lentos, con el humo de su habano creando una estela fantasmal tras él. Mientras que ella estando de espaldas, tomando su bata para cubrirse murmuró: ―Ah, ahora este idiota no me deja en paz ―ajustaba el nudo de la bata con dedos temblorosos―. Debí haberme ido al aeropuerto directo cuando salí de casa, como me dijo Omar. Al terminar de amarrar su bata, ella se volteó y se encontró con Absalón a escasos centímetros. Su corazón dio un vuelco, y se quería salir de su pecho, cuando alzó la mirada y se encontró con aquellos ojos azules intensos y pervertidos. Con cruel lentitud, él exhaló el humo guardado directamente en su rostro, provocando que sus ojos ardieran y su garganta se cerrara en un ataque de tos. ―¡Idiota! ―logró exclamar entre toses. Aprovechando su momento de vulnerabilidad, Absalón la empujó con calculada fuerza a la piscina. El grito de sorpresa de Sally se cortó abruptamente cuando su cuerpo golpeó el agua. Mientras él, con paso tranquilo, él se dirigió hacia las pertenencias, de ella encontrando la llave reveladora. Se sentó en la silla que ella había ocupado momentos antes, como un rey en su trono improvisado. ―Suite 702 ―anunció con satisfacción maliciosa, dando otra calada―. Te mandaré a sacar. ―¡Oye! ¿Pero qué te pasa? ¿Por qué me tratas así? ¿Qué te he hecho? ―protestó ella, luchando contra el peso de la bata mojada―. ¡Eres un estúpido animal que no sabe tratar a las mujeres! Como invocados por la tensión del momento, el gerente del hotel apareció acompañado por dos guardias de seguridad. Sus rostros se transformaron al ver a Absalón, inclinándose en una reverencia que revelaba tanto respeto como temor. ―Buenas noches, señor Kravchenko, cómo... se encuentra ―el nerviosismo era evidente en la voz del gerente. ―Bien ―respondió Absalón con indiferencia estudiada. ―Usted disculpe, jeje, pero... venimos por esta joven... Su identificación es falsa. El recepcionista revisó y su número de documento no existe. Tracy Chapman es una cantante ―añadió con desprecio apenas velado―. Para la próxima invéntese otro nombre, señorita. El rostro de Sally palideció visiblemente bajo su bronceado. «¡Mierda!»―pensó, con el pánico comenzando a trepar por su espina dorsal. ―Salga de la piscina, por favor ―ordenó uno de los guardias. Absalón se acomodó en la silla con estudiada arrogancia, con sus piernas abiertas en una postura que emanaba tanto sensualidad como dominación. La luz de la piscina acentuaba sus rasgos bien esculpidos, mientras una sonrisa sarcástica jugaba en sus labios. Sus ojos azules brillaban con malicia y picardía al observar la situación. ―Sí, sáquenla ―ordenó con un deleite cruel que contrastaba con su pose relajada―. No queremos a personas de dudosa procedencia en nuestro hotel. Sally, aún en el agua, le lanzó una mirada que podría haber envenenado un océano. Su cabello negr0 se pegaba a su rostro, haciendo que sus ojos oscuros brillaran con más intensidad en su furia. ―¡Tú te ves más de dudosa procedencia que yo, idiota! ―¡Oiga, no le hable así al señor, respete jovencita! ―intervino el gerente, para adular más a Absalón. Absalón, sin perder su postura dominante, clavó su mirada en ella. El humo de su cigarro se elevaba como una cortina etérea mientras pronunciaba cada palabra con deliberada malicia: ―Levántenle cargos. También es una exhibicionista. Estaba nadando desnuda. En… un ambiente familiar. ―¡Claro que no! ―su voz tembló entre la indignación y el miedo creciente― Mi parte de arriba se me cayó y cuando me di cuenta, la iba a agarrar, pero este señor la lanzó ―la desesperación comenzaba a filtrarse en su tono. ―Señorita, el señor Kravchenko no haría algo así, salga de la piscina por favor. Cometió dos delitos. En eso, el terror comenzó a reemplazar la rebeldía en sus ojos, su máscara de bravuconería se desmoronó ante la amenaza de exposición ―¡Bueno, está bien, está bien, me retiraré! ¡Pero no llamen a la policía, por favor! Pero fue entonces cuando su verdadera pesadilla tomó forma: desde lejos nuevas figuras, guardias de seguridad cuyas siluetas ella conocía demasiado bien venían. ―¡Ay no! Corrieron y se acercaron hasta el área de la piscina, junto con el recepcionista, que llegó sin aliento. ―Disculpen…estos… hombres no me hicieron caso ―jadeó el empleado. ―Señorita Saleema ―el nombre árabe de ella puesto por su madre iraquí, que significaba (En paz) resonó en la noche como una condena, cada sílaba un recordatorio de la identidad que había intentado ocultar―, debe venir con nosotros. En ese momento, Absalón, quien hasta entonces había estado disfrutando del espectáculo con maliciosa diversión, frunció el ceño ante la escena que se desarrollaba frente a él. El drama inesperado con los guardias iraníes había transformado su entretenimiento cruel en algo más complejo e intrigante. «Mmmm, esos guardias los conozco. ¿Porque se la quieren llevar? »―pensó. Pero luego, la voz de Leví, uno de los gemelos serbios, interrumpió sus pensamientos: ―Señor, ya... las mujeres lo esperan. Estan listas. Continuará...
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