Parte dos: Capítulo XXVI: Las lágrimas de un par de demonios de ojos violetas

1073 Words
En el sólido terreno que yace bajo sus pies, la tensión entre Ellinore y Ansgar alcanza un punto culminante, como una tormenta que amenaza con desatar su furia sobre el más pequeño y desprotegido de los hombres. ¿Acaso el suelo tiembla bajo el peso de sus disputas, o son simplemente las voces elevadas que reverberan en el aire, creando una atmósfera casi bélica? —¡No soy el culpable de todo esto, Ellinore, nos vieron la puta cara a los dos, Piero y el maldito de Zazas lo hicieron! —devuelve el golpea a la azabache que segundos antes se había ensañado con el. Los gritos resuenan como truenos, cada palabra arrojada con furia, escupiendo el veneno que los estaba ahogando y la angustia que estaba calcinando sus huesos, agotándolos poco a poco. Un sabio se cuestionó alguna vez, ¿si es la discordia entre los hombres de carne y hueso una manifestación de viejas heridas o solo la chispa que enciende levemente antes que la lluvia llegue y dé calma?, ahí una pregunta difícil de responder en este momento de sus vidas. Las acusaciones, afiladas como flechas, cortan el espacio entre ellos una y otra vez, convirtiéndose en ocasiones en golpes. —Escucha… —jadeante, realmente agitada mira a su hermana, quien se detiene. —La evidencia era clara, al menos así la hicieron ver. —traga con fuerza. —Y yo le dije…. —su voz tiembla finalmente. —Yo le dije cosas que nunca debí decir todo lo que dije Ellinore. —No eres el único arrepentido aquí, no te hagas el mártir. —da un par de pasos atrás y mirando al cielo nocturno cierra los ojos y respira hondamente. Con la mirada vacía y cansada, niega con su cabeza, para luego voltear y acerca a su hermano. —Haz lo que quieras, haz lo que putas quieras, porque de ahora en adelante no volveré a creer en tus malditas palabras, porque mi peor error fue nunca haberlas puesto en duda. —escupe junto a una sonrisa con ojos llenos de lágrimas. —Hermanito. —Lanza un carcajada y se aleja rápidamente de la pista, secando su rostro. Mientras tanto, los testigos en silencio observan con inquietud a ala espera de poder despejar la zona. Pero Ellinore y Ansgar, envueltos en su propia tormenta helada, parecen ajenos al mundo que los rodea, cada uno aferrado a su posición, cada uno en sus mundos oscuros y en llamas, cada uno odiándose a sí mismos. Aun así debajo de la superficie de sus palabras sangrantes, se puede vislumbrar la fragilidad de dos almas caídas del cielo sintiendo dolor uno que pensaban no volvería a sentir, no después de la muerte su madre. ¿Podrán encontrar una salida del laberinto lleno de roca roja caliente, o están condenados a dejarse consumir por la tormenta que han desatado por haber sido engañados por quienes siempre les han deseado el mal? Solo el tiempo lo dirá. —Mierda. —masculla débilmente el rubio alborotado y cansado. Ansgar queda solo en la pista pesando sobre él como una losa la espada que solo un demonio podría construir para su propia destrucción. ¿Acaso aquella party de el aquella que siempre tomo como su mejor armadura solo le traiciono? —¿Cómo llegamos a esto? —murmura Ansgar consigo mismo, su voz apenas audible en la noche, mientras sonríe débilmente, una sonrisa llena de dolor. Se pasea de un lado a otro, sintiendo el eco de la discusión resonar en su mente. La culpa lo atormenta. Cada palabra de Hans y Harry se repite en su cabeza como un eco insistente. Busca respuestas en las estrellas que brillan sobre él, pero estas permanecen inmóviles, indiferentes ante su desesperación. —¿Qué podría haber hecho de manera diferente? —se pregunta en voz alta, como si las estrellas pudieran proporcionarle alguna guía. La brisa nocturna lleva sus palabras, dispersándolas en el silencio de la pista desierta, maneando su cabello y limpiando su rostro ligeramente. —Pude haber hecho tanto. Ansgar cierra los ojos, intentando encontrar claridad en medio del caos. La imagen de Hans y Harry escapando se reproduce una y otra vez en su mente. La sensación de impotencia se apodera de él. —Debería haber sido más firme. Debería haber anticipado esto. —se reprende a sí mismo, sintiendo el peso del dolor aplastarlo. —¿Por qué me dejé llevar de tanta ira? ¡¿Por qué madre por qué tu hijo es tan impulsivo?! —pregunta al cielo, lleno de rápida. —¿Por qué…por qué te fuiste tan pronto madre? —deja que las lágrimas se deslicen una tras otras. —¿Por qué permitiste que papá no convirtiera en esto? —tapa su rostro y se deja caer en el pavimento finalmente. El peso de las decisiones mal tomadas se asienta en sus hombros como la cruz que Jesucristo tomó creyendo que así salvaría al mundo de un peligro que al final llegó. Ansgar sabe que enfrentará consecuencias, pero aún no puede vislumbrar la magnitud de las mismas, nadie puede hacerlo. Mientras tanto, el silencio de la noche envuelve sus pensamientos, agotándolos, causando que el sollozo se intensifique en momentos y en otros solo desaparezcan por minutos. “¿Tanto miedo tenía a ser herido por el amor mismo? Soy un bastardo que acaba de romper el corazón del hombre que amo y… solo obtuvo lo que tanto temía y guardaba con recelo, solo una profecía autorrealizada por mis propias acciones”, piensa sollozando nuevamente. La desesperación y la tristeza se entrelazan en su corazón, mientras busca respuestas en un cielo que parece permanecer indiferente a su dolor. —No. —respira hondo y cierra sus ojos. —Hans, no, no voy a huir de nuevo, nunca más. —abre sus ojos finalmente, dilatados, entre lágrimas. —Voy a buscarte hasta el fin del mundo porque… —sus ojos se llenan de lágrimas. —Joder, amo perdidamente a ese hombre. —cierra sus ojos, dejando caer al mismo tiempo su cabeza, sonriendo entre el dolor. En la penumbra eterna, donde los corazones yacen rotos como frágiles cristales, Ansgar se arrodilla, testigo de su propio sufrimiento, mientras las sombras de la mafia proyectan un futuro incierto. ¿Será este el trágico final de su relato, o hay, acaso, la posibilidad de una redención en la penumbra de sus propias desdichas?
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