Parte uno: Capítulo XXVII: Le Firenzes

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Los Firenzes son como fieras acechantes, elegantes en su vestir, pues ocultan su veneno detrás de sonrisas y mentiras. En ocasiones fueron tratados como una organización débil, habladora, pero cada una de sus hazañas fue confirmada, silenciando a aquellos que se burlaban de su accionar. Así fue como nació indudablemente la mafia a lo largo de los años, comenzando en el siglo XVIII y perdurando en el tiempo con altibajos, hasta que en 1921 llegaron los De Santis y los colocaron en el podio, logrando sin duda alguna el control político y económico del país italiano. Durante más de 70 años han estado en guerra con Los Paladines del Norte, buscando poder al ser una de las mafias más temidas, tanto así que incluso la temida Lisovik, dueña de Rusia, solicitó su ayuda para liberarse de los turcos. —Aún no entiendo la moneda negra. —suspira y toma un trago de whisky irlandés que uno de los camareros había dejado en su mesa minutos antes. —No tienes que entenderlo, simplemente nuestra gente ha liderado la mafia mucho antes de que siquiera tú y yo existiéramos, y no voy a explicártelo. —toma un sorbo de vino y observa los ojos del anciano frente a él, esos ojos grises que lo observan con una calma que a otros les resultaría aterradora, propia de Juan Pablo De Santis, mantener la calma y luego desatar el infierno. —Deja de hacerlo. —¿Qué? —Deja de limpiarte las manos, todo está limpio. —Qué observador eres. —sonríe con suavidad y guarda con cuidado el pañuelo en el bolsillo de su pantalón. —Ahora entiendo de dónde salió el TOC de tu hijo, y lo más lamentable es que se haya fijado en mí. —suspira. —Ah, y no por ser yo, no lo culpo, simplemente no es mi tipo. —Eso veo. —relame sus labios. —Ahora, dime. —¿Sigues dispuesto a negociar? —No. Ansgar, visiblemente molesto, se levanta de golpe de la mesa y la golpea con fuerza. El estruendo del golpe resuena en los oídos del italiano, quien sonríe furioso al igual que su hijo, y sacando el pañuelo, se limpia los labios después de haber tomado otra copa de whisky, captando la atención de todos los presentes al voltearse lentamente y observar la espalda del joven. —Vete de mi ciudad, bastardo. —se detiene y voltea con parsimonia. —Te juro que si tocas un pelo de mi gente, sí, sabes de quiénes hablo, te mataré yo mismo. —¿Estás seguro de que me matarás a mí? —No me gustan tus mensajes encriptados. —Te gustarán. —Sigue soñando, maldito saco de cuero. —dice Ellinore sin expresión alguna desde el costado de la entrada. —Dile a la maldita puta que tiene por hijo que deje de tener las nalgas tan calientes por mi hermano y que busque otra cosa en qué enfocar su obsesión. —se retira con suavidad mientras estira sus brazos y sonríe complacida. —Vamos, hermano, debo visitar a alguien que estos bastardos intentaron matar. —¿Qué dijiste? —voltea rápidamente y observa al joven Piero que se atraganta y baja su mirada. —Maldito hijo de puta. —dice con evidente asco y rabia. Acaricia sus sienes y respira hondo cerrando los ojos. —Tú pagarás todo el tratamiento del chico, Juan Pablo. —mira a su hermana y asiente para que ella se tranquilice. —Tengo que hacerlo, o si no tu hermana matará a mi hijo. —Así es. —dice con suavidad. —Piero, tú y yo hablaremos. —carraspea y observa a su hijo con una suave sonrisa. —Vamos, hermana. —toma el brazo de la mujer de cabello azabache y la arrastra. —Cálmate, cálmate. —observa con tensión el rostro completamente rojo y enfurecido de su hermana. —De verdad me da miedo cuando estás enojada, ¿contenta con la afirmación? —Te odio por hacerme reír. —ríe y acaricia el cabello de su hermano, para luego entrar rápidamente al auto. Pocos momentos después, su hermano también entra. —Vámonos de aquí. Alex, directo al hospital, probablemente Hans esté allí. —No intentaron matarnos, pero claramente intentaron hacerle daño a personas que claramente no saben cómo se mueve nuestro círculo de vida. —suspira y relame sus labios, pensativo. —Si no haces algo para controlar a ese maldito hijo de puta, lo mataré yo misma. —¿Acaso te enamoraste de Harry? Ese tipo es una molestia… —observa a su hermana y su sonrisa desaparece poco a poco. —No me jodas… —Vete a la mierda. —Dime, dime, ¿en qué momento sucedió? —se acerca a su hermana. —No me empujes, dime. —Déjate de tonterías. —aleja ligeramente su rostro abochornada. —Estás sonrojada. —Tengo rabia, eso es todo. —Ajá, sí, y yo soy Spiderman. —rompe a carcajadas sorprendiendo a la azabache. —¿Y desde cuándo te ríes así? Da miedo. —se aleja de manera exagerada. —Porque yo sí estoy enamorado, idiota. Ay, cómo es de duro. —¿Para tu orgullo? Claro que sí. —empuja la mano del contrario que pellizca su estómago. —Déjame, pendejo. —Dime la verdad y te dejo. —Vete al carajo. —ríe junto a su hermano, algo que había dejado de hacer hace años, desde que su madre se fue de repente. Durante el viaje, la ansiedad y la desesperación se estaban comiendo las uñas y la paciencia de la joven mujer, que impaciente, golpeaba la ventana del auto una y otra vez con lentitud, denotando su frustración contenida. Finalmente, Ansgar y Ellinore bajan rápidamente del auto que se parque en el lugar incorrecto a petición de la joven que baja cual experta de guerra del auto en movimiento y corre rápidamente e irrumpe en el prestigioso Hospital William Campbell, un nombre que rinde homenaje al destacado médico parasitólogo y microbiólogo de Belfast, Irlanda del Norte.
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