Capítulo XXVI: Tengo mi amor para mantenerme cálido

1188 Words
Por otro lado, en el magnate de ojos violetas se cuestiona constantemente qué propósitos tenía la visita de Le Firenzes, pues claramente es extraña su presencia, si bien siempre se han presentado con el propósito de obtener una o más de las franquicias de la familia Rockefeller, pero algo le estaba generando un mal sabor de boca y lo que causaba mayor irritación a sus sentidos es el hecho de no tener una pista, aunque sea mínima, de la hecatombe que se acercaba. A sus ojos se lanza con suavidad, despertando de la distracción mental y observa aquella majestuosidad levantada sobre muertos y con platos inigualables. A las afueras del Il Segreto del Vesuvio, un restaurante italiano de renombre en la ciudad de Belfast, se alza poderosamente y cubre todas aquellas perspectivas visuales con el fin de atrapar las miradas lo que significa en otras palabras dinero, ¿y por qué no?, el dinero es bien gastado cuando pruebas platos tan originales sintiendo a Nápoles en tu paladar. —Señor, ya hemos llegado, ¿desea que lo acompañe? —No, déjame aquí. Los muchachos deben estar esperándome en el restaurante. —suspira con suavidad y observa con una sonrisa ladina el auto de su hermana mal estacionado. —Veo que mi hermana también. Con elegancia sale del auto, siendo atrapado por los ojos de los comensales que se detienen con curiosidad para admirar su belleza e imponencia. Como si se tratase de un lugar al que fuera todos los días, el señor Ansgar observa la fachada del restaurante revestida de hermosa piedra volcánica, en un guiño al imponente monte Vesuvio que se erige majestuosamente en la amada Italia y que traen a él recuerdos, recuerdos llenos de sangre, “Qué bastardos tan buenos para diseñar”, piensa y admite con honestidad. Frente a él la inolvidable puerta de madera maciza, tallada con intrincados motivos florales en homenaje a la tragedia en Florencia y el respeto hacia las puertas doradas que salvaron al pueblo italiano, se abre hacia un vestíbulo en penumbra, donde una iluminación sutil realza el aura misteriosa de aquel santuario culinario y hace que sus alarmas se activen y las habilidades obtenidas durante el entrenamiento a los largo de los años en el ejército y otras redadas ilegales, se mantengan en las puntas de sus dedos ante cualquier amenaza. —Señor, por aquí por favor. —Un camarero de rostro afable le habla con suavidad y finura. —El joven Piero lo está esperando. —¿Perdón? —frunce el ceño evidentemente enojado. —A quien debo ver es a su padre, no habla con mocosos malcriados. —escupe aquellas palabras. —furioso, camina rápidamente entre pisotones. Aquello sin duda le ha colmado la paciencia al ser engañado. Al cruzar el umbral sin perder el porte, se sumerge en un oasis de elegancia mientras los ojos asesinos de aquellos aliados le miran de un lado y del otro, le miran con temor y al mismo tiempo rabia, pues claramente nada se compara al hijo de un Rockefeller, al jefe de Los Paladines del Norte. —¡Oh, amado mío!, observa Il design de interiores combina elementos clásicos y contemporáneos con maestría. —Aquel de cabello pelirrojo precioso y ligeramente largo, sonríe con aquellos ojos gatunos mientras recita, dramático y retador sentado en el sofá del salón privado, palabras que a su parecer describen la belleza de su negocio, sí, su negocio. — ¡Ma guarda, amore mio!, las paredes, tan preciosas como siempre, son revestidas con paneles de terciopelo rojo profundo que contrastan con detalles en oro y madera noble, creando una atmósfera de lujo y sofisticación, como yo, tan perfecto como siempre he sido. —observa aquellos ojos violetas que lo miran enfurecidos. Muerde su labio y relame los mismos, sonriente. —Una mezcla de lámparas de araña deslumbrantes y… —camina con parsimonia hasta colocarse frente a frente al hombre más temido de Belfast y el mundo. —...luces indirectas suavemente iluminan el espacio, otorgándole un toque íntimo y acogedor. —Ahora resulta que te encanta describir restaurantes, ¿te lo pedí? — pregunta sin inmutarse ni un poco. —De verdad que aquella frase tiene la verdad rebosante… —acerca su rostro al contrario con intención de provocarlo. —Cari conosciamo, malattie mentali non sappiamo. —Caras conocemos, enfermedades mentales no sabemos. —Con parsimonia, camina hasta llegar a la mesa principal, dejando tras de sí al joven pelirrojo con una sonrisa llena de furia. —Luciano Piero, ¿qué diablos haces en Belfast? —pregunta y suspira profundamente. —La verdad estoy cansado, así que no quiero saber nada de tus niñerias. —¿Quién es la pequeña zorra con la que estás ahora? —Primero no es una pequeña zorra. —alza sus cejas restando importancia. —Segundo, ¿ a ti en qué te afecta? —frunce el ceño curioso. —¿No fui claro hace un par de años? —Tú… —se voltea y lo señala sintiendo su mano temblorosa. —Dijiste que no te gustaban los hombres. —Sí, es correcto. —toma un poco de vino Vendetta Ardente y cerrando sus ojos al instante con suavidad, su paladar saborea las cerezas negras, ciruelas jugosas y regaliz, las cuales entrelazan con taninos firmes pero refinados. —¡¿Entonces por qué mierdas?! —Ay, no, no, deja de gritar. —alza su mano con suavidad. Lanza un chasquido y relame sus labios. —Sigo con la misma idea, pero ahora remasterizada. —observa sus ojos rojizos observarlo junto a un rostro pálido producto de la ira. —No me gustan los hombres, me gusta uno solo, perra. —dice con total normalidad, con aquella indiferencia que tanto hace enojar al joven Piero. —¡Aja! —empieza a reírse junto a la irritación. —Me pregunto, ¿qué harás si…? Ah… La respiración del joven es cortada por las fuertes manos del magnate que aprieta con furia mientras sus ojos gélidos lo observan. Aquella lucha de miradas crea una tensión palpable en el aire. La energía que los rodea es cargada y llena de un posible enfrentamiento a mano armada entre ambas bandas criminales. Los ojos de Ansgar se clavan en los de Piero, desafiándolo a decir una palabra más sin decir una palabra. —Dilo, di una palabra más hijo de puta y juro… —¡Basta, smettetela di fare bambinate! —Juan Pablo De Santis, el mismísimo demonio italiano aparece al costado de ambos desde la entrada, escoltado por su gente, la cual se dispersa dentro del salón. —Suéltalo. —dice con suavidad. —Solo si me prometes internar a ese maldito enfermo en un psiquiátrico. —suelta al chico y lo empuja con fuerza. —Se cree muy importante solo por manejar un restaurante. Buscate una vida. —suspira y se retira a la mesa nuevamente como si nada hubiera pasado. Así son los Rockefellers. —Hablemos ahora hijo. —No soy tu hijo, bastardo. —sentencia con aquellos ojos violetas que causan que algunas gargantas se atraganten temerosas. —Ahora sí, hablemos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD