Parte dos: Capítulo II: Está lloviendo, ¿a quién le importa?

1389 Words
El ambiente opresivo del despacho parece cerrar las puertas tras él, lo persiguen, lo amenaza con la avalancha de gritos y regaños por parte de aquel hombre tan imponente y poderoso. Su mente solo puede imaginar que aquel monstruo de ojos violetas desea apretarlo con garras invisibles, causando su vergüenza al sufrir una crisis delante de aquel déspota y dictador. Hans se esfuerza por controlar su respiración agitada mientras siente, sin ninguna justificación, que aquel hombre lo mira y lo perfora con sus ojos. Cierra sus ojos por unos segundos y trata de respirar hondo. “No, no te acerques”, ruega apretando la maleta en su pecho al escuchar poco a poco la puerta abrirse a su izquierda. Entonces sin más Las sombras se ciernen sobre él, intensificando su sensación de persecución, del temor a ser atrapado por un lobo blanco feroz y sin escrúpulos. El silencio que antes parecía imponente se convierte en un aliado incómodo, mientras el eco de los pasos de aquel hombre, resuena como un tambor en sus oídos, “Por favor, no te acerques a mí”, ruega a todos los dioses. Finalmente, Hans avista la salida, sí, finalmente el ascensor se abre y en cámara lenta se abre la puerta hacia su libertad. Sin pensarlo dos veces, se lanza hacia ella, sin importarle lo que pueda encontrar al otro lado, siendo empujado instantáneamente a las afueras por dos fuertes brazos, que lo tumban al piso con fuerza y lastiman su cuerpo. —¡Señor, abajo! —un hombre de n***o y vestimenta militar, grita con fuerza, cubriendo al presidente Ansgar de los fragmentos de bala y del daño que le puedan causar las mismas. Por otro lado, la balacera estalla en un caos ensordecedor, uno que quiebra el espíritu de Hans quien llora y grita asustado mientras tapa sus oídos, aterrorizado, rompiendo la tranquilidad que había empezado a tener su psique, con una furia desenfrenada se estaban desatando las sombras en su mente. Los sonidos de los disparos son como truenos desgarradores que resuenan en el aire ante sus sentidos, ante cada parte sensible de su cuerpo, cada detonación cargada explosión, cada golpe, cada disparo al aire. —¡Sergei, sácanos de aquí, busca al chico! —grita enfurecido. —¡Su seguridad es primero señor! —¡Maldita sea Sergei, haz lo que te digo, trae al chico o yo mismo iré! —grita mientras zarandea su cuerpo al tomar sus rosas. —¡Eres demasiado lento para pensar! —rápidamente toma un arma de su cuerpo y corre, esquivando una bala tras otra. A medida que los tiros danzan con violencia en el aire, los sonidos se fusionan en una sinfonía de sollozante y angustiante para el joven que tirando en el suelo, pierde las fuerza de su cuerpo poco a poco, perdiéndose en el inconsciente en segundos entre lágrimas. El ruido metálico de las armas se mezcla con los gritos y las voces desesperadas de las personas que huyen o buscan refugio a lo largo del edificio. —Carajo. —masculla al ver al joven desmayado entre lágrimas y con el rostro pálido y enrojecido de tanto gritar. —¡Mierda, ahora tengo que cargar con toda esta mierda! —toma al joven en sus brazos y apoya la cabeza del mismo en su hombro con suavidad retrocediendo y siendo protegido por los guardaespaldas hasta llegar a la puerta de emergencia. —¡Busca a mi hermana, dile que esta mierda me tiene harto! —¡Sí, señor! —asiente con firmeza —¡Muévanse muchachos, despejen la zona y saquen a todos de aquí! —grita al señor Ansgar —¡Señor! —¡¿Qué?! —grita enfurecido. —¡Llevaremos al chico al hospital, entréguemelo! —¡No, yo me encargo de esto!, ¡lárguense, ahora maldita sea! —Finalmente desaparece por la puerta, entrando a un túnel silencioso, protegido por guardias a su derecha e izquierda a lo largo del mismo. —Llamen al doctor y busquen a los familiares de este chico, que vengan a recogerlo. —suspira y con suavidad lo coloca sobre el sofá dentro de la segunda oficina del edificio. —No dejen que nadie más entre además del doctor y la persona a cargo de este tipo. —¡Sí, señor!, gritan al unísono los hombres y mujeres a su disposición para la protección y resguardo de vida. —Carajo, ahora tengo que lidiar con este maldito mocoso retador, ¿en qué clase de círculo infernal me he metido? —dice para sí mismo irritado y armándose hasta los hombros, para salir a enfrentar a sus enemigos. —Prepárense, estos bastardos no se van a ir hasta que no mate a su líder. Al llegar al primer piso corriendo y trotando, se encuentran en medio del caos ensordecedor de la balacera, y un hombre, sí, Ansgar Rockefeller se destaca por su agilidad y determinación. Sus movimientos son rápidos y precisos, como si estuviera bailando con la muerte. Es ágil y letal, desplazándose entre las sombras con una destreza innata, como si del dios de la guerra, Montu o Hades se tratase, como si por aquellos guerreros de sangre fría recibiera la bendición, la fuerza y la táctica para pelear a muerte. El de ojos violetas sin titubeos empuña su arma con una confianza desbordante, su mirada fija en su objetivo, el líder y creador del caos en su territorio. Sus disparos son rápidos y certeros, cada bala encontrando su objetivo con una precisión milimétrica. Sangre, alaridos de dolor y suspiro de muerte, se escuchan a cada balazo que da. Su destreza y puntería son impresionantes, derribando a los enemigos que se interponen en su camino con rapidez casi sobrenatural. Mientras dispara, el joven rockefeller se mueve con una gracia silenciosa, esquivando las balas y aprovechando cada oportunidad para avanzar hacia su objetivo. Su instinto de supervivencia lo guía, pero también una determinación inquebrantable de llevar justicia y poner fin al derramamiento de sangre. Con cada disparo, el ruido ensordecedor se disipa, dejando solo el sonido amortiguado de sus propios pasos y el eco lejano de los enfrentamientos que aún persisten a las afueras del edificio. El sonido de las ambulancias y las sirenas de los policías, se hacen presencia poco a poco desde la lejanía. Sus movimientos rápidos y ágiles lo llevan cada vez más cerca del líder, mientras su mente calcula cada movimiento, buscando el momento oportuno para asegurar la victoria. “Maldito hijo de puta”, piensa apretando sus dientes al recordar el rostro demacrado y angustiado de Hans, “Maldita sea”, grita internamente y sacude su cabeza aún más enfurecido al tan solo pensar en ese pobre bastardo a su pensar. Finalmente, llega el clímax de la batalla; concentrado y decidido, se enfrenta cara a cara con el líder. Sus ojos se encuentran en un instante de tensión palpable. Un silencio tenso se apodera del ambiente, interrumpido solo por el sonido de sus respiraciones entrecortadas. —El hijo de los Rockefeller. —sonríe con dientes bañados en sangre. —Cómo has crecido. —Y tú cómo has envejecido y ahora que estás muriendo te ves como el cerdo asqueroso que eres. —dispara dando en la pierna derecha del hombre. —Juan Pablo Alessandro Rossi De Santis te envía un mensaje. —sonríe sintiéndose acabado. —Él dice que… —No, nadie amenaza a un Rockefeller… —se acerca rápida y peligrosamente a su rostro. —...porque un Rockefeller se mata así mismo bastardo hijo de puta. —dispara con una precisión mortal en la mejilla de su víctima tres veces de manera rápida, derrotando al líder con un golpe definitivo y a los ojos de cada uno de sus súbditos restantes. Un silencio sepulcral se cierne sobre el lugar, mientras el líder cae al suelo sin vida. Victorioso, pero exhausto, se queda parado en medio del escenario lleno de caos y destrucción. Su figura se yergue imponente y triunfante, una silueta solitaria que ha logrado poner fin a la violencia y restablecer la calma en medio de los cuerpos ensangrentados en su territorio, “Este reino es mío”, piensa y cierra sus ojos, dejándose lavar el rostro por la lluvia que empieza a caer en gotas gordas y frías.
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