Parte uno: Capítulo II: Está lloviendo, ¿a quién le importa?

1190 Words
—Quizás no sepa esto tampoco, pero mi despacho queda en esa dirección. — señala a su izquierda. —Sí, a su izquierda, ahí lo entrevistaré, por favor, pase primero, debo organizar su papelería en este momento, ya que el encargado llega a la 1 de la tarde. —Sí. —cortante responde y se retira rápidamente, irritado y lastimado, “Maldito idiota, nunca hasta dejado de serlo y lo peor de todo esto es estar enamorado de ti siendo un maldito cretino”, lanza un suspiro profundo y entra al despacho a paso inseguro. —Estas parecen las puertas del Olimpo. —dice para sí mismo al ver aquellas gigantes puertas abrir al sentir la cercanía de su cuerpo. —Qué moderno. —susurra y entra finalmente, y observa con detenimiento aquel lugar. Sus ojos curiosos, dejando aquella tristeza de lado, observan como el despacho se alza como un santuario del poder y la elegancia, sumido en una atmósfera de refinamiento y distinción. Cada detalle notablemente seleccionado cuidadosamente crea un ambiente de lujo y serenidad que calman extrañamente sus nervios. Sus ojos siguen curiosos las paredes del lugar a medida que se sienta en el sofá frente al escritorio del señor Ansgar. Las paredes se encuentran revestidas con paneles de madera oscura, que exudan una sensación de riqueza y solidez. El suelo de mármol pulido brilla con un resplandor sutil, reflejando la tenue luz que emana de lámparas de diseño exquisito. Cada mueble, desde el escritorio hasta los estantes, está elaborado con materiales nobles y líneas elegantes, acentuando la estética impecable y refinada “Qué obsesivo es con el orden hasta en los más pequeños detalles”, piensa y su cuerpo se estremece, lleno de culpa, al imaginar a las incontable mujeres que a tocado con tanta precisión y atención para hacerlas estremecer y… “Basta, solo olvídalo”, muerde su labio suavemente para luego componerse en en el sofá. El despacho es digno de un maníaco de la limpieza, pues al estar impecablemente ordenado y sin ningún objeto fuera de lugar solo denota un rasgo de personalidad obsesivo y cuadriculado. Los documentos y papeles están meticulosamente organizados, dispuestos en estantes y carpetas etiquetadas con nombre y fecha por lo que Hans puede suponer. Todo parece tener su propio espacio designado, como si obedeciera a una disciplina inflexible, “Él es inflexible e insensible”, piensa y sonríe ligeramente al imaginar a una caricatura con el rostro enojado del mismísimo Ansgar Rockefeller. Suspira y borrar aquella sonrisa al sentir la pesadez que se respira en el lugar minutos después de estar sentado en el sofá. Es innegable la belleza de la guarida del lobo blanco, pero a pesar de la elegancia y la belleza, el despacho emana un aura intimidante. La oscuridad de las cortinas pesadas y las persianas cerradas crea un ambiente de misterio y solemnidad, con la intención de asfixiar todo sentimiento de seguridad de las víctimas que entran al lugar. El silencio que lo impregna es casi tangible, interrumpido únicamente por el ocasional roce del papel o el susurro de las hojas de plátano que se rozan debido a la brisa. —Disculpe la tardanza. Tuve que atender una llamada. —entra con parsimonia y observa rápidamente el despacho, cerciorándose de que todo esté ordenado y limpio. —Señor Hans Engla Siu Murphy Doyle ¿correcto? —atrapa aquellos ojos cafés y carraspea al ver que no responde. —Sí, es correcto. —asiente suavemente. —¿Qué lo trae a este lugar? —junta sus manos suavemente sin dejar de ver al joven en todo momento. Un sentimiento de poder, completamente diferente le hace sentir más que complacido al ver aquellos ojos enojados, combinados con sentimientos que no logra comprender, “¿Por qué estás tan molesto?”, se pregunta repentinamente al ver aquellos ojos cafés, observarlo, sin brillo, pero con inseguridad en su voz. —Soy estudiante de administración de empresas de último año. Se supone que solo obtendría las prácticas, pero dado mi desempeño en simulaciones y la intervención en empresas pequeñas que han salido de manera favorable, mi profesor de facultad me pidió que me arriesgara a entrar aquí para lograr obtener más conocimiento y experiencia en empresas más difíciles. Además… —toma aire. —...deseo obtener una beca a través de mi desempeño en esta empresa, ya que la academia no dudará si ve mi desempeño positivo en esta empresa. —¿Qué te asegura de que tengas buen desempeño? —Puedo ser bastante silencioso y nervioso pero jamás he dudado de mis capacidad para el manejo administrativo, por eso aspiro a secretario general o personal. —suspira sin mirar a los ojos de aquel hombre. —Honestamente no espero pasar esta entrevista, sé lo difícil que es entrar aquí. Una cosa es segura y es que sé cuán capaz soy de lograr mis objetivos de aprendizaje, dentro y fuera de lo teórico, es decir en la práctica. —Entiendo. —se remueve en su asiente y asiente sin apartar los ojos de aquel chico. —Según su expediente sufre de Trastorno de ansiedad no especificado. Me pregunto ¿cómo ha podido lidiar con ello mientras trabaja con tantas personas? —Por ellos me dan mi espacio. —¿Qué? —atónito pregunta sonriendo incrédulo. —Ellos no se acercan más de lo necesario, no me hostigan y mucho menos me someten a hacer cosas que ameriten tiempo. Soy bueno conciliando todo ello para beneficio mutuo, de esta manera también he tratado mi enfermedad, junto a los medicamentos y la alimentación. —Comprendo. —se carcajea suavemente. —Veo también que es bueno en la organización de eventos aunque… —se levanta y camina con parsimonia hacia el chico. —No asiste a ninguno de ellos. —sonríe al ver el rostro pálido del chico. —¿Acaso es necesario? —dice sin filtros, enervando al rubio frente a él. —No es necesario y al dar mi excusa médica no es molestia siempre y cuando envíe a un asistente. —se levanta impaciente y toma su maleta. —Si es una molestia para usted mi condición de salud… —alza su mirada finalmente atrapando aquellos ojos violetas furiosos, “Está tan molesto”, piensa sintiendo la ansiedad subir por su garganta. —...sencillamente no me contrate. Muchas gracias por la entrevista, debo irme ahora, si me disculpa. Que esté muy bien. —hace una rápida reverencia, intentando disimular sus deseos por huir. Hans, con el corazón acelerado y los ojos llenos de temor, con lágrimas que peligran deslizarse en cualquier momento, se desliza sigilosamente fuera del despacho, caminando rápidamente hasta llegar al ascensor, esperando que este abra rápidamente, “Por favor, rápido”, piensa angustiado. Cada paso que da acercándose poco a poco al ascensor, es cuidadoso y silencioso, como si su vida dependiera de no ser descubierto. Trata de disimular con todas sus fuerzas, los temblores en sus manos sudorosas, manteniendo una expresión serena y controlada, pero su rostro en realidad trata de delatar el miedo que lo consume segundo a segundo.
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