Capítulo IV: Amar Sin Mentir

1163 Words
Los aromas a pan tostado, tocino y huevo frito por la mañana se deslizan por la habitación hasta tocar la punta de la nariz de Hans, quien mueve ligeramente la misma, trayendo consigo una dulce fragancia de flores recién abiertas y la frescura de la hierbabuena húmeda. Esto provoca que el ceño del castaño se frunza ante tal combinación de olores. El suave murmullo de una brisa juguetona acaricia las cortinas y el rostro de aquel bello durmiente, quien se niega a despertar hasta que el sonido de dos platos y la jugosa sinfonía del tocino crujiente encienden sus alarmas y despiertan su estómago maliciosamente. "¿Por qué?", piensa y lanza un quejido perezoso y se remueve mientras sus ojos se abren suavemente. Observa detenidamente los colores suaves y delicados del cielo, entrelazándose con los tonos dorados del sol naciente. Suspira y sonríe con dulzura. —Mocoso dormilón. —con cuidado y ternura, carga a Hans medio despierto y lo lleva hacia el comedor mientras escucha los gemidos perezosos del castaño hasta reír suavemente. —Qué perezoso estás hoy. —acaricia el cabello del chico y se sienta con cuidado de no caer en la silla del comedor, acomodando al chico en su regazo. —No quiero despertar todavía. —aún medio adormilado, apoya su cabeza en el hombro de Ansgar, sintiendo su calidez y la vibración de su pecho debido a la risa. —Ya estás despierto y hablando conmigo. —niega con su cabeza. —Eres como un niño. A ver abre la boca, muy grande. —acerca a su boca una cuchara de huevo y tocino. —Harry me dijo que te gustaba el huevo con pimienta, a ver. —Sí. —abre la boca con pereza y ojos cerrados, recibiendo la cucharada. —Mira, otro más. —Con paciencia y dulzura, le ofrece bocados cuidadosamente seleccionados. Hans recibe los bocados gustosos, sintiéndose en las nubes. —Pareces drogado, otro más, venga. —ríe con suavidad al ver los ojos “enojados” del chico. —Eso es, uno más y es todo. —da su último bocado y se dispone a desayunar finalmente. —Me muero. —Yo quiero alimentarte. —El castaño toma el tenedor rápidamente, sorprendiendo al de ojos violetas. —Te dio una descarga de energía. —abre su boca y recibe un gran bocado del chico. —Come más. —mete otro bocado, inflando las mejillas del rubio. Rompe a carcajadas. —Parezco una ardilla. —dice con dificultad. —Pero está rico. —alza sus hombros y sigue masticando. —A ver, reviéntame la panza de grasa. —abre nuevamente su boca siendo llenada tres veces de comida. —Mmm… —Se deleita exageradamente. —Cuidado te ahogas. —toca sus mejillas mientras ríe. —Al menos moriré lleno de amor. —termina de masticar mientras observa con ojos brillantes al castaño que ríe con suavidad. Mientras la melodía de Benny Goodman se desliza suavemente desde el reproductor de música, los acordes suaves y melódicos se entrelazan en el aire y se combinan con la risa vibrante y dulce de aquel chico de ojos café regordetes, llenando la habitación de alegría y colores que Ansgar creyó nunca volver a ver y percibir desde la muerte de su madre, aquella a la que aún añora con el corazón de niño. —Oye. —embelesado, llama suavemente al chico que para de reír lentamente sin dejar de verlo. —¿Qué? —¿Eres un ángel? —pregunta reflexionando seriamente al respecto, enterneciendo el corazón de Hans. —Estás loco. —ríe. —No lo soy, soy Hans. —lo abraza con fuerza y besa varias veces en las mejillas, algo que nunca había hecho con Ansgar. —Yo pienso que sí lo eres. —Señor Ansgar, según mis investigaciones, eso es incorrecto. —Mabel, ¿yo te pregunté? —pregunta fastidiado por la incredulidad de esa inteligencia artificial. —No, señor. —Entonces vete de aquí. —No puedo irme, señor. No tengo cuerpo material. —Dios, voy a matarla —murmura y Hans rompe a carcajadas. —Señor, matarme no es una opción, ya que… —¡Mabel, fuera! —Adiós, señor Ansgar. —Por fin, debemos hacer algo. —¿Qué cosa? —Vamos a bailar. —No, no sé bailar. —trata de bajar rápidamente sintiendo sus orejas arder. —Qué mentiroso. —arrastra al chico hasta la mitad del salón y sosteniendo con fuerza su cintura empieza a moverse suavemente lado a lado. Sus cuerpos se deslizan con gracia, llenos de una dulce timidez que refleja la vulnerabilidad del corazón de Ansgar, mientras Hans, con sus fuertes brazos, lo protege y siente los latidos acariciar sus oídos al pegar su rostro al pecho del castaño. Los ojos de Hans brillan con emoción al capturar los zafiros que lo miran con amor, un amor sin mentiras, dulce y libre de crueldad. Es una mirada vulnerable que despierta en él ganas de llorar. Por Dios, Ansgar Rockefeller está en sus brazos, exponiendo su alma en lo que parece ser un simple baile entre dos enamorados. La herida en el corazón del rubio se expone sin tapujos, temeroso de ser lastimado por aquel ángel de ojos cafés que acaricia su rostro con dulzura. La música finalmente se desvanece, dejando una luz que envuelve al castaño y se extiende por todo su ser, secando la garganta del lobo blanco y haciéndolo suspirar, mientras se siente desfallecer en los brazos de su hermoso niño, su Bastiaan. —Señor Hans. —toma sus muslos repentinamente, sintiendo el calor, envolverlos seductoramente. —¿Quiere algo más para desayunar? —rosa sus labios húmedos descaradamente, ganando un suave jadeo del contrario. —Lo que comimos ayer por la noche. —se atraganta con suavidad mirando sus labios. —La empresa se las puede arreglar sola un rato. —gruñe excitado. —Sí. —Hans deja escapar un chillido al ver la puerta del baño cerrarse tras la espalda del temido hijo de Los Paladines del Norte. —Dime lo que quieres. —Quiero que hagamos el amor, señor Ansgar. —Le será concebido. —sonríe sintiendo su corazón en la garganta. Le mira agitado, vulnerable. —¿Qué pasa? —pregunta con suavidad el de ojos castaños. —Estar contigo, Hans, eres un regalo que no merezco…—relame sus labios. —Te has convertido en mi mundo, Hans, eres mi mundo ahora. Temo herirte, temo permitir que salga lo que más temo de mí. —Su voz llena de lujuria y devoción excita a Hans que se remueve caliente, sintiendo su piel arder por el toque de las manos de quien poetisa su amor. —Por Dios, me vuelves loco. Maldita sea, Hans, ¿qué me has hecho? —Hambriento, consume aquellos labios regordetes y explora la boca jadeante de lo que ahora se ha convertido en su belleza y en su caos. Nota: Bastiaan: niño venerable.
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