Parte uno: Capítulo V: Enfermo De Amor

1247 Words
—Deja de gemir como una perra. Aquel hombre, con los ojos enrojecidos debido a la marihuana con la que se había estado alimentando en los últimos 8 días, frota sus ojos por cuarta vez mientras embiste con fuerza y sin piedad al gigoló que había contratado la noche anterior. Normalmente, el trabajador s****l disfrutaba de los encuentros con Piero, el hijo de Pablo De Santis, pero por lo que pudo percibir durante la fiesta, intuyó que no la pasaría nada bien debido al mal humor del apodado “Psycho” por parte de sus “amigos”. Incluso en la Favela de São Paulo lo tenían fichado como “Freddy Krueger” por la forma burda en que asesina. “Al menos el chico es buen sicario”, había escuchado nuevamente hacía un par de días, algo que no le sorprendió para nada y que incluso le hace preguntarse en medio del placer: ¿Por qué está tan furioso si es el mejor asesino de su clan? —¡Por favor, detente! —dando palmadas fuertes a las piernas del hombre entre gemidos y el placer que se le hace imposible negar, es colmado repentinamente por la sensación de muerte. “Este tipo va a matarme”, piensa entre lágrimas y sudor. —¡Oh, mierda! Tiembla violentamente, entre los efectos de la cocaína y el placer, se siente en el cielo por escasos segundos, hasta que frente a sus ojos, juró a su conciencia haber visto a Ansgar Rockefeller masturbarse, sonriendo complacido al verlo. Una risa maniática se hace presente, alertando al joven debajo de su cuerpo. “Realmente cada vez está peor”, piensa cansado y se deja caer finalmente sobre la cama. —Piero, ¿estás bien? —pregunta pausadamente para evitar la mirada furiosa del chico. —¿Qué te importa? —saca su pene rápidamente del interior del chico, que jadea ligeramente. —¿Desde cuándo te he dado confianza para preguntarme cosas como esas? —toma un poco de agua del par de botellas de la habitación y se estira, lanzando un bufido. —¡Dios, hace un mes que no tenía sexo! —grita sonriente. —Oye, lárgate. —toma un cigarrillo, enciende el mismo y posteriormente sacude su cabello. —No olvides recoger tus cosas y… Sus palabras se cortan al escuchar el portazo tras su espalda, lo que le hace reír. Piero, si bien es el hijo enfermo de Pablo De Santis y alguien a quien nadie debería hacer enojar, también sabe lo cobarde que es frente a Ansgar, el señor de Los Paladines del Norte. Conoce al magnate desde la cuna y siempre fue rechazado por él, siendo excluido desde la adolescencia debido a su clara obsesión por Ansgar, la cual comenzó a odiarlo desde aquel suceso en la secundaria. El pelirrojo decidió que aquella chica de pecas y cabello n***o no merecía estar con Ansgar, por lo que una noche la citó bajo la excusa de ayudarla con su confesión, pero no fue así. Alicia fue encontrada colgando de un árbol en el patio de una persona cercana a la zona donde se había citado. Piero la golpeó y torturó con cigarrillos, y como si se tratara de un bulto de cemento, amarró una cuerda al cuello de la víctima y con calma caminó hacia adelante sosteniendo con fuerza la cuerda hasta llegar al final, sintiendo cómo esta se movía desesperadamente hasta que la soga dejó de luchar, al igual que la vida de Alicia. Ansgar se enteró de dicho suceso y el asco hacia el chico creció aún más, incluso cambió de colegio y país, terminando en Corea del Sur, donde comenzó a recibir aquellas cartas, las cartas de Hans Murphy, las mismas que Piero veía a lo lejos, el mismo mocoso de cabello castaño con el que sueña asesinar todas las noches. —Tengo que hacer algo. Quiero jugar, probablemente se olvide de ti si solo desapareces, ¿verdad? —pregunta a la audiencia invisible y sonríe. Claro que sí, vamos a jugar solo un rato, otra vez, esta vez sin la soga. Mientras tanto, en el edificio Ansgar Rockefeller, las cosas ese día estaban extrañamente tranquilas. Incluso los empleados fueron sorprendidos con obsequios que en algunos solo crearon preguntas, como por ejemplo, ¿qué clase de procedencia tenían? Si bien trabajan para una empresa prestigiosa, no olvidan los cimientos de la misma: la mafia irlandesa. Además del repentino buen humor del señor Rockefeller, lo que Hans pensó que sería un día se convirtió en una semana de sexo. Literalmente, aquel lobo blanco no lo ha dejado dormir, pues tan solo respirar lo excita. —Ya no más. —Con una cuchara amenaza al rubio que sonríe con malicia. —Ay, pero solo es una vez y ya está. —¡Eso dijiste hace una semana y encima perdiste la reunión con tus “amigos”! —Les dejé un mensaje, la reunión será hoy por la noche, por lo cual deberíamos aprovechar. —trata de acercarse, siendo amenazado nuevamente por aquella cuchara metálica. —¡Aléjate de mi animal! —Te encanta este animal y el paquete que tiene. —Con osadía aprieta su virilidad. —Todos ustedes son unos locos, Harry tiene razón. —aprieta sus labios, sonrojado. —Pobre de él. —ríe por lo bajo. —¿Qué? —Nada grave. —alza sus hombros sonriente. —Bueno, mi hermana tiene unos gustos… peculiares. —rápidamente, toma la cuchara y la lanza lejos. —La verdad estaba jugando contigo hace rato. Ahora ven y déjame darte… mucho amor. —relame sus labios junto a un brillo perverso en sus ojos. —Ansgar, cálmate, debemos descansar. —retrocede tanto como puede. —¡No quiero tener más sexo por hoy, al menos! —Eso mismo dices cuando estoy follándote y cuando me detengo amablemente, tú me pides más. —dice dramáticamente tocando su pecho. —Estás loco. —El castaño se carcajea al verlo, olvidando al león que lo acecha. El de ojos violetas sonríe sin poder soportarlo más. —¿Empezamos? —abre sus manos. —¡No, aléjate! —insiste el de ojos cafés montándose en el mesón de la cocina —Nunca lo hemos hecho en la cocina. —relame sus labios. —Señor Ansgar. —La voz de aquella inteligencia artificial se escucha como el llamado de un ángel en los oídos de Hans, que aprovecha la distracción del rubio y huye del lugar rápidamente. —¿A dónde crees que vas? —alcanza al chico rápidamente palmeando su trasero y cargándolo en su hombro. —¡No, ayuda! —trata de zafarse con todas sus fuerzas. —¡Ah! —grita al sentir otra fuerte nalgada. —Eso te pasa por desobedecer. —Señor Ansgar, disculpe la interrupción, pero lo solicitan en recepción. —¿Quién? —pregunta mientras acaricia el trasero del chico. —Su hermana, señor. Dice que es urgente. —Dile que pase. —Dice que sabía que usted lo diría. Así que dijo que debe bajar, que no piensa ver como usted y el señor Hans se dan afecto. —Maldita perra. —murmura sonriendo. —Bueno, hoy te has salvado. —palmea nuevamente al chico. —¡Basta! —golpea sus espalda. —Está bien. —baja al chico rápidamente, pegándolo a su pecho con fuerza. —Señor Hans, tenemos que salir, por favor compórtese.
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