Parte uno: Capítulo XIII: Fuego y Seda

1074 Words
Sin perder tiempo en cafeterías y tiendas pequeñas, logra dar con el blanco esperado, el almacén de ropa Fujikaxa de origen japonés, naturalmente al ver a tres florencianos rebeldes entrar a la misma supuso el de cabellos dorados que ahí encontraría a la mente maestra del ataque. Dando un largo respiro camina por las desgastadas aceras de cerca de la zona con precaución, sus pasos resuenan en el silencio que envuelven el lugar. Las luces parpadeantes de las farolas apenas lograban iluminar las sombras que se extendían por el edificio. Al final de la calle, se alza todavía más imponente un almacén de ropa solitario, “Espero que hayan salido a tiempo”, piensa al recordar a las personas correr varios minutos atrás despavoridas; Con ventanas polvorientas y una puerta entreabierta que crujía debido a los daños de las explosiones más cercanas, entra silenciosamente. —Has sido bastante torpe y no dudo que ha sido ha propuesto. —señala mirando su alrededor a detalle. El aire cargado de silencio tenso y sofocante para los ojos que miran asustados al hombre más temido de Belfast, saben que puede escuchar sus respiraciones, el jefe lo sabe con creces. Ansgar empuja la puerta segunda algo oxidada que da a la parte central del almacén, revelando al fondo para sus ojos un oscuro pasillo lleno de estantes cubiertos de sábanas y perchas vacías. Las luces, y sin pedirlo, se encienden poco a poco y este sonríe en respuesta a la burla del cobarde que al fondo se encuentra. —Definitivamente, la cobardía es como una sombra persistente, siempre presente cuando se evita la luz del coraje. —camina con parsimonia mientras el arma se balancea ligeramente a su lado. —Ya identifiqué a 6 de los tuyos allá atrás, pude haberlos matado pero… —chasquea su lengua. —No quiero matarlos con mis preciadas balas. —continúa caminando y se encuentra finalmente con aquel hombre sentado frente a él. El hombre sentado levanta la mirada, revelando unos ojos grisáceos cansados que parecen haber visto más de lo que cualquier ser humano debería. Vittorio Rossi, con su rostro curtido por la vida y la sangre de los inocentes a los que degolló en su camino al almacén permanece como cicatrices preciadas, “Maldito cerdo”, piensa asqueado el de ojos violetas, impasible ante la presencia del intruso. Un rastro de incredulidad se asoma en su expresión mientras sonríe con suavidad al de cabellos de oro. —Vaya, ya un hombre no puede tener su propia morada porque los insectos quieren venir a cagarse la casa ajena.—dice Vittorio, su voz grave y firme, aunque con un deje de cansancio. —Ha pasado un largo tiempo. —suspira el de ojos violetas. —Cómo has crecido muchacho. —dice sin dejar de analizarlo con detalle. —Sí, tenía quince años y ya había visto lo asqueroso que eres. Sigues viéndote igual de sucio. —De verdad que tienes problemas con la limpieza muchacho. —ríe a carcajadas. —¿Qué haces en este país? —pregunta con suavidad, moviendo ligeramente sus hombros. —Hasta ahora no hemos tenido problemas contigo…¿o es que tu hermano te dijo que vinieras? —sonríe ligeramente al ver el rostro descompuesto del hombre que se levanta y camina a una esquina de la oficina, frotando su boca. —Tu hermano parece más tu madre que otra cosa, ¿no? —Pequeño bastardo. —escupe enojado. —Mira bien como me hablas hijo de perra. —apunta con su arma. —No soy ningún maldito mocoso. —dice sin expresión facial alguna. —Además, no es una mentira lo que dije… siempre has sido la perra de tu hermano, el más enfermo de todos, igual que… —¡No lo digas! —grita rojo de la rabia. —Vaya… aún no lo sabe. —lo mira con curiosidad. —Hagamos algo, deja esta mierda, manda al carajo a tu hermano por su fallido intento o juego, ya ni sé que es y… lárgate de mi país. —Juan Pablo no va a parar solo porque yo me vaya. —sonríe y se carcajea ligeramente. —Sí… solo estamos jugando, niño. —se acerca lentamente sosteniendo la mirada del magnate. —Con la ferocidad de un lobo entre las ruinas, protege, oh, sí, protege porque puedes, en la danza sutil de la mafia, donde las sombras bailan al compás, perder, sí, perder la bala dorada, tan preciada como… —Hans… —musita y tiembla enfurecido, aprendiendo su arma. —¿Dónde está hijo de puta? —Su respiración se acelera. —Si me matas, él muere. —dice sintiendo el miedo en su garganta. —Búscalo. —saca un arma rápidamente y dispara en el abdomen del rubio que dispara dos veces más rápido que el en ambos brazos del viejo. —¡Bastardo! —grita entre gruñidos de dolor. —Hijo de perra esto no se quedará así, ¡Lárgate de mi país o yo mismo te sacaré esos asquerosos dientes y te dejaré morir en un charco de sangre! —escupe, ignorando el dolor en su abdomen, desconectándose de su cuerpo debido a la ira creciente. Amenazante se acerca al viejo que retrocede empalidecido. —Sí quieres verme como ese día solo pídelo… —Azaz… —No, aún no, cuando ruegues por piedad, ahí pídelo. —se aleja rápidamente para salir colmado de cólera del almacén. Cerca de la plaza, Hans, asustado y con el rostro lleno de lágrimas, corre con todas sus fuerzas, a pesar de tener el cuerpo adolorido por el impacto del auto contra un poste, después de que el conductor, Hack fue asesinado con tres balazos en su rostro; Corre rápidamente, buscando refugio en la tienda evacuada más cercana, mirando a su al redor. El sonido lejano de sirenas resuena en el aire, sonidos que solo alimentan la ansiedad de Hans mientras corre en busca de refugio. Sus piernas, temblorosas y exhaustas, lo llevan hacia la tienda más cercana, FLORRITERIA MEX se lee con fuerza en la tienda y sin más entra, dejándose caer en el piso. —¡Hans, ¿dónde te has escondido?! —grita una voz femenina, sucia y raposa por el consumo excesivo de tabaco y sonriente. —¡La tía Mari no te hará daño! —canturrea causando que el miedo y las lágrimas en los ojos del castaño aumenten, asustado.
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