Parte uno: Capítulo XXII: Deli

1018 Words
El estruendo de los gritos y el sonido del megáfono resonaban en el aire, envolviendo a Hans y Harry en un manto de desesperación. Sin perder tiempo, Hans tira de Harry hacia la parte trasera del edificio, donde ahora un oscuro callejón conduce a un auto de respaldo que de vez en cuando utilizaba teniendo a Midas de conductor. Con manos temblorosas, Hans extrae las llaves de su bolsillo y desbloquea las puertas del vehículo n***o. El par de jóvenes se deslizan rápidamente en el auto, cerrando las puertas con un sonido sordo justo cuando los agentes doblan la esquina. —¡Vamos, Harry, rápido! —exclamó Hans, con las manos temblorosas mientras insertaba la llave en el encendido. El motor ruge con fuerza, acelera bruscamente, dejando atrás los casi rugidos de los agentes que lo persiguen para acabar con su vida. —¡Mierda, Hans! —El de ojos celestes respira agitado aferrándose al asiento mientras el vehículo se alejaba a toda velocidad, lo que agita su cuerpo y sacando de su garganta gritos y chillidos.—¡Hans, cálmate! —grita suplicando al hombre con el corazón destrozado y la rabia creciendo sin siquiera saberlo, en su interior. Con la velocidad aumentando, el ruido de la ciudad queda atrás, reemplazado por la carretera abierta y el anhelo de la libertad que estaba siendo asfixiado por una muerte casi segura. Mientras se alejan, Hans siente las vías en su pecho libres, regulando entonces la respiración y observando al joven desde el retrovisor, despertando una vez más de los que parecía ser un verdadero sueño y no la pesadilla misma que vive en carne y hueso. —¿Crees que nos están siguiendo? — pregunta el castaño, mirando nervioso por el retrovisor. —No lo sé, pero no podemos bajar la guardia por el momento. —Lágrimas empiezan a caer una tras otra de los ojos de aquel azabache al ver el anillo blanco en su dedo. —No…lo sé, no lo sé…No sé… —solloza sintiendo su pecho caliente y adolorido. Solloza con fuerza, tocando su pecho deseando que aquel sufrimiento se acabe. Hans, por otra parte, con ojos bien abiertos, sonrojados, casi enloquecidos sigue conduciendo sin derramar una, sin dejar salir algún mínimo sollozo, jadeo o gemidos de pena. Horas después, ya en las afueras del país, cerca de los campos abandonados por la compra de terreno nuevo, “Seguramente ahora sus granjas son esas mansiones regateadas por los ricos”, piensa de repente sin apartar su vista del camino. Harry había dejado de llorar quince minutos después, sumiéndose en el silencio y cerrando sus ojos, no para dormir sino para que estos se desinflamaran por el ardor y la sensibilidad. El castaño observa lado a lado y sin pensarlo más, entra en los campos, batallando con el hierva alta del lugar en medio de la oscuridad. —Harry. —se detiene, apaga el motor y observa por el retrovisor al azabache que le mira con tristeza y casación. —Mientras dormidas… yo… yo desactive el GPS de este auto…pero no dudo que tenga algún otro. —relame sus labios secos. —Debemos salir esta misma noche de aquí, quizás encontremos algo ahí… —señala la mansión abandonada con algunas ventanas rotas pero sin dejar tan bello paisaje. —Estamos muy… muy lejos de la ciudad. —¿Crees que nos encontraremos a salvo aquí? —musita sin muchas fuerzas el de ojos celestes, observando el herbal. —No lo sé, pero al menos estaremos lejos de los Rockefellers. —acaricia sus labios con suavidad. —En la parte de abajo de tu asiento hay linternas, un botiquín e incluso ropa de cambio. —acaricia su muñeca y observa sus dedos. —Tenemos que salir y… —Con voz temblorosa se detiene y sacude su cabeza. —Vamos ya. —Con rapidez sale del auto, sin medir peligros externos. Abre la puerta trasera y entra cerrando la misma y sin mirar por un segundo los ojos del azabache que solo se atraganta. Saca todo lo necesario incluida ropa. —Odio decirlo, no sabes cuanto, pero esta es la ropa que hay. —¿Es de…? —Sí, es de ese maldito cerdo y se acabó. —coloca el resto de los elementos en la pequeña maleta de ropa y sale nuevamente, esperando al contrario. —Vámonos. —De acuerdo. —seca sus lágrimas, cambiando su semblante. —En estos campos no hay serpientes venenosas. Normalmente, las exterminan para poder vivir. —Sí, así es la crueldad humana. —camina entre la maleza. —Sostén una esquina de la maleta para no perdernos. —Sí. —¿Tienes hambre? —Hans… —Pregunté si tienes hambre, no quiero hablar de nada más. —Continúan caminando entre la maleza hasta llegar a la entrada llena de hojas secas y húmedas. —Estaremos aquí solo por un par de horas, apenas vean el auto van a mirar hacia acá. —suspira pesadamente. —Me duelen los ojos. —Lo sé. —musita con suavidad para evitar una discusión con el castaño. —Tenemos que salir del país. —Advierte el de ojos cafés, alarmando a Harry. —¿Y la abuela qué? —La llamaremos para que sepa a donde iremos. —Sabes que van a interceptar la llamada y… —Lo sé… —suspira. —Siempre tengo un portátil en esta maleta, si logramos investigar quién nos hizo esto, enviaremos la información…llamaremos a la abuela y luego saldremos del país por un tiempo. —Las lágrimas vuelven acumularse en sus ojos. —Hans, ¿qué piensas hacer? ¿Por qué no quedarnos después de eso, solo…? —No. —niega con su cabeza y seca sus lágrimas. —Vamos a volver cuando estemos mejor. —Lo mira. —Nunca he creído en la venganza pero sabes… —solloza. —Ya nos dejaron claro a quienes creen más, lo importante que es el dinero sobre las personas, no tengo por qué pensar en volver a poner un pie no al menos… —¿Al menos qué? —Empresas.
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