Parte dos: Capítulo III:Viviendo bajo la luz del sol, amando bajo la luz de la luna.

1012 Words
—Hola, cariño, meses sin vernos. —Sí, bueno, no me interesa verte más. —Tan déspota y desagradable como siempre, aunque en la cama no puedo decir lo mismo. —engreída agita sus manos y acomoda su cabello. —Claro que no puedes. —sonríe satisfecho. —Gracias por el cumplido. —¿Quieres un polvo rápido? —No, gracias, no me gusta repetir plato después de haberlo comido un tiempo. —al llegar al quinto piso sale, dejando a la rubia roja hasta las orejas de la irritación. En la sala de espera, una atmósfera hermosa y oscura se despliega con gracia. Al pasar, La luz tenue y misteriosa se filtra suavemente a través de las cortinas de terciopelo n***o, pintando sombras danzantes en las paredes impecablemente blancas, tocando aquellos ojos violetas que brillan con malicia. El aire se encuentra impregnado de un suave aroma a sándalo y jazmín que golpea suavemente su nariz causándole satisfacción al ser neutral y agradable, envolviendo a su vez el espacio con una esencia seductora y mística. Los muebles de terciopelo n***o, tan suave como la noche, se alinean en perfecta armonía, invitando a los visitantes a sumergirse en su abrazo acogedor a la espera de del demonio en persona, sí, Ansgar Alessandro Gabriele Jörgensen Rockefeller. Cada detalle es pulcro y limpio, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel santuario de tranquilidad, aparece entre las sombras aquel de ojos violetas para tensionar las garantías de los presentes de manera instantánea. Los cojines de seda negra adornan los sofás, ofreciendo un lugar de reposo aparentemente sereno que en realidad solo es un espacio para liberar un poco de la angustia antes de las entrevistas para el área de Planeamiento empresarial. Las mesas de cristal relucen, reflejando la elegancia de su entorno. Un piano de cola, en su majestuosidad, se encuentra en una esquina de la sala, esperando a ser tocado por manos hábiles que despierten sus notas melancólicas y envolventes, pero para efectos de realidad, aquel puedo, intocable, solo expone su belleza por la limpieza y no por sus sonidos. Los cuadros colgados en las paredes retratan escenas enigmáticas y evocadoras de la historia de la empresa Ansgar Rockefeller, “Y ponen mi maldito nombre para colmo”, pienso sonriendo ligeramente y sacudiendo su cabeza. Cada pincelada en los cuadros, cuenta una historia silenciosa, invitando a los ojos curiosos a sumergirse en un mundo de enigmas y emociones insondables. El suelo de mármol n***o brilla con una perfección impecable, reflejando el destello de las luces tenues como estrellas distantes. El silencio reina en esta sala de espera, solo interrumpido por el susurro ocasional de una hoja al caer o el eco lejano de un reloj de péndulo blanco. —Elizabet. —Señor. —se levanta rápidamente. —A sus órdenes. —Llama al doctor, que venga lo más rápido posible, el mocoso se... desmayo… —piensa y carraspea su garganta al recordar la verdadera razón. —Sí, señor, de inmediato. —Gracias. —se retira finalmente y vuelve al ascensor para subir rápidamente. —¿De verdad bajé para hacer esto? —se pregunta en voz alta. —Qué incomodidad. —suspira y acaricia su rostro. Claramente, la incomodidad lo forzó a bajara de su propia guarida para evitar que la culpa, la estúpida culpa carcomiera sus primitivos sentidos humanos y sintiera algo más que solo culpa. Mientras el asesor llegaba al punto de encuentro, aquellos ojos color violeta desprendía una chispa de melancolía, ¿de dónde había salido?, pues nada más y nada menos que de su ser, aquel que desidia en momento salir y hacerle perder en lo inconsciente. Aquella mirada es como si cargara consigo el peso de las decisiones y las experiencias pasadas que marcaron literalmente su piel, entre enfrentamientos mano a mano logrando no morir. Su ceño ligeramente fruncido muestra una concentración profunda, como si estuviera inmerso en una búsqueda interior y pues cómo no, ¿acaso el magnate multimillonario más poderosos de Irlanda del norte debía pensar menos? El hombre o como algunos lo llaman “Demonio de mil caras”, se apoya contra la pared del ascensor, manteniendo los brazos cruzados sobre su pecho. Su postura denota una fortaleza oculta, un espíritu resiliente que ha enfrentado desafíos y ha emergido del barro más pútrido y sucio, con más fuerza. A medida que el ascensor se eleva, su mente se alza junto con él, navegando por los recovecos de su pasado y proyectándose hacia el futuro incierto uno que estará mañana y pasado mañana, siempre en alerta de lo peor y no de lo mejor, pues asi es como un jefe de la mafia debe vivir, a la expectativa de la muerte. “Le Firenzes, ¿qué mierda hacen en Belfast? No les quedó claro nada hace 5 años”, piensa cansado. El suave zumbido del ascensor se convierte en la banda sonora de su introspección, acompañando sus pensamientos mientras se eleva a través de los pisos. Cada pitido que anuncia una nueva parada es como un recordatorio fugaz de la realidad exterior, pero el demonio de mil caras, permanece sumido en su propio mundo, ajeno a las distracciones externas. “Me volverás a llamar Azazel”, piensa y sonríe con suavidad al recordar aquella época, “¿Qué es lo peor que puede pasar si vuelve?” A medida que el ascensor continúa ascendiendo, los segundos se diluyen en minutos y Ansgar se sumerge más profundamente en sus pensamientos. Su expresión impasible y serena oculta la tormenta de emociones y reflexiones que lo embargan causando que suaves suspiros salgan de sus suaves y apetitosos labios. Finalmente, las puertas del ascensor se abren en su destino y el hombre emerge de su ensimismamiento. Sus ojos violeta destellan momentáneamente con una mezcla de determinación y curiosidad mientras se adentra en el pasillo que dirige a la desdichada habitación del “Murphy el llorón de Belfast”, ríe nuevamente esta vez frente a la puerta, limitándose a cambiar aquellas facciones por frías e inflexibles.
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