Parte uno: Capítulo IV: No esperes demasiado tiempo

1089 Words
Antes de ingresar frunce el ceño, de alguna manera, encantado al escuchar When Golden Leaves are Falling por Gene Autry, una de sus tantas canciones favoritas de los años 30. Aquella melodía y la voz de quien interpreta calman los pensamientos que hace unos minutos estaban invadiendo su mente y desenfocándolo de la realidad. Y entonces escucha la discusión susurrante entre ambos y decide entrar para avergonzar al par de muchachos. Al entrar observa detenidamente al joven Murphy, que claramente avergonzado aparta sus ojos de los de él, “Maldito mocoso”, piensa irritado. Con detenimiento observa que el susodicho parece vulnerable en su estado de letargo, como si estuviera desprotegido ante los embates de la vida. Sin embargo, también se percibe una chispa de fortaleza en su mirada, una determinación que aún persiste incluso en los momentos más difíciles. A pesar de su aparente fragilidad, hay una resiliencia latente en su figura, una voluntad de sobreponerse a los obstáculos que se le presenten y eso de alguna manera estaban empezando a causar fascinación en el Demonio en carne y hueso que lo mira, escudriñando en su vergüenza, satisfecho. —¿Qué está pasando aquí? —pregunta guardando la paciencia ante la mirada esquiva de Hans. —¿Pasó algo?, bueno, veo que ha despertado, señor Hans. ¿Se encuentra bien? Hans se remueve incómodo en la cama, sus movimientos inquietos reflejan su malestar interno, reflejan el intenso deseo de escapar, “Esto es tan divertido… pero no tanto cuando es tan malcriado y se atreve a no mirarme”, piensa el rubio con rabia, aprieta sus puños y suspira. —Harry, veo que está siendo difícil para él comunicarse conmigo. Si necesita algo más, házmelo saber. Es responsabilidad de nuestra empresa… —Gracias, señor, nosotros… —No es necesario que finja ser amable y tampoco necesito ayuda de su empresa. Solo quiero irme a casa, es todo… Gracias. —con voz ligeramente temblorosa responde mientras aprieta sus puños en las sabanas de la cama, impotente. Con la mirada avergonzada, evita fijarla en algún punto en particular, como si quisiera escapar de la situación incómoda en la que se encuentra evidentemente y que termina por empeorar debido al gruñido proveniente del magnate empresario. Sus ojos esquivan el contacto visual, como si temiera el juicio o la crítica de aquel que lo mira con desprecio y odio. En su rostro, se dibuja una expresión de vergüenza y timidez, sus mejillas se tiñen de un sutil rubor que delata su incomodidad. Aunque trata de encontrar una postura más relajada, sus movimientos inquietos y su mirada evasiva revelan que algo lo perturba profundamente en su interior, “Debe ser desagradable para él tenerme en su cama. Pues para mi lo es el doble, quiero vomitar”, piensa al recordar que esta habitación ha escuchado noches completas llenas de jadeos y gemidos de placer de todas aquellas mujeres que han tenido al señor Ansgar entre sus piernas, “No me incumbe… no me importa, solo olvídalo”, aun sintiendo sus piernas temblar decide levantarse. —Espera, espera con cuidado. —Harry corre rápidamente al otro lado de la cama para alcanzarlo. —Vámonos. —susurra cerca del rostro de su amigo, angustiado y a punto de llorar. Con su mirada suplica a Harry salir de aquel lugar. —S-Señor, veo que Harry está mejor. Podemos salir tranquilamente. —sonríe nervioso y toma la ropa del chico. —Muchas gracias por todo y, disculpe las molestias. —Él no va a ser capaz de salir de aquí, lo sabes. —Aquellos ojos violetas ahora oscuros sonríe con parsimonia. —Señor Hans, de acuerdo a su diagnóstico médico En estos momentos se encuentra en un estado bastante agitado y delicado.Y como claramente su amigo no se lo ha dicho… Hasta que usted no sea capaz de pasar ese pasillo y salir de este edificio, no puedo solo dejarlo ir como si nada. —suspira y se sienta en el sofá frente a la cama. —Para bien o para mal tendrá que quedarse aquí para recibir el tratamiento… —¡Hans, espera, espera! Los gritos de Harry hacen eco en todo el lugar y colocan en alerta al magnate multimillonario que furioso observa al joven correr descalzo hacia la puerta. Sin pensarlo va tras él caminando a toda prisa sin apartar la mirada ni un segundo, “Veamos cuánto dura”, piensa con sorna al imaginar que no podría pasar de la puerta. Y vaya sorpresa la que termina por llevar. Los pies descalzos y sonrojados por el maltrato repentino despiertan en Hans las ganas de huir, de huir lejos de aquel hombre tan cruel, “Es ahora o nunca, no dejes que atrape tu corazón”. El contacto directo con el suelo despierta una mezcla de sensaciones en Hans en una mezcla de dolor, incomodidad y una conexión insaciable con la realidad. Cada paso que da es un recordatorio constante de la necesidad de escapar de aquello que tarde temprano le causará los daños más profundos, mucho más terroríficos que lo vivido en aquel centro comercial. —¡Hans, por favor espera! —Harry, desesperado corre tras el chico al verlo abrir la puerta de la habitación. —¡Hans! —sorprendido ve como sale de la habitación sin temor y sin titubeos. “Nunca había hecho eso en sus crisis”, piensa agitado y observa por primera vez en su vida los ojos furiosos, enrojecidos por la rabia de aquel llamado por sus enemigos como Azazel, “Está furioso”, corre rápidamente tras Hans, “Sal de aquí, corre, Hans, corre”, implora profundamente. —¡Harry! —S-Señor. —se detiene en seco. —Quédese en la habitación, vamos a volver. —camina rápidamente y ve las afueras al joven correr desesperado. —Se lo aseguro. Sin más corre tras el chico sin mucho esfuerzo. “Maldito mocoso de verdad deseas irte”, piensa enfurecido, ¿por qué quería mantenerlo en aquella habitación ahora?, ¿qué está tratando de comprobar?, “Veamos qué tan valiente eres”. Por otro lado Hans a punto de llegar al ascensor su mente se concentra con mayor fuerza en el objetivo de escapar, dejando atrás la cuna del lobo blanco, de aquel hombre por el que su corazón ha tenido que sufrir durante años. La velocidad y la agilidad con las que se mueve demuestran su determinación por cumplir los deseos de su angustiado corazón.
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