Capítulo XXIX: Encantador y dulce

1216 Words
Estando ya en el interior de la pequeña cocina, Ansgar, sintiéndose ligeramente incómodo debido al reducido espacio para su altura y cuerpo, se sienta en el mesón como puede. —Yo lo perdoné no por tener un corazón blando, señor Ansgar, sino porque veo en usted a un muchacho que ha pasado, por tanto, tanto dolor, tantas faltas y soledad que cuando vi en sus ojos que las disculpas las estaba pidiendo de corazón, entendí que no es como la gente dice que es. —suspira y sonríe con suavidad. —Soy vieja, pero afortunadamente no soy sorda ni ciega, señor Rockefeller. —con suavidad, toma la mano del joven, quien la observa ansiosamente. —No sé qué tanto haya pasado usted, pero lamento mucho que haya tenido que vivir una vida que, si bien le ha dado el carácter para manejar grandes corporaciones, también ha dañado su corazón y sembrado en el mismo la desconfianza hacia los demás, incluso si dicen palabras honestas. —toma el rostro de Ansgar, quien siente sus ojos arder repentinamente y baja la mirada. —No se preocupe tanto, usted está cambiando, pero recuerde algo: los cambios deben verlos usted primero al verse reflejado en el espejo, y los demás los verán con honestidad después de que los hayas aceptado en ti. —Yo lamento lo que dije… —Tranquilo, sé que estabas diciendo algo diferente con la mirada. No tema ser herido, a veces las heridas nos enseñan realidades y, en ocasiones, también nos muestran nuestros propios errores y, en algunas, muy escasas… muestran la manera de solucionarlos —pellizca la nariz del magnate, quien acaricia su nariz sorprendido y apenado. —Qué niño. —ríe con suavidad la anciana. —Por cierto, me llamo Dora, usted ya sabrá, no dudo que haya investigado a esta familia. —lo mira con seriedad. —Lo siento… —No haga eso nunca más, para conocer a alguien no siempre se necesita dinero para comprar información, solo acérquese y hable. Ya sabe, confianza. Deposite más confianza en los demás. Una cosa es ser bobo y otra cosa es ser educado, no confunda las cosas. —Sí, señora. —rasca su nuca con suavidad. —Ahora le deseo suerte para encontrar a Hans. —¿Qué? —abre los ojos alarmado. —Se escapó hace unos 15 minutos. —No puede ser. —Suerte. —dice más para sí misma al ver que aquel hombre sale apresurado por la puerta. Corre sin cesar por las estrechas calles del vecindario. Afortunadamente, es una zona tranquila, por lo que Hans probablemente estaría escondido en algún lugar, como un niño. "Al menos se nota que tuvo infancia", piensa y sonríe con suavidad. Sus pasos apresurados resuenan en el pavimento, mientras el corazón del magnate y déspota Rockefeller late acelerado. Se siente libre, como si aquella agitación fuera necesaria para pensar, para sentir libertad. El sudor perlado brilla en su frente y, finalmente, la fatiga llega. Rendido, se detiene y observa a su alrededor, sintiendo la irritación crecer. Luego, vuelve a mirar a su izquierda y encuentra al joven Hans, sentado en una banca, observando el cielo mañanero y silencioso. Aquella imagen tan preciosa derrite el semblante del rubio, quien respira hondo y se acerca con valentía. —Al menos avisa cuando vayas a salir. —dice precipitadamente sin dejar de ver al joven. —Imbécil. —el de ojos cafés dice aquello, irritado, y se levanta dispuesto a irse. —No, espera, no quise decir eso. Hablemos… por favor. —acaricia su nuca, sintiéndose pequeño. —¿Por favor? —Como sea. —se sienta a regañadientes en la esquina de la banca. —Adelante. —señala la otra punta de la banca. —¿En serio? —¿Vamos a hablar o no? —lo mira con ojos amenazantes, a lo que el rubio se atraganta y ríe suavemente, sin poder creerlo. Aquel chico lo había asustado de verdad. —Hablemos —suspira y se sienta en la esquina de la banca de manera exagerada, sacando una suave sonrisa en el rostro del joven, quien trata con todas sus fuerzas de no sonreír. —¿Así está bien, señor Hans? —Sí, está muy bien. —niega con su cabeza y vuelve aquella mirada nostálgica e irritada en sus ojos. —Lamento lo que dije, no fue lo que quise decir. —¿Entonces qué querías decir, Ansgar? —lo mira con suavidad. —¿Recuerdas la carta que dejaste el día de mi cumpleaños en el casillero? Ese día, los directivos me castigaron y lo único que pude sacar del casillero fue tu carta. —Ansgar, si vas a bromear, sencillamente no hablemos. —se levanta y suspira rendido. —Lo que quiero decir es… —toma una pausa. —Lo que quiero decir es que ese día quería responderte —la voz de aquel peligroso hombre suena dulce y triste. —Pude haberlo hecho, estaba seguro de eso, pero no pude hacerlo porque no sé cómo. Soy un bastardo insensible y explosivo la mayoría de las veces, y lo sé más que nadie, pero realmente no sé cómo hacerlo —finalmente, mira aquellos ojos cafés que lo observan conmovidos y pensativos al mismo tiempo. —Así es tu maldito novio de apellido Rockefeller, señor Hans. —se levanta, dispuesto a irse. —Deberíamos irnos ya, para ver qué vamos a almorzar… Sus labios son atrapados suavemente por los del contrario antes de que siquiera se levante de la banca. Rápidamente, es domado, calmando sus crecientes preocupaciones. Suspira y cierra sus ojos, sintiendo las cálidas manos de aquel hermoso querubín de cabello castaño. Finalmente, abre sus ojos, deseoso de más, al sentir que el momento lleno de magia ha terminado tan rápidamente, a su parecer. —Espera, no, un poco más. —susurra y, posteriormente, escucha la dulce risa del chico, que acaricia sus mejillas con delicadeza. —Deberías reír más, es una pena que siempre te haga enojar o llorar. —baja su mirada, pensativo y ligeramente nostálgico. —Ahora me haces llorar de felicidad. No todas las veces que una persona llora es por tristeza, Ansgar. Aprendizaje número uno. —dice con suavidad y se yergue para observar a aquel hermoso hombre imponente. —Más que un aprendizaje, serán a partir de hoy recordatorios de lo que ya sabes. —baja su mirada, sintiendo sus orejas sonrojadas. —Porque me hiciste sentir amado como nunca me había sentido antes, un amor único y diferente como el que me haces sentir ahora y como el que me hiciste sentir esa noche. Así que no digas que no sabes cómo demostrar afecto, sabes hacerlo, y así mismo las palabras bonitas para los demás surgirán, solo debes esforzarte más. —sube su mirada y encuentra aquellos ojos brillantes, relucientes, observándolo con tanto amor que corta el aire de su pecho, tan... "Abrumador", piensa, sonrojado por completo. — A-Ahora vámonos, ya es tarde. —camina con prisa, casi corriendo, y cruza la calle mientras tapa sus orejas. —Por Dios… —rompe a carcajadas, abochornado, sí, Ansgar Rockefeller está sonrojado y atontado. —¿Acaso soy un adolescente? —se cuestiona y vuelve a reír tan genuinamente como nunca lo había hecho en el pasado.
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