Capítulo XVI: Gente con suerte

1540 Words
—Buenos días, Markus, de verdad no te cansas de joderme las mañanas. —Vaya, vaya, ¿por qué mierda te escucho de buen humor hoy? —No te debe importar. —Y por eso me quiero casar contigo, qué sexy eres cuando me insultas. —dice con voz ronca y exageradamente gatuna. —Ridículo. Sus labios rozan el borde de la taza de café con sabor a melocotón mientras bebe y una sonrisa amplia se dibuja en su rostro al escuchar el comentario pervertido y dramático de su amigo Markus. Una risa contagiosa escapa de sus labios, llenando el espacio con una alegría radiante. El café se convierte en una compañía reconfortante, mientras camina semidesnudo en la sala y observa su alrededor relajado y tranquilo. —Dime algo. —¿Qué quieres? —¿Pasó algo importante ayer? —Digamos que sí, Markus. —¡¿Ya me estás engañando con esa nena de Hans?! —Sí, desde ayer y no me arrepiento. —suspira y sonríe con suavidad. —Y no es una nena, es un nene. —Todos escuchen, Ansgar Alessandro Gabriele Jörgensen Rockefeller se está enamorando. —ríe a carcajadas en su oficina. —Oye, ¿estás de broma? —¿De qué mierda hablas?, no sé de qué hablas, debo irme, adiós. —arritado y avergonzado, lanza el teléfono sobre el sofá. —Imbécil. —suspira. —Sabes, soy un soldado, puedo escuchar tu respiración desde el baño. —se voltea para encontrar al joven caminar silenciosamente devuelta a la cama después de pararse y espiar al rubio que sonríe burlón al ver sus orejas sonrojadas. —Y-Yo quería decirle que me voy de aquí y nada lo puede impedir. —apretando sus puños abochornado, recordando todo lo que anoche había sucedido, toma sus zapatos rápidamente para colocárselos con prisa. —Adelante, puedes irte si lo deseas, no voy a detenerte. —se cruza de brazos y observa al chico levantarse para verlo directamente a los ojos, desconfiado. —Lo prometo. —dice con suavidad al recordar aquella promesa hecha en la escuela secundaria, causando al instante palpitaciones en el pecho del menor. “Acaba de recordarlo”, sonríe satisfecho al ver al castaño pensativo. —Como sea, m-me voy. —camina rápidamente hasta llegar a la puerta y abrir la misma. —¡Ah, verdad!.. Mi gente va a escoltarte a donde sea que vayas a partir de ahora. —sonríe suavemente al escuchar el chirrido de los pasos del dicho. —¿Qué? —pregunta sonrojado hasta el cuello, esta vez por la impotencia. —No quiero. —Pero yo sí quiero. —se voltea y sonríe ladino, mostrando un brillo en sus ojos, diferente, genuino, “¿Cariñoso?”, se cuestiona el castaño al verlo. —No necesito nada de eso, puedo cuidarme solo —Dios, ¿sabías que en las cartas eras así de testarudo? —se acerca lentamente hasta el chico. —No sé de qué hablas. —aprieta sus labios, nervioso. —Señor H. M, sé quién eres, mucho más de lo que crees. ¿No recuerdas tu confesión de ayer y la mía?, veo que sí. —observa con detalle su rostro abochornado. —No, no recuerdo nada. —Yo sí. —dice con suavidad, tan extrañamente común en este hombre de ojos violetas. Hans observa sorprendido aquel comportamiento. —De todas formas lo dices porque lo escuchaste de mí, de lo contrario seguirías tratándome mal. —aparta su mirada, nostálgico. —Así que deja de comportarte así, solo estás… —¿Fingiendo? No, cariño. Realmente rectificaste mis sospechas desde la primera entrevista. Tu nombre se me hacía familiar y no pude evitar recordar esas cartas… —suspira, pensativo. —Luego sucede lo de ayer y viene a mí todos y cada uno de los momentos en que nos topamos en la secundaria. —sonríe con suavidad al atrapar aquellos ojos cafés. —Ahí está, esos lindos ojos que vi todos los días en los pasillos, mirándome asustado y sonrojado. Eres tú. —ríe. —Algo me decía que eras artífice de esas cartas, pero no sé por qué nunca te enfrenté, supongo que me gustaba la forma en que me acosabas dulcemente. —Yo… —tembloroso intenta hablar siendo acorralado en la pared, ¿en qué momento empezaron a retroceder? —Me hacía la idea y debo admitir al señor Hans… —inclina su rostro ligeramente. —Debo admitir que el sentimiento es el mismo y por eso me descolocaste tan pronto empezamos a vivir juntos. —¿De qué hablas? —observa aquellos ojos violetas, siendo hechizado. —Señor Hans Engla Siu Murphy Doyle, yo estoy enamorado de usted. La sonrisa de Ansgar pinta su rostro con un resplandor radiante, mientras sus mejillas adquieren un tímido rubor. Aquello jamás se había visto, jamás se esperaría al mismísimo demonio de Belfast sonriendo tan dulce y genuino, y menos que esa sonrisa sea producto del amor, sí, Ansgar rockefeller ha caído en la seducción y dulzura del mismísimo señor H. M. Es una sonrisa única y cautivadora, como si una pincelada de felicidad se hubiera dibujado cuidadosamente en sus labios después de año atormentado y con sentimientos que solo lo convirtieron en lo que es hoy. El cabello rubio cae con gracia sobre su rostro, enmarcando sus facciones con un toque de encanto natural. Sus ojos brillan con una chispa traviesa, reflejando el brillo del sol en un día de verano. Es una imagen inolvidable, un instante fugaz que captura la belleza y la alegría en una sinfonía de colores y emociones. Hans sin poder soportarlo más deja caer aquellas lágrimas, tan intensas y silenciosas como aquel día en el patio trasero de la escuela secundaria, esta vez llenas de liberación, dejando que sus emociones cubran su rostro, cerrando aquella herida entre lágrimas y sollozos. Sus brazos se abren débilmente, exigiendo ser abrazado cual niño mundo por el hombre frente a él que lo toma en sus brazos rápidamente y lo eleva mientras acaricia su cabello y acuna su rostro en su cuello, “Por fin te tengo H.M, no te dejaré ir”. —Sé que no tengo tu perdón en su totalidad pero déjame intentarlo una vez más, dame esta oportunidad y ayúdame a enmendar este error. —observa su rostro, dejando salir las lágrimas. —Dios, Hans no sabes cuanto me arrepiento por no haber ido a buscarte, quizás las cosas fueran diferentes ahora. —solloza sin dejar de ver aquellos ojos cafés. —Por favor no te vayas. No quiero estar solo como ese día, no quiero estar solo como en ese entonces. —Lo abraza con fuerza y esconde su rostro en el pecho del joven. —Si huyes ahora voy a seguirte a donde sea que vayas. —Bájame. —sintiendo su corazón a mil por cierto, se remueve hasta bajar y ver aquel ceño fruncido y mocoso. —¿Qué?, ¿por qué? —No. —retrocede y ve aquel rostro divino, “¿Por qué se ven tan lindo llorando?”, piensa y sonrojado sacude su cabeza. —Dijiste que me buscarás a donde vaya, ¿verdad? —Sí. —se acerca ligeramente. —No des un paso más y… —camina rápidamente hasta la entrada. —...entonces, ven a buscarme. —sale rápidamente y corre para tomar el ascensor, dejando a aquel hombre entre lágrimas y una sonrisa estúpida. —Señor, ¿quiere que detenga el ascensor? —No, Mabel, déjalo ir tranquilo. —dejándose caer al suelo suspira. —Envía un comunicado a la sección 11, que todos estén cuidando la zona donde vive Hans, que vayan de civil, no los quiero con uniforme. —Entendido señor, ¿algo más? —Envía mañana por la mañana una cajita de leche con sabor a plátano y un trozo de pastel de chocolate y un peluche con forma de ardilla. —rompe a carcajadas. —Señor, ¿está drogado otra vez? —¿Qué?, no. —ríe con más fuerza apretando su estómago. —Oh, Mabel, eres la mejor. —Gracias, señor, trato de dar lo mejor. Siempre estoy a sus órdenes. —Gracias, Mabel. —De nada señor. Por otro lado, un Hans sudoroso y atontado al igual que el magnate más temido de la ciudad, con una sonrisa radiante que ilumina su rostro, corre por las pintorescas calles de Belfast. Cada paso que da parece estar en cámara lenta, como si el tiempo se tomara un momento para admirar su alegría contagiosa. El sol de la tarde derrama su cálida luz sobre su figura, creando un halo dorado a su alrededor. Las suaves ráfagas de viento acarician su cabello, despeinándolo con gracia mientras avanza sin cesar. Sus pies apenas tocan el suelo, como si estuviera flotando en una nube de felicidad. Su rostro resplandece de emoción mientras los transeúntes son testigos de su paso alegre y enérgico. Las risas escapan de sus labios, llenando el aire con una melodía encantadora que contagia a todos los que se cruzan en su camino, Hans, el misterioso H. M estaba corriendo lleno de felicidad y jura con emoción a su adentros no querer dejar sentir aquel cosquilleo.
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