Capítulo XVII: Allá, donde vayas

1187 Words
La mayoría de veces Hans se despertaba sin ánimos de ver su propio rostro en el espejo, pero esta mañana, una tranquila, la luz del sol se filtra suavemente por la ventana de la habitación, bañando el ambiente con su resplandor dorado y causando que la suave sonrisa de Hans Murphy se agrande al recordar aquellos ojos violetas sonreír. Rápidamente, sacude su cabeza y se acomoda sobre la cama envuelto en ropa cómoda y acogedoras medias. Sus ojos se posan con atención en las páginas del libro titulado La Torre Oscura IV: Mago y Cristal, mientras su mente se sumerge en las palabras cautivadoras de Stephen King, uno de los mejores escritores, donde sin duda puedes sentir al padre del horror cósmico Howard Phillips Lovecraft Con cada párrafo que lee, su rostro se ilumina con una expresión de fascinación y concentración. Un lápiz descansa entre sus labios, sujeto suavemente entre sus dientes, como si buscara canalizar su inquietud y emoción a través de aquel lápiz amarillo tan feo y de mal carboncillo. Muerde ligeramente el lápiz de vez en cuando, una pequeña manía que revela su inmersión total en la historia que se despliega frente a sus ojos. El entorno tranquilo se ve interrumpido solo por el suave crujir de las páginas al pasar, como susurros que acompañan su lectura. El aroma del café recién hecho se mezcla con el aire, proporcionando una nota estimulante y reconfortante que complementa a la perfección la atmósfera acogedora de la habitación. —¡Hans, carajo, diles que se quiten de mi jardín! —Harry, como un anciano cascarrabias entra abruptamente a la habitación, causando que el castaño grite asustado. —Dios mío, ¿qué pasa? —Pasa que tu marido envió a estos perros a cagarme el jardín. —Dramático. —se levanta y lo abraza para calmar su rabia. —No son perros, son personas, deja de ser tan grosero. —Hablo el bien hablado. —pellizca su mejilla. —Quítalos, está arruinado mis petunias rojas. —Deja mis mejillas, y además no es mi marido, deja de decir estupideces. —sonrojado, sale de la habitación, escuchando las carcajadas de Harry. —¡Se puso rojo, se puso rojo! —cantarín camina danzante mientras lo señala con su dedo, infantil. —Me cae de la mierda tu marido, pero, ya que aparentemente está cambiando un poquito, no me huele tanto a caca. —Puerco. —rompe a carcajadas junto al de gafas. —Lo lamento, iré a decirles que se vayan, desde anoche están ahí, no pensé que fuera tan rápido en colocar la seguridad. —siente sus mejillas calientes. —Dile a la abuela que quiero cereal por favor y que sea de oreo. —A la orden de mi Lord. —Su Gran Alteza el Escuerzo de muchas Marmotas. —dice dramático mientras pone sus ojos en blanco mientras escucha la risa del contrario. —Tú tampoco te salvas ¿qué hay de Ellinore? —Nada, es una loca que me pasa acosando, yo qué sé. —se va irritado y con las manos sonrojadas, una extraña forma de sonrojarse del joven Harry. —Claramente algo pasa. ¿Acaso te gusta? —¡No, jamás me va a gustar una loca de esas tan encimosa! —¿Seguro? Allí estaba ella, la dichosa Ellinore, radiante y altiva, se erguía en la puerta, observándolo con una sonrisa seductora que desafía la calma del temeroso corazón de Harry. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, el de ojos sarcos sintió un cosquilleo de nervios recorrer cada fibra de su ser. —Ay, no. —mira al castaño, que al igual que él, se queda pasmado. —Ay, sí, Dios. —chilla y huye a la habitación dejando en total abandono al joven Harry. Su rostro se enciende en un intenso rubor, como si el fuego de la pasión hubiera tomado por asalto sus mejillas. Aquella mujer, alta y atlética, parece desafiar todas las expectativas y desvanecer cualquier rastro de seguridad que Harry pudiera haber tenido. Sus piernas tiemblan ligeramente bajo la mirada burlona de Ellinore, una chispa traviesa que deja entrever su confianza y su capacidad para encender el deseo en cualquier corazón. —S-Sabes, yo quería decir… esto… yo… era… yo… Con su corazón latiendo desbocado, se esfuerza por encontrar las palabras adecuadas, pero sus labios parecían estar sellados por la sorpresa y el nerviosismo. Sus ojos, llenos de asombro y admiración, se deslizan por los delicados contornos de Ellinore, cada curva y cada línea esculpidas con gracia y elegancia. Era como si el mismísimo arte se hubiera materializado frente a sus ojos, provocando una tormenta de emociones en lo más profundo de su ser. —Lo escuché todo, ¿cómo es eso de “Loca de esas tan encimosa”? —se acerca lentamente y con una mirada traviesa y un aire de superioridad, disfrutaba de la reacción de su víctima. Su sonrisa burlona parecía susurrar secretos y desafiarlo a dar un paso adelante. Era una danza cautivadora, una mezcla irresistible de deseo y juego. La complicidad silenciosa entre ellos era palpable, como si el destino mismo hubiera urdido este encuentro para poner a prueba a Harry en el arte de la seducción. —Yo lo siento… yo… —tembloroso se ve acorralado en la pared por aquella diosa. —Lo lamento… es que tú me molestas mucho, es muy sofocante. —alza su mirada, temeroso. —Dios. —abre sus ojos sintiéndose colmada. —¿Cómo te atreves a seducirme estando en tu propia casa? —¿Qué?, yo no he hecho nada, estás loca. —empuja a la mujer que sonriente lo observa con ojos lascivos. —Tú me excitas. —ríe atontada sin dejar de verlo. —Eres tan adorable. —Dios… —aterrorizado y abochornado sale huyendo. —¡Abuela, ¿por qué la dejaste entrar?! —¿Qué pasa? —la anciana observa a la joven de cabello n***o. —Ay, hola, hijo esta mujer es muy amable y dulce. —se levanta y saluda a la chica que se acerca poco a poco. —Señora, ¿cómo está?, ¿te estás alimentando adecuadamente? —pregunta sonriendo con dulzura y un tono agradable. —Oh, claro que sí, ahora saldré al mercado, ¿quieres acompañarnos? —Claro que sí. —alza su mirada oscura y maliciosa al chico que abraza a su abuela por detrás. —Abuela, no, seguramente tiene mucho qué hacer, ¿verdad? —lanza una mirada fulminante a la mujer que repite la misma acción, causando que el joven se atragante. —No, estoy libre. —dice encantadora. —Vamos de compras hoy, quiero regalarte ropa abuela. —dice con dulzura. —Oh, no hagas eso, eres muy considerada con esta anciana. —mira a su nieto. —Es una buena chica Harry. —Abuela, ahora no. —avergonzado camina rápidamente hasta su habitación y tras él las carcajadas de la azabache retumban en sus oídos. —Esa mujer está loca, ¿qué está pasando con mi vida? —sacude su cabello junto a una mirada angustiosa.
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