Capítulo XX: Cicerón

1683 Words
El sol del atardecer tiñe el horizonte con tonos dorados cuando Hans, ataviado con elegancia, ingresa a la imponente sede de la empresa, debía disimular un poco su prisa por llegar, pues su horario laboral empezaba a las 4 de la tarde y él no haría la excepción por ser la pareja del gran jefe. En sus manos llevaba los informes meticulosamente elaborados del último mes, aprovechando que estaba cerca de casa de la abuela Dora. —Hola, Alexander, ¿él está trabajando? —pregunta con suavidad a lo que el contrario asiente rápidamente con una suave sonrisa. —De hecho, si le es posible lleve esto. —le entrega dos bolsas de comida, una con pollo picante, papas fritas y otros comestibles. —Dijo que era para comerlos con usted. —Tranquilo, yo lo llevo. —ríe con suavidad y agradece con una reverencia. Al caminar por los pulcros pasillos, las miradas curiosas se posan sobre él al verlo con dos bolsas de dicha comida, pues el magnate no acostumbra a comer tales cosas lo que se hace extraño al verlo. La oficina central, que alguna vez fue un desastre por las balas, se encuentra silencioso y ciertamente lleno de energía, algo diferente y como no si Hans es el culpable de todo aquello. Al llegar, la puerta entreabierta revelaba a Ansgar sumido en su trabajo, su espalda ancha y su ceño fruncido hacen que el castaño muerda su labio inconscientemente; El hombre incluso trabajando se ve exquisito. Hans, con una sonrisa juguetona, golpea suavemente la puerta antes de entrar. Ansgar, alzando la vista, ilumina la estancia con una expresión de alegría al verlo. —Hans, siempre tan puntual y con esos informes que ya me causa migraña verlos.—bromea Ansgar, dejando a un lado los documentos que ocupaban su escritorio. —Drama Queen, con pollo frito todos los males desaparecen. Hans le entrega los informes y de paso una bolsa con pollo condimentado y con pizcas de albaca sobre la mesa. El castaño aprovecha y da un beso suave. Las manos de Hans acarician con ternura el rostro del lobo blanco que solo se deja domar sin más. —Extrañé esto —confesó Ansgar con una sonrisa, sus ojos reflejando gratitud. —Por Dios, solo me fui por dos horas.—responde Hans, su tono impregnado de ternura y suavidad. —¿Y yo soy el llorón? Sentados juntos, comparten el pollo, como si fuese algo de todos los día, “¿Desde cuándo me empezó a gustar esto?”, piensa sonriendo con suavidad el rubio al ver que el castaño limpia su con una servilleta al verla llena de grasa y trocitos de pollo frito. La conversación al inicio trató de los ataques al sistemas, pero luego viró hacia el crecimiento económico de las empresas y los pequeños emprendimientos que se plantearon hace un par de días, sin duda un negocio rentable y duradero en el tiempo. —Las cifras para el próximo mes son prometedoras, pero creo que podemos empezar por hacer publicidad desde ya, suena apresurado, pero será mejor hacerlo para que la gente se vaya ubicando, ¿no crees?—propuso Hans, su mirada llena de brillo. Ansgar asintió, enternecido y ciertamente en concordancia con la visión de Hans. Juntos empiezan a tratar una que otra idea junto a planes promocionales ambiciosos para fortalecer los lazos con pequeños emprendedores e incluso la disminución de que esto decidan desertar antes de que siquiera se firmen los contratos. El tiempo pasaba inadvertido mientras los dos se sumergen en la efervescencia de sus planes en una charla de pareja y al mismo tiempo trabajo. Hans bosteza con suavidad llamando la atención del rubio que pellizca su mejilla. —Auch, agresivo. —palmea su mano. —Iré a buscar la propuesta de Harry en el archivero, me dijo que tiene un plan bastante bueno para la promoción, asi´que no lo dejaré en espera. —suspira y toma un trozo de pollo y lo mete a su boca. —Por cierto, deberías cambiar ese archivero para la casa de un ogro. —Está bien mucho Harry Potter. —ríe y niega con su cabeza. —No tiene nada que ver. —se queja dulcemente, ganando besos del contrario en su mejilla. Después de la intensa reunión con Ansgar en la oficina central, Hans se dispones con pereza a la rutina diaria que demandaban sus responsabilidades ejecutivas. La tarde avanzaba con calidez y la luminosidad del día se filtraba a través de las ventanas, pintando de tonos dorados los pasillos de la empresa. Hans, con su habitual porte despreocupado, deja atrás la oficina central, no sin antes besar al rubio y dejarlo atontado; Se dirige al ascensor que lo conduce al final al cuarto piso, donde se halla el archivero o como el le llama “Casa de ogros”. —Pereza, perecita. —canta con suavidad. El ascensor, un habitáculo de acero y cristal, asciende con suavidad mientras el castaño se pierde por un momento en sus pensamientos, “Espero que Zazas me ayude. Sé que hará muy feliz Ansgar si se entera de un estrés menos”, sonríe con suavidad. —Solo debo llamarlo de vez en cuando así podré enterarme de avances. —acaricia su cabello resoplando. Al llegar, las puertas del ascensor se abren con un suave tintineo. Camina rápidamente hacia la sala 655 y se adentra, sintiendo una extraña y ciertamente desagradable sensación, “Tranquilo, solo es la ansiedad”, piensa y acaricia su pecho respirando hondo un par de veces, “¡Vamos!”, se anima internamente. Las estanterías se alinean meticulosamente, cada carpeta y archivo colocado con precisión milimétrica. —Casa tal cual es su dueño. —dice con suavidad y ríe posteriormente. —Señor Hans. —La secretaria y encargada de la sección sale repentinamente extendiendo un paquete de documentos. —Esto es lo que busca, ¿verdad? —pregunta con astucia. —Sí. —respira aliviada. —Eres la mejor, Alexis, Gracias. —expresa con una sonrisa amable, recibiendo la lista con elegancia. La secretaria se retira con un gesto respetuoso. Con la lista de documentos completa y el expediente adicional en mano, Hans se encamina de regreso al ascensor. La tarea en el archivero, aunque rutinaria, había sido un recordatorio de lo funcional que pueden ser a pesar de lo realmente agotador que es acumular tanto papel en vez de digitalizarlo. Con paso sereno, Hans dejó atrás el cuarto piso caminando distraído por la lectura del papeleo hacia el ascensor. Mientras Hans se hunde entre números y palabras, un ambiente muy diferente se desarrolla en las sombras que empezaban a arropar la empresa Rockefeller, sí, eso: La desgracia. Los agentes de investigación designados por los empresarios y miembros de la mafia irlandesa, descubren lo inédito en minutos al recibir la alerta y no solo eso la evidencia tacita del responsable de lo sucedido en los últimos días. —No puede ser. —Midas, guardaespaldas y agente de investigación del señor Ansgar, empalidece al ver la información. —¿Pero cómo? —se cuestiona y se levanta rápidamente, aún descompuesto por lo descubierto. —Vamos ahora muchachos. Los agentes, especialistas en la búsqueda de información, han rastreado las huellas de Hans en documentos, en la dirección de su casa y en cada rincón virtual donde ha dejado su marca. En la oficina el lobo blanco sonríe ligeramente mientras trabaja, cerrando finalmente los tres últimos contratos del mes y esperando al castaño devuelta en sus brazos, pero como de eso tan bueno no da para tanto, Midas con rostro imperturbable accede apresuradamente a la presencia del empresario que le mira con el ceño fruncido y se levanta de la silla con ligera dificultad. —Hans ha vendido 145 activos al mercado n***o. —Se atraganta al ver el rostro empalidecido del hombre. —S-Señor, no sé cómo o por qué, pero están las evidencias en todas partes. —Informa el agente con frialdad, su tono grave resonando en la oficina. La información, aunque falsa, penetra en la mente de Ansgar como una sombra oscura. Sus ojos, que hasta ese momento reflejaban devoción por el de mejillas regordetas y confianza plena a quien ha decidido darle su alma, se nublan por completo, causando fuertes punzadas en su cabeza. La traición es una llaga abierta que, de repente, emana un doloroso veneno difícil de borrar con el perdón. —¿Cómo es posible? ¿Por qué lo haría? —sonríe y ríe con ojos cristalinos y al mismo tiempo enfurecidos. —Eso no puede ser cierto, debe haber un error. —Toma los papeles revelando cada una de las evidencias halladas, causando que su pecho se oprima cada vez más. —Hans no ha hecho eso. Es imposible… imposible…. Esto no. —defiende Ansgar, buscando en sus recuerdos algún indicio que contradiga la acusación. —Lo siento, señor Ansgar, pero los datos son irrefutables. Tenemos pruebas por doquier incluso la ubicación de su casa. En este momento mis hombres están yendo al lugar para buscar el ordenandos u ordenadores con los que probablemente estuvo trabajando. —responde el agente, su voz imperturbable como un eco gélido. —Ansgar, de verdad deberías cambiar esa oficina da… mucho… miedo… —observa desconcertado a los hombres y el semblante del rubio enfurecido o herido. —¿Qué pasa?¿A-Ansgar? —trata de acercarse, pero los escoltas se mueven al unísono para evitar la cercanía. —¿Qué es lo que está pasando? —sintiendo sus manos temblar señala a los hombres brevemente. —Ningún hombre sabio pensó jamás…—acaricia su labios, sintiendo los mismos temblar, sí, Ansgar a punto de llorar empieza a reír, volviendo puño sus manos y dando un duro golpe al escritorio. Posteriormente, alza su mirada, llena de una chipa de dolor y profundo repudio. — …que un traidor podía ser confiado. —escupe lo último observando aquellos ojos cafés que se llenan de lágrimas sin comprender lo que sucede, sintiendo su pecho hundirse dolorosamente.
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