Parte dos: Capítulo VI: ¡Oh, cómo odio levantarme por la mañana!

1009 Words
—Señor, hay infinidad de libros, ¿le parece adecuado un total de 120 libros? —De acuerdo, si eso te parece poco. —ríe mientras niega con su cabeza. —Sí, según mis estudios matemáticos es lo más adecuado. ¿Para quiénes son señor? —Son para Hans. —¿El chico que salió huyendo de la habitación ayer, señor? —¿Qué dijiste? —atónito observa el teléfono. —¿Qué hizo qué? —Salió ayer huyendo de la habitación, señor. Usted trató de arrastrarlo al interior, pero el chico logró huir. Usted fue abrazado por su cita de anoche y volvió a la habitación, probablemente para tener coito. —¡¿Qué yo hice qué?! —grita enloquecido. ¿Él?, ¿Ansgar Alessandro Gabriele Jörgensen Rockefeller intento detener a alguien más en vez de solo tener sexo? —Eso es imposible. —Tengo las grabaciones, señor, Excepto las del coito. —Carajo, deja de hablar. Haz lo que te he pedido y es todo. —sale de la habitación apurado mientras acomoda su reloj de marca HerlockWast. Así, Ansgar avanza hacia su destino, su figura imponente y su paso firme, emana ansiedad, aquella sensación que niega rotundamente y junto a ella, la vergüenza. No, no podía ser posible que Ansgar, un maldito Rockefeller estuviera asustado por ver los ojos de un ser insignificante y soso. Con paso decidido y apurado, avanza hacia la oficina, su figura imponente recorriendo el espacio con una determinación inquebrantable, cambia el ambiente de aquel pasillo adornado por el arte que fascina a aquel castaño de ojos cafés. Cada pisada resonante marca su presencia, dejando una huella firme y segura en el suelo, como si gritara, “Este territorio es mío y ahora mi vergüenza también”. Acaricia su estómago repentinamente al sentir un retorcijón lleno de incomodidad. Segundos después yergue su espalda y sus hombros cuadrados perfectamente, revelando una postura llena de autoridad y confianza. El suéter con cuello de tortuga de color n***o perfectamente ajustado resalta su figura impecable, acentuando la elegancia y el porte que lo caracterizan. Con determinación toca la puerta de la oficina con suavidad. Al ver que nadie contesta, golpea una y otra vez hasta escuchar movimiento al interior. Su cuerpo se tensa repentinamente, haciéndole sacudir los hombros extrañado por aquella sensación de incomodidad. —Señor Hans, debe desayunar a las 10 le toca su medicina y… —No es a las 10, es a las 8 de la mañana. Ya desayuné y me duché en el baño de esta oficina. También tomé mi medicina y le avise a Harry que lo he hecho. El silencio envuelve aquella pequeña oficina y atraviesan el pecho del de ojos violetas, que sin saber qué decir se queda estático y pensativo frente a la puerta. Aquello crea un escenario propio de la ley de Hielo en sus etapas tempranas, antes de llegar a ignorarlo por completo. El tic-tac del reloj parece acompañar el latir de su corazón lleno de nostalgia, cansado de llorar toda la noche por aquel rubio y déspota inalcanzable. Sus manos buscan refugio y reposo sobre su pecho suavemente, como si buscaran aferrarse a un recuerdo, a un suspiro de nostalgia que se escapa entre sus dedos. Cada susurro del pasado se entrelaza con el presente, creando una sinfonía de momentos vividos y experiencias que moldean sus lágrimas, aquellas que se acumulan poco a poco en sus ojos. “Ni siquiera me recuerda”, piensa entristecido, “Maldito bastardo arrogante”, seca las lágrimas salientes con suavidad. —Si necesita algo más… —No necesito nada. —Por favor abra la puerta, debo cerciorarme de que sea verdad. —Tranquilo, no estoy mintiendo. —dice aquella palabras con peso, aquel que cae como un bulto de patatas sobre la conciencia del rubio, que, irritado, aprieta su mandíbula mientras trata de reprimir sus instintos animales. —Señor Hans, abra la puerta ahora o de lo contrario lo tomaré como un claro mensaje de qué algo extraño está pasando. —Qué irónico. —lanza una carcajada con la mirada perdida y baja. —Anoche escuché sonidos extraños y no me nacieron ganas de ir a cerciorarme por su bienestar. Total, recibí mal el mensaje de que algo extraño pudiera haber pasado. —suspira suavemente, como si las palabras no fueran suficientes para expresar lo que habita en su alma. La melancolía lo envuelve, como un manto suave que le susurra al oído —Mierda, no me hagas enojar. —masculla para sí mismo. —Abre la puerta ahora mismo. —alza la voz. —No quiero, estoy bien. Puede irse libremente. No lo molestaré más. ¿Acaso no es positivo que esté tomando autonomía?, pronto podré salir de este lugar. Usted estará en paz y yo también. —Hans. —Entre más rápido me recupere, será mejor, así yo… Con un movimiento ágil y preciso, Ansgar eleva su pierna, los músculos tensos y poderosos, y la descarga con una fuerza devastadora contra la puerta. El sonido del impacto resuena en la habitación, rompiendo el silencio y despertando al castaño que, asustado retrocede. La puerta cede ante el golpe, astillas de madera se disparan por todas direcciones mientras la puerta, antes impenetrable, se convierte en un umbral abierto hacia la furia del magnate multimillonario convertido en el mismísimo Azazel, revelando un comportamiento incluso más agresivo ante Hans. El de ojos cafés observa el rostro de Ansgar, lleno de ferocidad contenida, dejando en claro que no hay límites ni barreras que puedan detenerlo en su camino. Su fuerza casi sobrehumana y su determinación inflexible se manifiestan en esa patada, en ese acto de violencia regulada por la poca consciencia de la que dispone su alma. El aura oscura que envuelve a Ansgar se intensifica al atrapar aquellos ojos cristalizados por las lágrimas que lo observa ¿Furioso, triste, enojado?, no lo sabe, pero aquella mirada abrumadora está socavando su conciencia y provoca en él que la furia se alimente de aquello que le cuesta reconocer como culpa.
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