Él frunció el ceño, luego miró a David con una mirada de indiferencia, al igual como yo lo mire. Volvió a clavar sus ojos en mí, las piernas me temblaron.
—Solo sube al auto. —ordenó.
Me clavé en la acera, crucé mis brazos y lo miré desafiante. Era una postura de niña consentida, lo sé. David suspiró con cansancio, se acercó al auto de Henry y abrió la puerta trasera-derecha. Se adentró en él. Henry seguía mirándome, no parecía querer cambiar su postura, resoplé y bajé la guardia. Intenté protestar, pero acomodé mis palabras y mis pensamientos. ¿Dejar que David vaya solo con Henry? ¿O ir con ellos? Dejar que David vaya con Henry solo en el auto no era la mejor opción, por los acontecimientos anteriores... Finalmente me acerqué al auto con paso pesado, sentí la sonrisa triunfadora de Henry a mis espaldas.
Estiré la mano para abrir la puerta, se abrió poco para que luego Henry la cerrara, lo miré.
—Tú irás adelante, conmigo.
Sus palabras podían decir muchas cosas, pero ésta era una orden directa y no había caso de protestar.
Dio toda la vuelta y lo seguí, me abrió como todo caballero (pero si él no era un caballero, era un manipulador) entré sin ni siquiera mirarle. Él la cerró con fuerza, haciendo que mi cuerpo temblara. Miré por el espejo retrovisor a David, quién tenía la mirada perdida en un objeto en sus manos, observé con más atención para entender algo de esa misteriosa pieza.
— ¿Qué llevas ahí? —pregunté con una sonrisa y el ceño fruncido. Él se sobresaltó y escondió rápido la cosa plateada.
—Nada.
—Pero si yo vi que llevabas algo en las manos. —No despegué la mirada de él. — Vamos, dime. — insistí.
A veces podría ser algo molesta, pero las cosas me intrigaban y quería saber qué era eso.
—Nahiana, no es nada... —movió la boca para decir otra cosa, pero Henry se subió, nos miró con el ceño fruncido y puso en marcha el auto.
—Ponte el cinturón. —volvió a ordenar.
Puse los ojos en blanco e hice lo que me dijo.
El recorrido fue silencioso, y aunque la casa de Jeremy quedara a solo dos calles de la preparatoria, parecía que el camino daba vueltas y vueltas, se hacía más largo de lo normal.
El auto se detuvo justo en el taller de Jeremy, miré por la ventanilla y vi a mi bebé, mi auto, con el capo abierto, mostrando su interior. Me saqué el cinturón de seguridad, y me dispuse a salir del auto, pero la gran mano de Henry sostuvo mi brazo, puse los ojos en blanco y volví a resoplar con fastidio. Me acomodé en el asiento y miré de reojo hacia atrás, David ya no estaba. ¿Cuándo ha salido del auto? Miré hacia afuera y vi como saludaba a su hermano.
Volví mi mirada a Henry.
— ¿Qué quieres, Tremblay? —pregunté con fastidio. Quería irme, salir de allí.
—No me digas así, tengo nombre y por favor cambia tu tono de voz. Es cansador escucharte quejándote de todo.
— ¿Qué? ¿Ahora es mi culpa? —Incrédula de sus palabras, sonreí con ironía. — No tengo las fuerzas para estar peleando contigo, así que, adiós, Tremblay. —Dije dirigiéndome hacia la puerta para salir, solo un pequeño ruido y todas las puertas estaban con seguro. — Déjame salir, Henry.
— ¿Ves? No es tan difícil decir mi nombre.
—Déjame salir. —repetí.
—No. —una palabra y lo odié más aún.
Me recosté por el asiento y tapé mi rostro con mis manos, ahogué un grito, haciendo que éste se trabara en mi garganta. Suspiré, suspiré y suspiré. Las manos de Henry eran frías, tomó mis manos y las sacó de mi rostro, no protesté. Tenía los ojos cerrados, los abrí y pude ver sus ojos brillar con burla.
—N-no hagas eso... —las palabras escaparon de mis labios.
— ¿Qué no haga qué? —sus ojos no dejaban los míos.
—M-mirarme así, creyendo de que voy a estar a tus pies... — Las palabras se tropezaban entre sí. —... pensando de que aceptaré todo lo que me digas, yo no, yo no haré eso.
Creo que estaba orgullosa de que al decir lo último mi voz no temblara.
Él sonrió, levantó la mano y acarició mi mejilla, la sonrisa en su rostro se amplió más al ver como mi piel se erizó al sentir su roce. Entreabrí mis labios, confusa de mi acto, mantuve mis ojos cerrados, se acercó a mí, sentí su respiración chocar con la mía, mezclándose...hechizante, adictivo. Sus labios hicieron un leve roce a los míos, no podía moverme, me tenía tensa con solo su roce, con su toque en mi mejilla, haciendo pequeños círculos en ella con el pulgar.
Se volvió a acercar y a rozar mi labio inferior, bajó un poco y besó con delicadeza mi mentón.
—Cariño, yo no te besaré, tú me besaras a mí. —afirmó con seguridad.
Su voz raspante hizo que se rompiera mi burbuja, abrí mis ojos de golpe y me topé con su verdosa mirada con brillo, cómplice de la burla. Cerré mis labios, volviéndolos una fina y recta línea, los apreté y aseguré que estarían un poco blancos de tanta presión, mis cejas se juntaron.
Él solo jugaba, la sonrisa burlona aún estaba tatuada en su rostro. La camisa blanca era algo transparente dejando ver sus diversos tatuajes, dos aves en distintos tonos grises, situados en el cada pectoral.
—Cierra la boca, no quiero verte babeando. —murmuró con burla.
Esto le hacía gracia. Claro, si era su juego. Yo era su juego de fin de semana.
Puse mis manos en su pecho y lo alejé de mí, me incliné con prisa y apreté un botón, haciendo que todas las puertas quedaran sin seguro. Abrí la mía y no miré hacia atrás. Acomodé el bolso en mi hombro, mi cabeza intentaba analizar, era lenta para estas cosas. Henry era diferente a los demás chicos, manipulador, grosero y lo mejor, un imán para la idiotez.
Miraba el suelo con furia. Levanté la vista y a solo pocos metros de mí, estaba Jeremy limpiando sus manos llenas de aceite. Se acercó a mí con su sonrisa más amable que pudiera tener. Le devolví una igual.
— ¿Y? ¿Cómo está mi bebé? —pregunté con entusiasmo.
—Bien, podrás llevártelo a la noche, pero será mejor venir a recogerlo a la mañana. —asentí.
— ¿Y cuánto es el costo? —hice una mueca.
—Te lo he mandado por texto hace cinco minutos, no sabía que ibas a venir.
—Oh, espera...
Busqué mi teléfono en mi bolsillo, pero no estaba. La desesperación se apodero de mí. Dios, si perdía este teléfono, esta vez sí que no me iban a perdonar.
— ¿Sucede algo? —preguntó intrigado Jeremy.
— ¡Mierda! No encuentro mi teléfono. Juro que lo había dejado en mi bolsillo.
—Nahiana...
— ¿Sí? —Jeremy apuntó algo detrás de mí.
Él miraba por arriba de mis hombros, me di vuelta aún con el corazón en la boca. Henry desde adentro de su auto, con esa sonrisa burlona y maliciosa, sacudió mi teléfono en sus manos. Gruñí por mis adentros. Comencé a caminar hacia él, cuando llegué a la mitad del camino, él encendió el coche y comenzó su camino a donde quiera que se vaya. Volví a gruñir.
Maldito Tremblay.
(...)
Dejé mi bolso caer en el sillón color azul marino, con pereza. Miré alrededor y no percibí ningún movimiento, no escuche ningún sonido.
— ¿Zach? —grité.
Esperé unos minutos y escuché como alguien aparecía por el corredor del segundo piso, me miró y sus ojos azules brillaron. Bajó las escaleras y dejó su adictivo juego, poniéndolo en su bolsillo trasero. Me adentré en la cocina.
— ¿Y mamá? —pregunté tomando una manzana.
—Se está arreglando para la noche.
Abrí la boca para que las palabras fluyeran de mi boca, pero el sonido de la puerta me interrumpió. Zach no se movió de su asiento, puse los ojos en blancos y me encaminé hacia la puerta. La abrí y un hombre moreno de ojos oscuros con un cabello revuelto, estando en la línea de los cuarenta, sonrió al verme abrir la puerta.
—Hola. ¿Puedo ayudarlo en algo?
—Hola. —Su sonrisa era linda. — Sí, busco a Meredith Thatcher. —Lo miré para que siguiera revelando información. — Soy Jack, Jack Quiseng.
—Oh, el de esta semana es un tal Jack, pensé que era la semana de la R.
Las palabras salieron de mi boca solas, mi madre, mujer divorciada con dos hijos jóvenes y de un cuerpo matador. Mi madre estaba en la línea de los treinta, pero sabía cuidar su cuerpo... muy bien. Tal vez sea su metabolismo, o no lo sé. Pero desde que se ha separado de mi padre (después de casi dos años de vivir de su trabajo y casi no salir de casa) ha estado saliendo con varios hombres, y siempre cada uno ha terminado decepcionándola.
Hice una mueca de desprecio, mi madre. Mi grandiosa madre.
— ¡Nahiana! —exclamó mi madre a mis espaldas con furia.
Me di la media vuelta y me encontré con mi madre, rostro a rostro. Me tomó del brazo con fuerza y me llevó a la cocina, Zach seguía ahí. Con todo disimulo.
— ¿Qué crees que haces? ¡Nahiana, ya no eres una niña para estar jugando a estos juegos, por favor!
Miré el pequeño reloj plateado en mi muñeca, mostrándome las 20:45. Joder, se me estaba haciendo tarde para la detención, si llego tarde, tendré que ir de nuevo la próxima noche. Dos horas o tal vez una. ¡Que sea una! Me dirigí a la sala, tomé mi bolso, metí la manzana en mi boca, sujetándola con esta, para que no cayera. Me coloqué la chaqueta, mi madre me miraba indignada por mi acción.
Tomé dirección a la puerta y choqué con el hombro al tal Jack Quiseng.
—Volveré en unas horas.
Escuché como gruñó, salí con paso apresurado de ahí para llegar a la escuela. Había digerido la manzana con rapidez, esto iba a acabar mal en mi estómago. Cada paso se me hacía doloroso, me dolían las piernas. Mierda, y la escuela queda a dos calles más.
Corrí un poco, hasta llegar a la puerta principal jadeando. La abrí y tragué saliva en seco, la respiración se me cortaba, me incorporé y tomé aire, inundando mis pulmones de ellos. Caminé por el solitario corredor hasta hallar la puerta con el gran nombre «Detención». Odio esto.
Entré y la clase ya estaba por la mitad, busqué en mi bolso la notificación del porque estaba allí para darle al Sr. Robinson. Levanté la vista y sus potentes hoyuelos aparecieron al verme, ese destello en sus ojos hacia que mi estómago se retorciera. La furia se me subió a la cabeza. Y mi piel se erizó.