Capítulo 3: Who do you think you are?

1216 Words
Me había olvidado por completo de mi teléfono por estar perdida en mis pensamientos. Éste vibraba en mi bolsillo, lo tomé y la foto de María con esa esplendida sonrisa y junto con sus anteojos Ray•Ban color negros con efectos florales por todas partes, ocultando sus ojos color verdes. Contesté. — ¿Dónde estás? —preguntó algo preocupada María. —En el campus delantero. —dije normal. —Tonta, te estoy esperando en el estacionamiento de la escuela. —Me reprochó ella. — Ven, ya quiero ir a casa. — ¡Hey!, son las... —despegué el móvil de mi oreja y miré la hora—...tres de la tarde, debo ir a la casa de Jeremy a ver cómo está mi bebé. Luego voy para casa, y t-tengo detención a la noche por dos horas. —las palabras salían con rapidez, pero a lo último mi voz quebró, esperando al animal furioso que se escondía por algún lugar de la mente o personalidad de ella. — ¿Qué? —Cerré los ojos con fuerza. — Na... —respira con fuerza. — Nahiana... —su voz ahora era más calmada. —...amor, mi corazón. Si sigues asistiendo a esa maldita clase lo único que harás es no graduarte. ¿Eso es lo que tú quieres? Suspiré. —No, claro que no. Pero los profesores, ellos... Me interrumpió bruscamente. —No digas que los profesores te odian, eso ya lo sé. Además, ese cuento barato ya me lo has dicho miles de veces, te pones las ganas necesarias o te tomo de los cabellos y los arranco uno por uno. —y ahí está la furia de ojos rojos. Volví a suspirar, poniendo los ojos en blanco. —Bien, y no, amo mi cabello. —hice un puchero sabiendo de que ella no lo vería. — Lo prometo, intentaré no asistir más allí, te amo y te veo luego. Escuché su despedida y colgué. Miré mis contactos y entré en mensajería para mandarle un mensaje a Jeremy, diciéndole que iba a ver a mi auto. Cuando pulsé la tecla «Enviar» mis oídos captaron unos fuertes murmureos. Fruncí el ceño confundida, seguí el sonido atenta para ver de donde provenían, cada vez se hacían más fuerte. Me escondí detrás de un auto al ver a Henry y otras dos personas. Henry tenía sus manos alrededor de un chico, entrecerré mis ojos. Era David, mi compañero de Biología. Los otros dos chicos, miraban atentamente a Henry. Uno de los chicos llevaba la camiseta de fútbol, miré el apellido que estaba escrito perfectamente en hilo en la parte de arriba ”Devine". Maldito Devine, Josh Devine. Me sobresalté cuando Henry atrajo a David hasta él tomándole de la camisa y luego empujándole hasta el gran basurero verde. Éste hizo un ruido algo frustrante para mí, me estremecí de pies a cabeza. David ahogó un grito. — ¡Harás lo que yo te dije! —exclamó Henry con tono furioso. David cerró los ojos. —Ella no es para ti. —le desafió David. Henry se dio media vuelta, y miró a sus compañeros, ellos rieron. Vi lo furioso que estaba Henry, ese brillo que tenía hoy en la mañana cuando me lo encontré en el pasillo, ya no estaba. Sus ojos oscuros, ese verde oscuro, hizo que las piernas me temblaran. Apretó los labios y los volvió una línea fina y recta. Sacó una mano, la cual uno de ellas sujetaba a David, la sacudió un poco y la volvió un puño, sus nudillos era blancos. Hizo su brazo hacia atrás, lo peor se me pasó por mi mente, haciendo que después de ver a Henry golpeando a David en el estómago, se hiciera realidad. David ahogó otro grito, haciendo que éste se escuchara ronco, muy ronco. Se cubrió con las manos su estómago, en el lugar donde Henry había proporcionado un golpe duro, otro golpe más y me cubrí la boca con las dos manos para que no se me escapara un grito, mis ojos se cristalizaron. Me enderecé, estaba lista para acercarme a ellos y parar esto, pero David habló. —Créeme, amigo. Ni siquiera... —escupió un poco de saliva con sangre. — Ni siquiera se ha volteado a mirarte. —David no era de los que se quedaban callados, él lo volvió a desafiar nuevamente. Henry lo soltó y éste cayó al suelo como un papel destruido, hecho mierda. El pie de Henry se volvió hacia atrás y golpeó nuevamente el estómago de David. Me vuelvo hacia atrás, no quería ver, mi espalda se encontró con la pared, respiré profundamente. —Le darás lo que yo te di y no protestarás. —escuche a Henry decir. Respiré nuevamente. Miré de reojo de nuevo y Henry ya no estaba, los otros dos chicos tampoco. Corrí hacia David el cual seguía tirado en el suelo acurrucado, cubriéndose del mundo. Me arrodillé desesperada, él se tensó al sentir mis manos en su cuerpo, se cubrió más y cerré los ojos con más fuerza. —No, no, soy yo... —dije con voz tranquilizadora. Él abrió los ojos de golpe. Suspiró aliviado. Sonrió mostrando una mueca de dolor. Le ayudé a levantarse, a sentarse mientras se recostó sobre el contenedor de basura. — ¿Estás bien? —pregunté mirándole fijamente. — ¿Qué haces aquí? —ese no era lo que esperaba, pero hice caso omiso de esa pregunta. Él intentó levantarse. —Vamos, te llevaré a tu casa. —dije automáticamente. —No, no, tú de seguro debes tener más problemas. Déjame y sálvate tú. —dijo con preocupación e intentando hacer de esto algo divertido. Sonreí al escuchar lo último. —Vamos, yo iba directo a la casa de tu hermano. —Me matará al verme así. —dijo con sinceridad y tratando que el ambiente no sea tan tenso. Volví a sonreír. —Pero se le pasara al verme contigo. —me tomó de la cintura para sostenerse. La piel se me erizó. Me ruboricé. Caminamos hasta quedar frente la escuela. Caminábamos lento ya que con cada paso él hacía una mueca de dolor. Y yo que no tengo mi maldito auto. Pudimos cruzar la calle y llegar al otro lado. La piel se volvió a erizar. Dios, ya basta. — ¿Necesitan ayuda? —preguntó. Esa voz, su voz áspera, ronca y con esa pizca de seducción. Nos dimos vuelta lentamente. El cuerpo entero de David se tensó bajo mis brazos que lo ayudaban a mantenerse en pie. —No, no creo. Estamos bien. —respondí con arrogancia. —Yo creo que sí la necesitan. —Henry bajó de su Range Rover clase Sport. Nos abrió la puerta de los asientos traseros. No iba subirme al auto de un casi asesino. No, claro que no. Acaba de golpear bruscamente a uno de mis amigos y ahora quiere llevarnos. Acaso no tiene personalidad o dignidad. Obligué a David a seguir adelante, obligándole a girar. Solo eran dos cuadras y llegaríamos a su casa. La presencia se Henry se interpuso en nuestro camino. —No seas terca, Nahiana. —Dijo con fastidio mal ocultado. — Además, David quiere que vayamos en el auto, ¿verdad? —miró a David, sus ojos se tornaron oscuros. Los ojos azules de David eran como agua temblorosa. —C-claro... —balbuceó. — Será más cómodo. —dijo David. Sentía, lo sentí. Le tenía miedo. Negué con la cabeza incrédula mirándolo. Sus ojos azules, su mirada era como si me dijera «Vamos, es mejor para los dos...mejor para mí». Pero no podía, no podía entrar a ese auto. Era como entrar a la boca del león. — ¿Quién te crees que eres? —pregunté con indiferencia.
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