Me dolía la cabeza y sabia el porqué. Golpear la almohada, ahogar algunos que otros gritos, pero la que sufrió todos esos golpes, gritos y lágrimas estaba tirada en el suelo, usaba los pequeños cojines ahora para dormir. Escuchar mi nombre detrás de la puerta, oh, no. Claro que no, no iba a abrir aquella puerta. Gruñí cuando sentí la puerta abrirse con brutalidad. —Mamá, no quiero...—comencé a inventar mi escusa. —¡Nahiana! —aquel grito hizo que mi cuerpo casi cayera de la cama. Levante la mirada y la mire con el ceño fruncido. María estaba furiosa, tenía sus manos puestas a cada lado de la cadera. Me miraba con furia, sus labios como su ceño estaban fruncidos, su pie izquierdo hacia pequeños golpes al suelo de mi habitación. Cerré mis ojos con fuerzas y luego pasé mis manos por mi ros