CAPÍTULO IXEstaban llamando a la puerta y Camelia levantó la cabeza de la almohada. Calculó que sería como la una de la madrugada y se preguntó quién podía estar llamando a su puerta a esa hora.
Volvieron a llamar con suavidad, como si quien lo hacía no quisiera ser escuchado. Ella se deslizó de la cama y se dirigió a la puerta.
—¿Quién es? — preguntó en voz muy baja.
—Soy yo… Hugo Cheverly.
Ella entreabrió apenas la puerta.
—Ya me acosté— murmuró.
—Necesito hablar con usted, por favor…— insistió él en tono urgente—, vístase con toda la rapidez que le sea posible.
No discutió con él. Rose había dejado encendida una vela. A la luz de la misma se puso el vestido que había usado durante la cena y que se encontraba sobre una silla, y se arregló el cabello frente al tocador. Como sentía
