CAPÍTULO VIICamelia se quedó mirando hacia la ventana, sintiendo que en verdad se había convertido en piedra. Trató de gritar pidiendo ayuda, pero su voz no obedeció sus órdenes. De pronto, un terrible terror se apoderó de ella, con un sonido inarticulado que escapó de sus labios abrió la puerta de su dormitorio y se lanzó hacia el pasillo. Sin un pensamiento coherente, sólo impulsada por un deseo desesperado de encontrar ayuda, abrió la primera puerta que encontró. Hugo Cheverly estaba sentado ante un escritorio. No se había desvestido, sino que se había quitado la chaqueta, dejando al descubierto una camisa de fina batista y su corbata inmaculada. Dos velas en candeleros de latón ardían en el escritorio, en el que estaba escribiendo. Levantó la vista al sentir que se abría la puerta y