A la mañana siguiente.
Phoenix abrió los ojos, enderezó su postura, y se sintió adolorido, dormir en ese auto, y en el regazo de esa mujer, no fue cómodo, pero, no sabía que hacía ahí, su mente estaba aturdida. Miró a Athina.
«¿No escapó?», recordó todo, él cayendo al suelo, como siempre en la lluvia, en un ataque de miedo que quería ocultar.
Miró su rostro, dormida, Athina le pareció más joven de lo que era, tocó su rostro, era suave como la piel del durazno, era bonita, más bella que otras mujeres que había conocido.
Ella abrió los ojos, lanzó un grito.
—¡Ay, un señor de chocolate! Señor de hierro… no, dije, señor Masiss, ¿Cómo le fue mientras dormía? —exclamó sonriente y burlona.
Su voz lo devolvió a la realidad, recordando que era la culpable de todo esto.
—¡Athina Parr! ¿Por q
