La noche anterior, la oscuridad había sido como siempre: total, impenetrable. Ralph Laurent caminaba por el páramo, siguiendo su camino habitual. Conocía este lugar, cada pliegue, cada saliente de piedra escarpada, todo al acecho para emboscar a los incautos, pero nunca a él. Bien podría haber sido a primera hora de la tarde, en primavera, por todo el cuidado que ponía. Este era su patio t*****o, más amigo de lo que podría serlo cualquier ser humano. No había disfrutado de su o******o día libre. Empezó tarde y, cuando bajó, su mujer ya se había ido a limpiar. Al menos, eso era lo que él siempre había pensado. Últimamente, la idea de que estaba liada con otra persona se hacía más fuerte cada día que pasaba. Su humor había cambiado; estaba más alegre, más a gusto consigo misma. Las críticas