En el transcurso de las semanas siguientes, a medida que la vida y el trabajo se iban convirtiendo en una rutina predecible, Salmón empezó a pensar cada vez menos en lo que Fearn había dicho aquella noche. No hubo más invitaciones a copas, pero Fearn seguía saludando y sonriendo cada vez que recogía a un niño de la puerta. Salmón no sabía de quién era el niño y nunca se le había ocurrido preguntar. Lo único que sabía era que el niño en cuestión no estaba en su clase, así que la idea no le rondaba por la cabeza. Siguió con su trabajo, se relajó en su piso, salió a pasear, disfrutó de la soledad.
A principios de noviembre, el tiempo había empezado a cambiar de verdad. La niebla aún se aferraba a los campos, pero ahora el aire era frío, sobre todo por la noche. Empezó a llevar jerseys grueso
