Los días siguientes pasaron volando. Siempre había sido así, desde que se dedicó a la enseñanza. Recordaba su primer trabajo, recién salido de la escuela, con dieciséis años y muchas ganas de agradar. El jefe le dijo que no le gustaban los que miraban el reloj. En aquellos lejanos tiempos, los minutos parecían horas y los días pasaban muy despacio. Empezaba a trabajar el lunes, deseando que fuera sábado. Un día libre a la semana. Odiaba cada momento. Y no dejaba de mirar el reloj. Al diablo con el jefe, al diablo con todos ellos. Ahora, todo era tan diferente. Desde que se convirtió en profesor, el tiempo simplemente desaparecía. Antes de que se diera cuenta, el reloj había dado las cuatro y el día se había convertido en viernes. Pasó en un abrir y cerrar de ojos y todo le pareció un poco