El páramo yacía como una bestia enferma, con la vida drenada de sus rasgos. Una cosa estéril, descarnada e insensible, sin compasión, sin cuidado dentro de sus duras rocas, su suelo lleno de cicatrices un testamento del abuso sufrido a manos de los hombres. Aquella fatídica tarde, muchos años después, Ralph estaba de pie en la cima de una colina, se pasó una mano por la cara y miró hacia su coche, aparcado a pocos pasos. Mientras contemplaba el páramo verde y suavemente ondulado, su mente se volvió hacia lo que había sido su vida. Casado. Trabajo. Aburrimiento. Odiaba la normalidad, la aburrida rutina. Esto no era lo que había soñado, lo que había anhelado. Hacía más de veinte años que se había dormido y aún no había despertado. ¿Qué podía hacer? Estaba atrapado. El nudo se retorcía en