Comienza...

1767 Words
Comienza... Podría haber comenzado, si es que alguna vez lo hizo, cuando Ralph era más joven, quizás a los catorce años. La escuela, algo que nunca le resultó fácil, se había convertido en una especie de fuga. Las clases le resultaban difíciles y se retrasaba, los deberes eran algo que ignoraba y los castigos eran la norma. Estaba suspendiendo, todo el mundo se lo decía, pero ¿qué se suponía que tenía que hacer? No entendía nada, sobre todo de matemáticas. Una lengua extranjera en lo que a él concernía, y al profesor, tan indiferente como un trozo de carne muerta, no podía importarle menos. Ella le odiaba. La Srta. Stephenson, gorda, repugnante. Aquella mañana en particular estaba sentada a la cabeza de la clase, apretujada detrás de su pupitre, y lo arengaba por tararear. Ralph no había tarareado; había sido la mierdecilla que se sentaba detrás de él. Stephenson, haciendo caso omiso de las protestas de Ralph, se puso como una fiera, y el director de la clase, el señor Williams, le advirtió que "sentiría las consecuencias". Al día siguiente, Ralph cogió una rana del laboratorio de biología, le abrió el estómago y clavó el anfibio en el pupitre de Stephenson. Se preocupó de extraer las vísceras y darles forma de alas. Stephenson entró en el aula y gritó antes de acercarse a menos de tres pasos del pupitre. La clase estalló en carcajadas, todos menos Ralph, que permaneció sentado, sumido en el éxtasis, con una nueva conciencia recorriéndole el cuerpo. Disfrutó viendo cómo Stephenson se inclinaba hacia la papelera y vomitaba de asco. Excitado, su mano se movió sobre la dureza en desarrollo en sus pantalones. No se parecía a nada que hubiera conocido antes. Williams dio seis golpes con la vara en el t*****o de Ralph. Disfrutando del dolor, con la erección presionando tan fuerte contra sus pantalones, sonrió al director sin aliento. "¿Eso es todo, señor?" Indignado y no poco molesto por el bulto demasiado evidente en los pantalones del chico, Williams llevó a Ralph a su despacho, ladró instrucciones a su secretaria y luego al aparcamiento, donde lo metió en el asiento t*****o. Una pequeña punzada de miedo revoloteó por el escroto de Ralph. ¿Adónde lo llevaba Williams? ¿A la cantera local, para tirarlo de un montón de escoria, molerlo a palos en un sendero apartado, enterrarlo bajo la maleza del bosque? ¿O abusar de él? Este último pensamiento le quitó el miedo, dejando algo delicioso en su lugar. No era nada de eso, por supuesto. La madre de Ralph, que respondió a los violentos golpes del director abriendo la puerta de un tirón, se cernió en el umbral. "Oh Ralph, mi amor, ¿qué ha pasado?" "Señora", dijo Williams, incapaz de mantener el temblor de su voz, "necesito hablar con usted sobre esto...". "¿Qué pasa?" preguntó el dueño de una voz grande y retumbante, asomándose detrás de la madre, con la barriga hinchada contra un chaleco de hilo manchado. "Es Ralph", dijo ella, cogiendo a su hijo y aplastándolo contra su amplio pecho. "Ha habido un accidente". "No, no es nada de eso, es..." intentó Williams de nuevo, pero el barrigón no tenía nada de eso. Puso un dedo sucio contra el pecho del director y lo empujó. "Lanza tu garfio", escupió. "Viniendo aquí a mitad del día, perturbando nuestro descanso". "¿Señor...?" Desesperado, Williams miró a Ralph. "¿Es este tu padre?" "¿Su padre?" El barrigón cacareó. padreLa madre sonrió. "No, no. El padre de Ralph es..." "Está muerto", dijo Ralph. Las palabras silenciaron a todos. Recuperándose ligeramente, su madre acarició la cabeza de su hijo. "Oh, no, Ralph. No está muerto, tonto. Sólo está..." muerto"Está muerto para mí", dijo Ralph y dirigió su furiosa mirada hacia Williams. "Igual que tú lo estarás muy pronto". Williams fue a hablar, pero antes de que pudiera pronunciar una sola sílaba, la madre sacó a su hijo al pasillo y le cerró la puerta en las narices. Atónito, Williams se quedó de pie, sin creer lo que acababa de ocurrir. Nunca, en todos sus años, su autoridad había sido desafiada de una forma tan escandalosa. Lleno de indignación, regresó a la escuela algo aturdido. Cuando se instaló en su despacho, ya estaba redactando los papeles para expulsar formalmente a Ralph. Ralph no volvió a la escuela nunca más. Ese fin de semana, al encontrarse con un amigo del colegio en el parque local, su mundo dio un giro radical. Tommy Jiggins, campeón escolar de campo a través, el mejor de la clase en matemáticas, inglés y ciencias, el centro de los sueños románticos de muchas chicas, trataba a Ralph como a una especie de mascota. "Vaya, vaya, Ralphy", dijo cuándo Ralph salió del sendero del bosque, "mírate, el héroe que todo lo vence. ¿Te han expulsado?" "No sabría decirte. Excluido, creo. Mi madre recibió una carta, pero la rompió y la tiró a la papelera". "Stephenson está enfermo de estrés." "Bien. Odio a esa maldita p***a gorda". Apoyado en un tronco caído, Tommy metió la mano por detrás para sacar lo que a Ralph le pareció una belleza. Un rifle de aire comprimido. Se lo entregó y Ralph lo miró con asombro. "¡Dios mío, siempre he querido uno de estos!" "Pondré esto en una rama", dijo Tommy, sacando dos grandes patatas de su bolsillo. "¿Qué vamos a hacer con ellas?". "Mira qué bueno eres". Tommy encontró una rama que brotaba casi horizontalmente de un árbol a unos veinte pasos de donde estaba Ralph y colocó cuidadosamente las patatas encima. "Intenta dispararles". Sin vacilar, Ralph entrecerró los ojos por el cañón y soltó dos tiros, cada uno de los cuales rompió las patatas en un sinfín de pedazos. Tommy silbó y dijo asombrado: "¡Tienes talento natural, amigo!". Pero a Ralph no le interesaban las patatas. Lo que quería era explorar las múltiples facetas de matar. Era un sueño hecho realidad: la oportunidad de explorar las verdaderas maravillas de la vida. Sin dudarlo un instante, se puso a disparar a los pájaros desde los árboles y descubrió su verdadera vocación cuando la emoción se apoderó de él. Salivando, se maravillaba al ver cómo los pájaros caían en picado al suelo, cómo se esforzaban por remontar el vuelo, cómo batían las alas patéticamente durante unos instantes antes de que la muerte los envolviera. Aquellas escenas le producían mucha felicidad, más de la que había experimentado nunca en su joven vida. Al ver todo esto, Tommy se puso nervioso, tal vez sintiendo que esto iba más allá de lo normal. "Basta, Ralph. Es demasiado". Intentó arrancar el rifle del agarre de Ralph. Ralph invirtió rápidamente el arma en sus manos y golpeó a Tommy en la cara con la culata antes de volver, sin pausa, a matar más gorriones. Por el rabillo del ojo, Ralph notó que algo grande y voluminoso se acercaba. Un muchacho corpulento atravesó los árboles sin hacer ningún esfuerzo por disimular su aproximación, con sus grandes y pesadas botas arrastrándose entre la maleza como si quisiera molestar a todo ser viviente a su alcance. "m*****o mierdecilla", dijo, arrancando el arma de los dedos de Ralph. Se miraron el uno al otro. "Devuélvemela", gritó Ralph, apretando los puños. El otro le ignoró y Ralph se abalanzó sobre él, lo que resultó inútil. El chico se apartó con toda la habilidad de un luchador experimentado y golpeó a Ralph con fuerza en los riñones. Chillando, Ralph cayó y se retorció entre la capa de hojas caídas, mientras el chico más grande le daba repetidas patadas en las costillas. Ralph podría haberse preguntado quién era el chico, por qué estaba tan enfadado, pero apenas podía pensar, y mucho menos hablar. De entre una niebla roja de creciente agonía, le llegó la voz llena de ira y repulsión. "Te crees muy duro, ¿verdad, disparando a los pájaros? Pequeña m****a". El niño grande escupió, dándole a Ralph otra patada. En medio de un mar de lágrimas, Ralph le vio arrojar el rifle a lo lejos antes de dar media vuelta y alejarse hacia sus amigos que le esperaban. Ralph rodó sobre sí mismo, jadeando, mientras el dolor en las costillas le producía una sacudida por todo el cuerpo, peor que la descarga eléctrica que había recibido al tocar unos cables pelados en el taller abandonado de su padre. Gritó, pero consiguió ponerse en pie y se dirigió hacia la maleza y el rifle. El dolor ardiente en el costado no era lo peor. La vergüenza, eso era lo que le impulsaba a seguir adelante, lo que hizo caer el velo rojo sobre sus ojos, no de dolor esta vez, sino de rabia. Volvió al lugar original donde había recibido la paliza, rifle en mano. Acurrucado en el suelo a su lado, Tommy, con la cara sentada en la mano, la sangre filtrándose por sus dedos, consiguió hablar. "Ralph", dijo, "¿qué estás haciendo?". Sonriendo, Ralph soltó una risita: "Retribución". Le temblaban las manos cuando acercó el arma a la altura de los ojos y miró a lo largo del cañón. Acercó la mira, apuntó a la nuca del grandullón, inspiró profundo, contuvo la respiración y apretó el gatillo. En la vista judicial se le declaró culpable de lesiones dolosas y se le impusieron tres meses de internamiento en un centro de menores. Cuando salió, decidió dos cosas. Una, que sería anónimo, reservado; y dos, que seguiría disfrutando matando. El regocijo de ver a aquel niño grande saltando como si estuviera ardiendo, agarrándose la cabeza sangrante y gritando como un cerdo atascado, era una delicia. En mitad de la noche, enterrado bajo las sábanas, a menudo se masturbaba con la imagen. Años más tarde, con Mo a salvo en su cama, con el anillo en el dedo, evocaba esa imagen mientras le hacía el amor, gruñía durante el orgasmo y se desplomaba para mirar el techo y sonreír. No habían cambiado muchas cosas, a pesar de los años transcurridos. Desde luego, el páramo no había cambiado. Eterno, no representaba ninguna amenaza para él. Le gustaba este lugar yermo y desolado. A menudo, al atardecer, antes de que los rayos del sol abandonaran la lucha contra la oscuridad de la noche, se paraba en lo alto de una colina, contemplaba la extensión y se maravillaba ante su solidez implacable. Sólo el tiempo podía conquistarla y él no la vería cambiar en toda su vida, algo que le reconfortaba. Permanente, inmutable, era su único y verdadero amigo.
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