Y así...

813 Words
Y así... Y así...Ambos corrieron, con las piernas bombeando, los pulmones chillando, sin atreverse a mirar atrás, una terrible negrura helada que se extendía sobre ellos, apoderándose de sus mentes en su aplastante agarre, haciendo imposible el pensamiento consciente. Cegados por la razón, corrieron presas del pánico mientras la noche, que aún no era completa, se cerraba a su alrededor. Lo que debería haber sido una manta reconfortante al final de este suave día de mediados de verano, se convirtió para ellos en una niebla helada, indeseada, que ocultaba su entorno, haciéndolo malicioso y aterrador. Fuera lo que fuese lo que les perseguía, necesitaban verlo. Porque no podían oírlo. Ni olerlo. Pero, sin embargo, se acercaba. Implacable. Hacía menos de una hora que lo habían visto por primera vez, su aliento salía de la h****a exuberante mientras los acechaba. Cada vez más cerca, sus intenciones claras, el paso firme de sus pies a través de la maleza tan fuerte. Se detuvo a poca distancia y el silencio, como la tumba, se apoderó de todo, incluso de los pájaros, cuyos cantos cesaron como si se les hubiera ordenado. "¿Qué es?", preguntó conteniendo la respiración, con la imaginación desbordada, las viejas historias y leyendas haciendo a un lado todo su sentido común. Miró desesperada a su compañera, cuyo rostro, sin color, la contemplaba confundido y asustado. El único chasquido de una rama caída, sonó como un disparo, tan cerca. Algo, una forma sombría se tambaleó alrededor de la periferia de su visión, y los rodeó. "¡Corred!" Gritó, y lo hicieron, rompiendo a correr como nunca antes lo habían hecho. Trepando por el terreno irregular, saltando por encima de rocas lisas y planas, atravesando aulagas, la mujer iba en cabeza. Más en forma, todos esos años recorriendo las calles locales con sus zapatillas de diseño y sus pantalones de licra ceñidos estaban dando sus frutos. Detrás de él, sintiendo el ritmo, su compañero se forzaba a seguir, pero a diferencia de ella el único ejercicio que hacía era llevarse el vaso de cerveza a los labios. Ahora, todo volvía a casa. Y fuera lo que fuese lo que les perseguía estaba ganando, todo el tiempo ganando. Llegó a una pequeña elevación y se arrojó detrás de un peñasco, aplastándose contra la suavidad de su superficie. Aspirando, con el corazón martilleándole en el pecho, luchó por calmarse. El miedo, más agotador que cualquier sesión semanal en la cinta de correr, la invadió. ¿Dónde estaba Jeff, su compañero? Levantó la cabeza por encima del borde y entrecerró los ojos en la noche que se cernía sobre ella. Lo vio, una figura desamparada, doblado, resollando. Apenas podía distinguirlo y sabía que estaba a punto de caer derrotado. "Jeff", siseó. "¡Jeff, por el amor de Dios, vamos!" "Jeff""No puedo, Fran", dijo, la voz no mucho más que un gemido, "No puedo hacerlo". "Sí, puedes", dijo ella, enfatizando cada palabra. Fue a levantarse. Algo se movió detrás de ella y se quedó paralizada. Maldita sea, les había rodeado, les había cortado la retirada. Hurgando en el bolsillo de la chaqueta, su mano se enroscó en torno a la fría punta de su navaja suiza. Era todo lo que tenía, pero se defendería a lo grande. Se dio la vuelta y, con dedos temblorosos, abrió el cuchillo. Algo brilló en la noche, algo plano y grande. Le golpeó el costado de la cabeza, abriéndole la carne, y la sangre goteó caliente y espesa. Un pequeño gemido escapó de su garganta, pero antes de que pudiera comprender lo que ocurría, la fuerza desapareció de su cuerpo y ya no supo nada más. Jeff, levantando la cabeza, supo que les había sobrepasado, supo que estaba allí, supo que el final estaba cerca. Oyó el sólido golpe del cuerpo de Fran contra el suelo y la desesperación le hizo caer de rodillas, con pequeños sonidos animalescos saliendo de su boca. ¿Cómo podía ocurrir algo así, aquí, en un páramo solitario? ¿Cómo era posible? Surgió de la oscuridad, tan grande en la noche. Imposiblemente grande. Confundido, Jeff observó, impotente, cómo se movía hacia él. "Por favor", farfulló, levantando las manos en señal de súplica, sin importarle si le entendía o no, gritando su súplica al universo, a Dios, a cualquier cosa o persona. "Por favor, no me hagas daño". Ignorando sus súplicas, la forma se acercó. Petrificado, incapaz de moverse, Jeff gritó, y el cazador volvió a a****r. Una y otra vez. No se detuvo hasta que todo lo que quedaba de la cabeza de Jeff fue un amasijo amorfo y s********o. Saciado, el cazador echó la cabeza hacia atrás y aulló, un sonido sobrenatural que resonó en la inmensidad del páramo. Sin echar otro vistazo, abandonó la escena y desapareció en la penumbra envolvente para terminar lo que había empezado tantas noches antes.
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