CAPÍTULO V Sus recuerdos más lejanos se remontaban a las oraciones largas y monótonas, enunciadas antes de la comida, mientras su estómago hambriento protestaba. No se le permitía sentarse, ni mirar hacia la puerta de la cocina, esperando con ansiedad que se abriera. —Déjame ver tus manos, Robert. ¡Tienes las orejas sucias! ¡Ve a lavarte otra vez! Podía evocar, con dolorosa claridad, su sentimiento de rebeldía, el esfuerzo con que contenía las protestas que subían a sus labios. Siempre que deseaba algo, tenía que esperar... ese tiempo que a cualquier niño se le hacía infinito. Siempre estaba esperando, anticipando algún placer que tardaba mucho en llegar y que con frecuencia no se concretaba nunca. “ ¡No, Robert, no puedes ir al circo!” “ ¡No, Robert, debes quedarte en la casa hoy!”