CAPÍTULO IV Robert Shelford entró por la puerta del frente. Permaneció de pie un momento en el vestíbulo, mirando con atención los muros cubiertos con paneles de roble, las altas ventanas con emplomados heráldicos, los espejos con marcos dorados, la chimenea de piedra con su elaborado tallado y las alfombras de colores suavizados por el tiempo, que cubrían el viejo piso barnizado. Los conocedores habían dicho a Robert que el vestíbulo de Birch Vale era una muestra del estilo de la época, pero para él significaba algo más que una simple demostración de perfección arquitectónica. Por alguna razón que no podía explicarse, le producía una satisfacción íntima que ningún otro objeto le había producido nunca. En ocasiones Robert Shelford se sorprendía pensando en la casa como si ésta fuera un