Había pasado alrededor de 45 minutos cuando llegué a casa desde que salí de la cafetería. Tenía mis audífonos puestos, por lo que iba de buen humor.
Cuando llegué a estar enfrente de la puerta de mi casa, saqué las llaves e introduje la llave, pero algo andaba mal. No entraba por completo, había algo obstruyendo el paso. Me quité los audífonos y forcejeé la puerta para poder abrir. No pasaba nada.
Toqué la puerta con fuerza para que me abrieran.
—¿Quién es? —se escuchó la voz de Leonardo al otro lado de la puerta.
—No seas idiota, ábreme la puerta —dije molesta, pero con un tono moderado.
—No te identificaste.
—Soy Miranda, imbécil. Ábreme la puerta de MI casa —hice énfasis en mis palabras.
—No lo sé, no lo sé. ¿Quién te dio permiso para salir sin mí de TU casa?
Me hice ligeros masajes en las sienes, mi paciencia se estaba acabando con este tipo.
"Respira Miranda, respira…"
—Tengo 19 años, no tengo que pedirle permiso a nadie para salir. Menos a un idiota que se cree que tiene el control sobre mí —dije apoyada de la puerta de mi casa.
Escuché su risa detrás de la puerta.
—Yo creo que sí, tu papá me contrató para cuidarte, eso incluye cuando sales —suspiré, este tipo no cedería.
Aunque podría… Puse una mano sobre el ojito de la puerta, para no permitirle que viera para afuera de la casa.
—Bien, si de verdad estás aquí para cuidarme, ábreme y pronto porque el vecino viejo verde que está enfrente, no deja de mirarme. Me siento incómoda y tengo algo de miedo —torné mi voz insegura e indefensa, para poder hacer más convincente mi farsa.
Leonardo no contestó.
Me pregunté si todavía estaba ahí. Toqué dos veces la puerta y antes de volver a tocar, por tercera vez, abrió la puerta de golpe.
—¿¡Dónde está ese desgraciado!? —miró por encima de mí y yo aproveché y le comencé a pegar con mi bolso del gym con todas mis fuerzas.
Sabía que lo único que tenía era ropa, pero yo no era ninguna debilucha.
—Eres un estúpido, idiota, ¿quién te crees que eres para dejarme fuera de mi casa? —le pegaba con todas mis fuerzas y él se cubría con un brazo.
Cuando me cansé, dejé de pegarle.
Me acerqué a la puerta, saqué mis llaves de la cerradura y cerré la puerta detrás de mí. Dejé mi bolso en el suelo y le di un beso al cuadro de mi madre, como siempre hacía. Caminé y fui hasta la cocina, seguida por Ethan. Me volteé y lo miré asesinamente.
—Vuelves a hacer eso y te juro que la que te dejará afuera seré yo y no entrarás más nunca a esta casa.
—Ya, está bien, tampoco exageres, fue una pequeña lección para que aprendas a que debes decirme siempre a dónde vas —Leonardo se apoyó del marco de la puerta de la cocina y se cruzó de brazos, relajado.
—Oh por favor, tampoco te tomes tan en serio el papel de “guardaespaldas”, ni que fuera a traficar personas o droga —rodé los ojos y busqué algo de comer en el refrigerador.
—Bueno, eso no lo sé. Por eso estoy aquí —antes de poder decirle algo, él volvió a hablar—. ¿Qué harás de comer?
—¿Qué? Además de permitir que entres en mi casa, ¿debo hacerte de comer? —lo miré atónita.
Leonardo me miró unos segundos y asintió varias veces, con una expresión que parecía que yo preguntaba algo demasiado obvio.
—Disculpa, ¿quién es el niñero de quién? Yo creo que tú deberías hacerme de comer. —me crucé de brazos y comencé una batalla de miradas.
—¿Yo? ¿Tu niñero? Disculpa, preciosa pero tú me has catalogado como tu niñero, yo soy tu guardaespaldas, no tu niñero. —tenía razón, él era un guardaespaldas, estaba ahí para velar por mi vida, no para alimentarme y cuidarme, como si fuese una niña pequeña, aunque así se sintiera.
—Bien, hagamos un trato. Yo cocino y tú lavas los platos. —intenté ser más flexible con él.
—No. —respondió al cabo de unos segundos, pensando.
—Eres un tonto, intento hacer un trato contigo para que podamos llevarnos un poco mejor y tú lo único que haces decir “No”. Que seas mi guardaespaldas no significa que puedes venir a mi casa y adueñarte de todo y creer que tienes el absoluto control de mí. No puedo creer que llevemos sólo 2 días y yo ya ni te soporte. —mi tono de voz estaba bastante elevada, ya no aguantaba más.
—¿Y me culpas a mí por eso? —su voz sonó algo alterada, pero no era nada en comparación a mí.
—Sí, todo es culpa tuya. –respondí como si fuese bastante obvio.
Leonardo se rió en mi cara y rodó los ojos.
—No puedo creerlo, sinceramente no sé por qué habré tomado este trabajo. Tu padre me habló tan bien de ti, pero en estos dos días lo que has hecho es ser una niña inmadura malcriada que además, es una grosera. Yo vine acá a cuidarte como me pidió tu padre en su ausencia, vine con el fin de que podamos llevarnos bien, pero sólo me has insultado desde que llegué. Sé que debe ser difícil separarte de tu padre después de 12 años viajando con él por el mundo, pero descargándote conmigo no harás más que hacer este tiempo de algo pesado —la voz tan tranquila de Leonardo me hablaba, me dejó helada.
Mientras hablaba se había acercado, estábamos a unos poquitos pasos el uno del otro. Sus ojos azul grisáceos me miraban fijamente, sentía que su mirada entraba hasta lo más profundo de mi ser.
No me había dado cuenta de mis acciones, quizá sí tenía razón. Antes de poder responderle, me hizo una seña con la mano y se fue para la habitación de huéspedes donde me imagino que se habrá instalado.
Me dejé caer en el suelo y abracé mis piernas con ambos brazos.
Leonardo tenía toda la razón, había sido toda una grosera maleducada con él y lo único que hacía era insultarlo, nunca llegué a llamarlo con su nombre. Más bien, tenía dos días y él ya conocía más de lo que yo conocía de él. Ni siquiera sabía su edad.
¿Qué he hecho? Soy una completa tonta.
"Mamá, siempre me dijiste que fuese amable con todos, te fallé. Lo siento mucho. Intentaré remediarlo, él no tiene la culpa. Qué tonta, Miranda".
Suspiré y me levanté. Cuando me di cuenta, tenía las mejillas mojadas. Me limpié con la camisa y volví a abrir el refrigerador.
Busqué algo para hacer de comer, era lo menos que podía hacer. Encontré carne y espagueti. Hice una salsa de tomate y cociné la carne en albóndigas, cuando estaba todo listo, puse a cocinar la pasta. Cuando miré el reloj eran las 8pm.
Puse la mesa para dos personas y saqué una Coca-Cola del refrigerador. Busqué algo de pan en la despensa y corté varios pedazos y los coloqué en un plato. Cuando me disponía a llevarlos a la mesa, me encontré con Leonardo en la puerta.
Casi se me cae el plato del susto que me dio.
—Leonardo, no te había escuchado. En unos minutos estará lista la cena. —sonreí amable y hablé con un tono de voz bastante tranquilo.
Él no contestó y me ayudó, sacando los platos de la despensa para comer. No sabía cómo él sabía que los platos estaban ahí.
Tomé los platos y serví la comida. Él las puso en la mesa y se sentó. Yo puse los trastos sucios en el fregadero y me senté para comer también. No sabía si hablar o algo, pues él no me dijo absolutamente nada.
Comenzamos a comer y había mucho silencio en el apartamento, era extraño. Nunca estaba callado, siempre tenía música cuando estaba sola o cuando estaba con mi padre, siempre hablábamos y nunca nos faltaba tema de conversación.
Decidí que debía disculparme primero.
—Oye con respect… —dijo él primero.
—Quisiera discul… —dije casi al mismo tiempo que él, interrumpiéndolo.
No pude evitar reírme y él sonrió.
—Habla tú primero —dijo, mientras se metía una gran bocanada de espagueti. Asentí y miré mi plato de comida, pues me daba algo de pena mirarlo a los ojos.
—Quisiera disculparme por mi actitud estos dos días, todo lo que dijiste más temprano, en todo tienes razón. No tienes la culpa de nada y sé que sólo estás haciendo tu trabajo. Yo no soy así, lo que pasa es que… —mi voz se quebró y no pude seguir hablando.
—Está bien, disculpas aceptadas. Te entiendo. Yo también quisiera disculparme, yo no debí decir nada de eso. Mi trabajo es cuidarte, no que seas mi sirvienta.
—¿Podemos comenzar otra vez? —sonreí algo apenada.
Leonardo se quedó mirándome unos segundos y luego sonrió tan encantadoramente, que me perdí en su sonrisa.
—Claro.
—Mucho gusto, mi nombre es Miranda Harrison. —solté mi cubierto para extenderle la mano en forma de presentación.
Leonardo se rió por mi gesto y estrechó su mano con la mía.
—El gusto es todo mío, Miranda. Mi nombre es Leonardo Bates —nos sonreímos y soltamos la mano para seguir comiendo.
Sentía que ahora había desaparecido esa tensión que había cada vez que lo veía. Quizá esto era lo que ambos necesitábamos, una buena presentación y buenos modales.
Espero que de esta manera ahora podamos llevarnos mejor.
—Por cierto, Miranda esta cena está deliciosa. El mejor espagueti que he probado en años —sonreí por su halago.
—Muchas gracias, mi padre me enseñó a hacerla. —los dos seguíamos comiendo, ya a punto de terminar la pasta—. Tengo curiosidad, ¿qué edad tienes?
—29, pequeña. —dijo en tono burlesco.
—Oh, 29, ya veo… hey espera, sólo eres 10 años mayor que yo, tampoco eres tan viejo como para hablarme así, no tienes ningún derecho a decirme pequeña —lo miré medio feo.
Él se rió y tomó ambos platos vacíos y se dispuso a lavarlos. Sonreí ante su gesto. Quizá no es tan malo después de todo.
Mientras él lavaba, yo recogía todo lo que había quedado y lo guardé en la despensa y en el refrigerador dependiendo de lo que tomaba.
Cuando vi el reloj eran las 9.30pm. Ya la cocina había quedado como nueva.
Leonardo fue hasta la sala y tomó el mando del televisor. Yo lo seguí y me senté en otro sofá, uno individual y me acomodé como pude, quedando ligeramente recostada.
No había nada divertido en la televisión y yo estaba aburrida. Él hacía zapping con los canales, buscando algo entretenido para ver.
—¿Cuál es tu color favorito? –pregunté, era algo bastante trivial, pero era una buena forma de comenzar a conocer a alguien.
Colocó una mano en la barbilla y puso una cara de pensador. Luego habló.
—El azul, ¿el tuyo?
—Verde. ¿Tu animal favorito?
—El tigre de bengala, ¿el tuyo?
—También —reímos por la coincidencia.
—¿Película favorita? —Leonardo me siguió el juego.
Me quedé pensando, esa estaba algo difícil, a mí me gustaban mucho todas las películas que había visto o al menos la mayoría, pero favorita…
—¿Prometes que no te reirás? —mi voz sonaba algo apenada.
—Lo prometo —dijo seguro.
—La Era del hielo 3 es mi favorita, aunque todas las anteriores me gustan también. Ah y las del Señor de los Anillos.
Leonardo se rió y yo lo miré feo porque había prometido que no se reiría. Él me hizo señas de que no me molestara con él.
—Lo siento, es que me recordé cuando la vi y de verdad que es graciosa. A mí me gustan las de Star Wars.
—Yo nunca he visto Star Wars. —admití.
—¿Qué? Debo enseñártelas, son realmente buenas. —dijo entusiasmado.
No evité reírme porque parecía un niño.
—Está bien, algún día podrías enseñármelas. —respondí tranquilamente.
Bostecé, el cansancio del día me había pegado justo en ese momento. Cerré los ojos unos minutos ya que todo estaba tranquilo y Leonardo no hablaba.
No me había dado cuenta en qué momento me había quedado dormida, pues cuando abrí los ojos, la luz del sol que me pegaba justo en el rostro y no estaba en el sofá, ni tampoco en mi cuarto…
Estaba en la habitación de huéspedes.