Séptimo

1675 Words
—¿Miranda? —escuché una voz familiar. Era la voz de Leonardo llamándome, no entendía por qué. Abrí mis ojos y noté que estaba abrazada a él. ¿En qué momento me quedé dormida? Me froté los ojos con ambas manos y me di cuenta que estaba en la posición antes de llegar a besarlo. Me daba pena preguntarle si nos habíamos besado o no. ¿Y si creía que era una tonta? No es que me importe qué es lo que piense de mí, pero… Bah, no le preguntaré. —¿Qué? ¿Qué pasó? —pregunté soñolienta. ¡Bien! Buena manera de preguntar si pasó o sólo fue producto de mi imaginación. —Me dijiste gracias, me abrazaste y en ese instante, te quedaste dormida o te desmayaste en mis brazos, ¿te encuentras bien? —me preguntó preocupado, posando su mano sobre la mía. "Entonces no sucedió, pero se sintió tan… real". —Oh, ya veo. Lo siento mucho, no sé qué sucedió —me incorporé y me bajé de la camioneta, alejándome un poco de él. Necesitaba alejarme, pues tenía las mejillas rojas como tomates, estaba apenada; primero, por fantasear con él y segundo, porque me había quedado dormida en sus brazos. Escuché cómo él se bajaba también de la camioneta y la cerraba. Sus pasos se acercaron a mí. —No hay problema. ¿Volvemos a casa o quisieras ir a otro lado? —se instaló a un lado de mí, mirando en mi dirección. Yo todavía tenía vergüenza de mirarlo a los ojos, por lo que me quedé mirando el cuello de su chaqueta, que era donde podía ver sin tener que levantar mi cabeza. —Está bien, volvamos a casa —le di unas palmaditas suaves en su pecho y me dirigí hacia la puerta del copiloto. La alarma del carro sonó y yo pude entrar, sentándome en mi sitio. Quería volver a casa para encerrarme en mi habitación. Sin decir nada, a los pocos segundos entró Leonardo en la camioneta y la encendió para regresar a la ciudad. Ya eran alrededor de las 7pm y estábamos llegando a casa, el camino se me hizo mucho más corto que de ida, quizá por el movimiento de carros. Cuando llegamos, subí las escaleras corriendo y en mitad de ellas, la voz de Leonardo me detuvo. —Miranda. —¿Sí? —me volteé para enfrentarlo, a distancia me sentía un poco más segura de mí misma. —Ahora saldré un rato, ¿está bien? —me miró a los ojos, aunque estaba cerca de la puerta principal y yo a mitad de escaleras. —¿A dónde vas? —pregunté, intentando sonar lo más desinteresada posible. —Tranquila cariño, no hay razón para que te pongas celosa. Tú siempre serás mi favorita —esbozó una sonrisa inocente. Lo miré feo unos instantes y rodeé los ojos, dándole la espalda y siguiendo mi rumbo hacia mi habitación. Idiota. ¿Cómo que celosa? Como si realmente me importase a dónde va y con quién. Cuando escuché la puerta principal abrirse y cerrarse, saqué mi celular del bolso que había llevado. 5 llamadas perdidas y 7 mensajes de texto. Bien, mis amigas ahora creen que me secuestraron o algo por el estilo. Marqué un teléfono y esperé a que alguien contestara desde el otro lado. —¿Miri? —La voz de Amy sonó desde el otro lado del celular. —Amy, hola —respondí sin muchas ganas. —¿Dónde te habías metido? —Amy a veces parecía mi madre, siempre me llamaba para saber cómo estaba, dónde y con quién. Eso me gustaba de ella, me hacía sentir que alguien se preocupaba por mí, además de mi padre, por supuesto. —Estaba almorzando con… un amigo —pensé fugazmente si decirle que con Leo o no. Si le decía que era con él, lo más seguro es que se emocionaría tanto, que hasta podría darle un infarto por tanta emoción junta. —Un amigo, ¿eh? ‐hizo una pausa y se rió después, como si yo hubiera dicho algo muy gracioso—. Bueno, si tú dices… Amiga, ¿haremos lo que siempre hacemos hoy? —¿Qué cosa? —pregunté confundida, realmente no sabía de lo que estaba hablando. —¿Cómo no vas a recordarlo? Bien, ve y abre la puerta de tu casa, mejor. —¿Qué? —Sólo haz lo que te digo ­—Amy me colgó y yo me quedé mirando el celular unos segundos, lo solté y me levanté de la cama. Cuando fui a la puerta, miré por el ojo espía de la misma y vi que mis amigas estaban afuera esperando en pijama. ¡Claro! La pijamada anual. Abrí y Amy e Isabella se tiraron encima de mí, abrazándome y gritando mi nombre. Aunque las dos eran más bajas que yo, juntas, eran lo suficientemente fuertes como para tumbarme. —¡Chicas! Qué gusto verlas, hace mucho no nos veíamos. —las dos se rieron y dejaron de abrazarme para dejar sus cosas en la entrada de la casa. Cerré la puerta y dejé que se acomodaran, ellas siempre iban a mi casa y ya como mi padre las conocía, ya eran parte de la familia, por lo que “estás en tu casa” ellas se lo tomaban literal. —Nos vimos hace dos días, Miri —me respondió Bárbara con un fingido tono cortante. —¿Y? Eso en años perro es mucho —dije lo suficientemente seria para que me creyeran. Las tres nos reímos y nos tiramos al sofá. Estar con mis amigas me hacía tanto bien, siempre que hablaba con ellas sacaba mi lado gracioso a relucir, me encantaba escuchar a las personas reír y más si yo era la causa. —Entonces, ¿sí irás a mi casa en la playa la próxima semana? —me preguntó Amy cambiando de tema. Ambas se me quedaron mirando expectantes. –Sí, te dije que sí iría —respondí tranquila, esperando a que no me preguntara sobre a quién llevaría de acompañante. —¿Y a quién llevarás? —me preguntó Barbie de manera inocente y yo la fulminé con la mirada, sabía que lo hacía a propósito. —No lo sé todavía —respondí sincera. Aunque sí tenía un candidato seguro, todavía no estaba segura si lo invitaría o no. —Oh, vamos, Miranda, dile a tu niñero que te acompañe —dijo Barbie, agregando un tono pícaro en sus palabras. Yo la miré más feo aún e intenté no sonrojarme con la idea. Me levanté del sofá y me dirigí a la cocina para evadir cualquier otro comentario, pero mis amigas me siguieron, una se asomó por la ventana que había de la sala hacia la cocina y otra se paró en la puerta, yo me apoyé de la nevera con mi vaso de agua en la mano. —Hablando de él, ¿dónde está? —mis amigas comenzaron a ver alrededor, buscando indicios de Leonardo. —No lo van a encontrar aquí. Salió a no sé dónde y no dijo que iba a regresar, por lo que ESPERO tengamos la casa para nosotras solas esta noche —hice el mayor énfasis posible en la palabra y sonreí irónicamente. Dejé el vaso de agua en el fregadero y fui a mi habitación corriendo. Mientras me cambiaba y me ponía el pijama que casi siempre utilizaba cuando estaba con mis amigas, escuchaba cómo hablaban y reían. Miré la hora, eran las 10pm, ya es tarde como para que ese tonto vuelva. Me miré en el espejo y noté que ya ese pijama me estaba quedando algo corta, el short que hace un año se me veía un poco más grande, ahora quedaba prácticamente perfecto en mis piernas, parecía que lo habían hecho a mi medida o algo por el estilo. La franelilla era bastante simple pero combinaba con el short y me quedaba algo pegada al cuerpo. Bah, nada grave, estamos entre mujeres. Cuando me dispuse a bajar las escaleras, mis amigas me miraron desde el piso de abajo, las dos quedaron boca abierta y yo las miré extrañada. —¿Qué les sucede, retrasadas? —pregunté cuando ya había llegado a estar a su lado. —¿Así duermes todas las noches con un hombre que no es tu padre en casa? —me preguntó Amy, buscando una manta para taparme. —¡Bien! —Barbie asintió varias veces la cabeza, como si estuviese aprobando la teoría de Amy y me ofreció chocar los 5 con ella. Yo las miré extrañada y me reí por sus estupideces, me levanté y me quité la manta que me había puesto Amy y por supuesto, no choqué los 5 con Isabella. —¿Están drogadas las dos? ¿Qué rayos hay en el aire de sus casas? ¡Por supuesto que no duermo así mientras Leonardo está en la casa! —mi voz sonó algo chillona y la verdad es que sí dormía en esas fachas, sólo que cerraba primero mi habitación con seguro, por si a ese loco se le salía lo violador y pervertido que la otra vez. —Con que el susodicho se llama Leonardo, ¿eh? —La voz de Barbie sonaba juguetona, estaba provocándome. —¿Qué tal si vamos a hacer galletas? ¡Adoro las galletas hechas en casa! —evadí rápido la pregunta y fui corriendo a la cocina, comenzando a sacar las cosas para las galletas. Yo no era la mejor cocinera, pero mi madre sí, por lo que ella me enseñó muchas cosas de las que hoy en día sé preparar, claro que fue difícil porque tenía 7 años y a los 14 fue que comencé a cocinar para mi padre y para mí. Amy y Bárbara se quedaron mirándome unos segundos y luego me siguieron el juego, poniéndose a sacar también los moldes para las galletas y los ingredientes que me faltaban sacar.
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