Sexto

2423 Words
Ya fuera del carro, caminé unos pasos y busqué con la mirada algún carro que pudiera decir “Ése debe ser de Leonardo”, encontré uno algo chatarra y de generación anterior. Cuando él pasó a mi lado, quizá en camino a buscar su carro, lo detuve. —¿Entonces, en vez de ir en mi carro, prefieres ir en tu chatarra? —le señalé con la mirada el carro y comencé a caminar hacia este, riéndome. —Ja, ja, ja, realmente graciosa, Miranda. Te luciste en ésta —me miró feo unos instantes y yo sonreí inocente. Cuando sonó el carro, me di cuenta que no fue el carro chatarra realmente usado el que sonó, si no la gran camioneta Honda Hr-v, de cuatro puertas, color n***o, la que había sonado. Mi mandíbula debió caer hasta el suelo y volver. La expresión de Leo se tornó en una de superioridad, a lo mejor al ver mi asombro con su camioneta.La verdad es que era hermosa y último modelo. Cuando Leonardo se montó y encendió el auto, yo me acerqué a la puerta del copiloto y me senté. Los asientos eran de cuero y de color beige, el estéreo era último modelo. Él se rió por mi expresión. —Impresionante, ¿verdad? —dijo sonriendo orgulloso, dándole unas palmaditas al volante. —La verdad es que sí. ¿Qué banco asaltaste para comprarlo? —pregunté con sincera curiosidad. —¿QUÉ? ¿Cómo te enteraste? Por favor, no le digas a nadie —me miró asustado y nervioso. Por un momento creí que en serio había asaltado un banco para comprarse la camioneta. Me asusté y me iba a bajar del carro, antes de que más de mis huellas quedaran marcadas en la camioneta, pero al ver mi expresión, Leonardo, se echó a reír con tantas ganas, que creí se iba a ahogar. Me había hecho una broma el muy idiota. Agarré mi bolso y comencé a pegarle. —Eres un idiota, en serio creí que habías robado algo —Leo me agarró las manos y yo detuve mis golpes. —Nunca le robaría algo a alguien, Miranda. No me subestimes, sólo porque no sea tan rico como tú, no significa que yo no haya trabajado duro para obtener esta camioneta. —La conversación se volvió seria, al igual que su voz. Yo no podía dejar de mirarlo a sus ojos, me miraba con tanta intensidad, que simplemente se me hacía muy difícil dejar de verlo. Asentí una vez, para que entendiera que ya había captado el mensaje. Me soltó y comenzó a conducir, saliendo del garaje. Yo me acomodé en mi asiento y me puse el cinturón, dejando el bolso en el suelo. Mientras Leonardo manejaba, yo miraba por la ventana o simplemente jugaba con mis uñas. Me sentía algo ansiosa, no sabía a dónde íbamos. Sonreí y me di cuenta que en un rato no había pensado sobre mi familia, estaba tan pendiente de Leonardo, que me había olvidado por completo de ese asunto. Me dio algo de ternura lo que había hecho, quise poner mi mano sobre la de él, la cual estaba sobre la palanca de cambios, pero no me pareció prudente. Se veía muy concentrado en la ruta. Su perfil era tan bonito y su cabello alborotado le favorecía excesivamente. Sin darme cuenta, Leonardo se volteó a mirarme y nuestras miradas se encontraron, me puse nerviosa y volteé hacia mi ventana, intentando disimular mis mejillas ruborizadas. Noté que estábamos saliéndonos de la ciudad. Al notar que estaba todo muy callado, él puso la radio y justo en esa emisora, estaban tocando una canción que a mí me gustaba de pequeña. No evité comenzar a mover mi pie al ritmo de la canción, además de tararearla disimuladamente. Leo me miró y sonrió, siguiendo mi tarareo. No pude evitar reírme, pues ambos conocíamos la canción a pesar de que la conocía desde hace más de 10 años. —Leonardo, ¿a dónde vamos? —pregunté curiosa. —A almorzar, te dije. —¿Pero a dónde? ¿A la playa? —sí, la verdad es que teníamos más o menos 45 minutos rodando y cerca de mi ciudad, estaba la playa, la cual por cierto iríamos dentro de una semana y yo no le había informado a él de eso. —No, pero cerca —me sonrió y aceleró un poco para llegar más rápido. Al cabo de unos 20 minutos más, Leonardo finalmente estacionó el auto. Yo me había perdido en mis pensamientos, pues tenía los ojos cerrados, ya me estaba cansando y los ruidos que hacía mi estómago no me dejaban dormir. —Ya llegamos, bella durmiente —me dijo Leo dulcemente, moviéndome la pierna ligeramente. Yo reaccioné y abrí los ojos. Delante de mí estaba el gran mar abierto. Habíamos subido una colina y estábamos enfrente de una gran vista. Me bajé del auto y cerré la puerta, acercándome a la orilla. No había barandal en el cual yo pudiera sostenerme, pero mantuve mi distancia. Estaba encantada, la vista era espectacular. Debajo de nosotros se veía una pequeña imitación de bosque, ya que había varios árboles, pero después había arena y una playa, como si estuviese escondida. Podíamos llegar allá caminando fácilmente, aunque tardaríamos como mínimo media hora. Miré a mi alrededor y me di cuenta que no había ningún local ni remotamente cerca de nosotros. —¿Entonces almorzaremos aquí? —me acerqué a Leonardo, quien estaba en la parte de atrás de la camioneta. Cuando me asomé para ver qué hacía, me encontré con un mantel, una cesta con un olor a comida exquisito, un pequeño jarrón con una flor blanca y por último, a él sentado a un lado de esa improvisada área de picnic. —Así es, almorzaremos aquí. ¿Qué te parece? —señaló con ambos brazos extendidos lo que tenía ante él. —¿Tú hiciste todo esto? —me monté en la parte de atrás del auto y me senté a un lado, para no entorpecer todo lo que él había organizado. Me acomodé y noté que teníamos una linda vista y además, un clima perfecto. Hacía un sol que te calentaba los huesos, pero también había las suficientes nubes como para que el sol no arruinara lo que estuviese haciendo. —¡Por supuesto! ¿Quién más crees que pudo hacerlo? —de la cesta sacó una botella de sidra de durazno y dos copas de plástico. Sonreí ante el gesto y acepté la copa. La agarré y él me sirvió un poco, al igual que a él. Sacó dos platos de pasta como la que habíamos comido cuando nos conocimos. —No lo sé, puede que le hayas pagado a alguien, quizá —me encogí de hombros y él me miró feo. —No seas tonta, claro que sí lo hice yo —rodó los ojos y tomó un sorbo de su copa. —¿Acaso te picó un mosquito súper raro de Perú o algo por el estilo? —me entró curiosidad. De un día para otro su actitud había cambiado, hacía semanas no compartíamos tanto juntos, no desde aquella vez en la que me quedé dormida en su habitación. ¿Qué pasaba con este tipo? Me fulminó con la mirada y no pude evitar reírme. Leo sacó los cubiertos para comer y me entregó un par a mí. Comenzamos a comer tranquilamente, yo intenté no parecer desesperada, pero me sentí aliviada cuando sentí la comida en mi boca, me estaba muriendo de hambre. —Leonardo, esto está delicioso, ¿de verdad lo hiciste tú? —estaba impresionada, quizá era por el hambre que tenía. —Que sí, mujer. Lo hice yo solo, ¿crees que eres la única que sabe cocinar, acaso? —No, pero nunca creí que tú supieras cocinar. —Hey, hay muchas cosas que no sabes de mí. —¿Ah, sí? ¿Como qué? —pregunté, sonriendo traviesamente. —No, no, no creas que seré un libro abierto. Si te digo algo, tú también debes decirme algo de ti —se cruzó de brazos, acomodándose en posición de indio, mirándome con suspicacia. Me reí por su pose. —Está bien, empiezas —aunque quería, no podía sentarme como él ya que tenía falda y era una señorita. Seguí comiendo mi exquisita pasta, esperando a que él comenzara. —Toco la guitarra —dijo orgulloso. —Yo el piano —dije naturalmente. —Hmm… nunca he tenido una mascota. —Yo sí, una perra. Se llamaba Brandy. —De pequeño me caí de los brazos de mi padre —dijo con una mueca. —A mí me dejaron caer de la cama —imité su mueca. Ambos nos quedamos callados, mirándonos. Unos segundos después, comenzamos a reírnos. —Me gusta leer muchos libros —agregué, ya cuando mi risa cesó. —A mí también me gusta leer –dijo él, sonriendo y dejando de lado la risa. —Aprendí a montar bicicleta a los 15 —dije con algo de vergüenza. —¿Qué? —él se me quedó mirando, esperando que dijera que era mentira, pero como vio que no dije nada, comenzó a reírse. —No te rías, nunca tuve la oportunidad, ¿está bien? —lo empujé levemente, algo resentida. —Por favor, Miranda. Eso se aprende cuando uno apenas es un feto —dijo, como si eso fuese posible. —¡Qué exagerado, caray! —comencé a reír por su locura. Cuando dejé de reír, me di cuenta que Leonardo se me había quedado mirando y sonreía. Me pareció algo extraño. Ya habíamos recogido todo lo del almuerzo y ahora estábamos sentados sobre el mantel que estaba sobre el auto, para no ensuciarnos la ropa. Hacía una brisa bastante agradable y el sol estaba tapado por las nubes. Debían ser alrededor de las 4 de la tarde, según la posición del sol. Miré la hora de mi reloj y volví a mirar la fecha, luego me entró curiosidad todo el asunto del almuerzo sorpresa. —¿Leonardo? —¿Sí? —¿Por qué hiciste todo esto? —pregunté con auténtica curiosidad, lo miraba suspicaz. La expresión de Leo se tornó un poco dura, pero igual sonrió encantadoramente. —Sólo quiero que estés feliz hoy —lo miré insegura. Después, armé todo el rompecabezas. Mi padre había llamado esa mañana, Leonardo había cambiado de actitud conmigo desde hoy, me invita a comer, me saca conversación, me hace reír… todo encajó perfectamente. —Por Dios,… ¿Mi padre te dijo qué sucedía hoy? —pregunté algo molesta, alejándome ligeramente de él. Su expresión se volvió nerviosa y antes de poder moverme para irme, me agarró de las manos. —Espera, Miranda, antes de que te vayas como siempre haces, déjame hablar. —me sentí rara al escuchar el “como siempre haces”, quizá tenía razón, siempre huía de él. Respiré profundo y me acomodé en mi lugar, dándole a entender que no me iría a ningún lado esta vez. —Bien, habla. —mi voz sonó algo fría. —Tu padre cuando llamó esta mañana me comentó qué día era hoy y me pidió que te mantuviera despejada y todo el día te acompañara. A pesar de los años que han pasado, sé que todavía te afecta esta fecha en especial, al igual que tu padre. —hizo una pausa, para confirmar que le seguía el hilo. —Por eso hiciste todo esto. —concluí su historia. Miré la cesta a un lado de nosotros y a mi alrededor. A decir verdad, sí había sido una gran idea, me sentí apenada por haber querido irme y arruinar todo. Reí para mí y volví mi mirada hacia Leonardo. No podía creer que había pensado que él era una mala persona, a decir verdad, en ese momento me di cuenta que me llevaba bastante bien con él. Aunque no habláramos a cada rato, cuando lo hacíamos, nos reíamos. Sí, no nos conocíamos a fondo, pero disfrutaba de su compañía. No imagino qué estaría haciendo en ese momento si no hubiera sido por él y su loca idea de llevarme a almorzar a la playa. —¿De qué te ríes? –me preguntó algo nervioso, al cabo de un rato de silencio. —Gracias, Leonardo —dije desde el fondo de mi corazón. Me acerqué a él y lo abracé con ambos brazos sobre su cuello. Sentí los brazos de él rodear mi cintura. Era la primera vez que lo abrazaba, nunca me había sentido tan bien en brazos de alguien que no fuese de mi familia, me sentía a salvo, protegida, querida… No puedo creerlo, siento que me gusta. Respiré profundo sin dejar de abrazarlo y sentí en mis pulmones su colonia, olía tan bien este bastardo. Me intenté alejar y dejar de abrazarlo, pero Leonardo no me soltó, estábamos tan cerca que sentía su respiración, su aliento. Lo miré a los ojos y su mirada intensa me atrapó, nuestras narices se rozaban. Esto no puede estar pasando. "Vamos, bésalo. ¡Es tu oportunidad!" No aguanté más y lo terminé de acercar para que nuestros labios se juntaran, colocando una mano sobre su nuca y atrayéndolo a mí. Noté que tardó en reaccionar, pero al final me devolvió el beso. Me abrazó más fuerte de la cintura. Yo estaba de rodillas entre sus piernas, me acerqué más y lo besé con más pasión, sentí su lengua rozar mis labios por lo que le di paso para que jugara con la mía, sus labios sabían tan bien y además, ese beso se sentía tan bueno. No es que yo fuera una experta en besar, sólo había besado como a tres personas en mi vida, pero ese beso… Al cabo de un rato, ya no sentía aire en mis pulmones, por lo que me sentí obligada cruelmente a separarme de él. Cuando nos miramos a los ojos, nuestras respiraciones estaban entrecortadas. —De nada —dijo, con su respiración cortada todavía. No pude evitar reírme y abrazarlo nuevamente. El correspondió el abrazo de manera más dulce y se rió conmigo. Estar con Leonardo no era tan malo después de todo, era una gran persona y se preocupaba por mí, aunque sólo me haya conocido hace menos de un mes. Su compañía no era mala, simplemente habíamos comenzado mal. Debía admitirlo, quizá me estaba comenzando a gustar un poco… ¿Un poco? Está bien, bastante.
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