Estuvimos como 30 minutos intentando hacer la masa, pues realmente no me acordaba cómo se hacían y buscamos en internet.
Después de que seguíamos la receta al pie de la letra, a Bárbara se le cayó el tazón donde estaba la mezcla por lo que tuvimos que hacerla de nuevo.
Mi cocina parecía como si un huracán hubiese llegado y la hubiese hecho desastre, pero al contrario, sólo eran tres muchachas intentando hacer galletas. Si bien tuvimos muchos percances en hacer las galletas, me estaba divirtiendo muchísimo, no parábamos de reírnos y jugar con la masa, además de comérnosla mientras la mezclábamos.
En un momento que paramos de hablar, ya que estábamos muy concentradas en lo que hacíamos, yo agarré un poco de harina y se la eché en toda la cara a Bárbara, me encantaba molestarla.
Ella me gritó, insultándome un par de veces pero yo no hacía más que reír, al igual que Amy.
Cuando estaba con la defensa baja, Barbie decidió actuar y me llevó la cara de chocolate que estaba preparando, Amy se reía desde una esquina cómo las dos estábamos bañadas de harina y chocolate.
Miré traviesamente a Barbie y ella me respondió con una mirada cómplice. Cuando Amy menos se lo imaginó, fue llenada de ambas cosas, de harina y chocolate, comenzando a reírnos nosotras de ella. Sin darme cuenta, había comenzado una guerra de ingredientes para hacer galletas.
Al cabo de una hora más, las galletas ya estaban en el horno cocinándose y nosotras tres estábamos bañadas de chocolate y harina, también el piso y la mesa y un poco la nevera. Comencé a recoger todo y Amy me ayudó, pero cuando Barbie se disponía a unirse a nosotras, el timbre de la casa sonó.
Miré el reloj de la cocina.
—Por Dios, son las 12:30am, ¿quién podría ser a esta hora? —pregunté algo molesta, con las manos ocupadas, Amy también estaba algo ocupada por lo que miré a Bárbara, para que fuera y abriera la puerta.
—Está bien, yo voy. Sé algo de karate — Bárbara desapareció de la cocina y fue a abrir la puerta, no escuché ninguna clase de golpe por lo que supe que no era ningún ladrón.
Me arrodillé en el piso y me apoyé con una mano en el suelo, mientras que con la otra intentaba quitar una mezcla de harina con chocolate que estaba pegada en la baldosa del suelo.
Estaba dándole la espalda a la puerta por lo que no vi cuando alguien entró. Noté que Amy se levantaba tímidamente y de repente, todo quedó en silencio.
—Linda pose, cariño. No tenías que recibirme así, menos si hay invitadas en la casa. —me volteé asustada y miré hacia arriba que Leonardo me veía con una sonrisa pícara y los brazos cruzados.
Me levanté intentando recobrar algo de dignidad y orgullo. Me limpié las manos y sacudí mi ropa.
—Te he dicho muchas veces que no me llames “cariño” —dije seria. Lo miré fulminante y él sostuvo mi mirada—. ¿Qué haces aquí?
—Yo vivo aquí, ¿recuerdas? —sonrió de lado como si estuviese disfrutando del espectáculo.
Sentí las miradas de mis amigas inmóviles en nosotros, debía sacarlo de ahí, pronto.
—Bien, entonces si vives aquí, ¿por qué no cargabas tu llave?
—Se me quedó.
—Bueno ya entraste, ahora ve a tu habitación o algo —le hice señas para que se fuera de la cocina o más bien de mi vista y le di la espalda y seguí recogiendo, dándole a entender que ya nuestra conversación había terminado.
—Primero, déjame presentarme ante las invitadas, ¿qué clase de persona mal educada crees que soy?
—Créeme no quieres que responda a eso —me apoyé un poco más relajada del fregadero y me crucé de brazos, esperando a que se presentaran.
Leonardo se acercó a Amy y la tomó de la mano, dándole un beso en el dorso de la misma de manera caballerosa y sonrió de la manera más encantadora que un hombre podría sonreír.
—Mi nombre es Leonardo, mucho gusto. Soy el guardaespaldas de Miranda.
Amy se ruborizó ligeramente.
—Mi nombre es Amelia, un gusto. Yo soy la mejor amiga de Miri.
Leonardo la soltó y cuando pasó por mi lado para salir de la cocina me guiñó un ojo, yo rodé los ojos y miré a otro lado.
Cuando se despidió de Bárbara, lo hizo como si fuese un amigo de toda la vida de ella, se chocaron la mano en forma de puño y desapareció de la cocina en dirección a la habitación de huéspedes.
Cuando escuchamos la puerta cerrarse detrás de él, mis amigas se me quedaron mirando con una emoción que no supe descifrar. Las detuve con las manos a ambas, antes de que comenzaran con su inevitable interrogatorio.
—Antes de que comiencen a hablar, terminemos de recoger, saquemos las galletas del horno y vamos a mi habitación —las miré firmemente a ambas para que entendieran que era más que todo una orden.
Y así, las tres recogimos, ellas lo hacían muchísimo más rápido que yo para poder ir a mi habitación lo antes posible. Sacamos las galletas del horno y las probamos, habían quedado deliciosas e hicimos suficiente como para que quedaran para toda la semana.
Agarramos un tazón grande y servimos algunas ahí y nos fuimos a mi habitación o más bien me llevaron arrastradas. Ellas me empujaron para que entrara rápido y Amy cerró la puerta detrás de ella, mirándome con la misma desconocida emoción que antes.
Me senté en la silla del escritorio y agarré una galleta tranquilamente. Mis amigas se me quedaron mirando expectantes, como si yo tuviera algo qué decirles.
—¿Qué? Ya cumplieron su sueño, ya conocieron a mi niñero, ¿felices?
—¿Por qué no nos dijiste que era tan GUAPO? —dijo Bárbara primero.
—¡SÍ! Te lo guardabas para ti, sola, ¿eh? —me empujó levemente la pierna y me miró traviesa, ambas estaban emocionadas por un idiota de tercera.
—No es la gran cosa, es un simple idiota. ¿No ven cómo me habló? —señalé hacia cualquier lugar como si lo estuviera señalándolo a él.
—Por dios, Miri. Fue porque tú empezaste. ¿Cómo es que no has caído todavía en sus ojos? —dijo Barbie.
—O en su sonrisa —agregó Amy.
Mis amigas estaban fantaseando con Leonardo, mientras yo me comía tranquila las galletas que habíamos hecho, las miraba con una cara de decepción bastante fingida para que no creyeran otra cosa.
Estas chicas estaban locas.
—Bien, si tanto les gustó. Lo picaré por la mitad y le daré una a cada una para que sean felices —dije irónicamente mientras aguantaba las ganas de decirles que sabía de lo que hablaban.
Realmente sí sabía, vivía con él, caray. Sé lo que eran sus ojos hipnotizantes y su sonrisa perfecta.
—No seas tonta, ese guapetón te quiere es a ti —me dijo Bárbara.
Yo casi me atraganto con la galleta que justo estaba tragando en ese instante. ¿Quererme a mí? ¡Sí, claro!
—En serio, chicas. ¿Qué es lo que fuman que hace que piensen de esa manera? —ambas rodaron los ojos y yo me reí.
—Ya verás, Miri, recuerda lo que te dije una vez en el gym. Se va a cumplir y tendrás que darme mínimo un planeta como agradecimiento —Barbie se cruzó de brazos bastante segura de lo que decía.
Antes de yo llegar a responderle, tocaron la puerta de mi habitación y la abrieron sin yo llegar a dar permiso a que entrara.
Por supuesto yo sabía perfectamente quién era ese mal educado que hacía eso. Detrás de la puerta apareció Leonardo en sólo unos pantalones de dormir, estaba sin camisa mostrando su abdomen.
Mis amigas se quedaron paralizadas mirándolo o más bien admirando su cuerpo. Yo me levanté rápido de la silla y dejé el tazón en la cama.
—Disculpen que las interrumpe pero.. —antes de dejarlo terminar de hablar, me paré enfrente de la puerta, obstruyendo la vista a mis amigas.
Lo empujé y salí con él de mi habitación. Escuché cómo me abucheaban dentro de la habitación, por lo que tuve que agarrarlo del brazo y alejarlo de esa puerta.
—¿Qué es lo que te sucede? ¿Cómo se te ocurre entrar así a mi habitación? —lo miré molesta, con los brazos cruzados.
—¿Así cómo? —Leonardo preguntó inocente, mientras se metía las manos en los bolsillos del pantalón de dormir.
—¡Semidesnudo! ¿Te parece poco? —levanté un poco mi voz , dándole a entender que estaba molesta.
¿Cómo podía aparecerse así, justo cuando mis amigas estaban mi habitación?
—¿Qué? Pude haberlo hecho sólo en bóxers, como te gusta —lo miré extrañada y sentí que mis mejillas agarraban color.
Bufé, intentando buscar algo que contradijera lo que decía… Bufé de nuevo sin encontrar nada.
"Ahora cuando más te necesito, me fallas cerebro".
—¿Ves? Ni siquiera puedes negarlo —me sonrió de una manera tan pícara y provocativa que casi me hago gelatina.
Lo miré feo y respiré profundo, intentando concentrarme. Comencé a pensar en el vecino de 80 años que había en el departamento de enfrente.
—¿Qué haces aquí, Leonardo? ¿Qué quieres? —cambié de tema todavía con una voz de “No me interesa lo que quieras, lárgate”.
—Pensé que ya que tienes una pijamada y yo estoy aquí, podría unirme a ustedes… —su voz sonaba hasta infantil, por un momento creí que hablaba en serio, pero después de observarlo por unos instantes determinadamente, no me dejé persuadir.
—Ni lo sueñes —no puedo creer que lo pensé, realmente consideré eso como una opción.
—Oh, bueno. Aunque sea lo intenté —se encogió de hombros y continuó hablando con su mismo tono despreocupado de siempre—. ¿Al menos podrían darme algunas galletas de las que hornearon?
—Sí, ve y búscalas en la cocina.
—No sé dónde están.
—¿Cómo no vas a saber?
—Ya busqué y no las encontré, por eso vine.
—¿Entonces para qué demonios me pides permiso si igual ya fuiste a buscarlas? —mi tono de voz volvió a elevarse.
¿Acaso era su niñera? ¡Todo debía hacérselo yo! Este tipo me va a volver loca.
Leonardo me miró con una cara de súplica mezclada con una divertida que, aunque me rehusé rotundamente a verlo al principio, fui víctima de su encanto y accedí al cabo de unos segundos.
Dios, cómo me odio por esto.
—Bien, vamos. —comencé a caminar hacia la cocina, sintiendo los pasos de Leonardo detrás.
Demonios, este chico estaba probando mi paciencia y no sabía si iba a poder aguantar por mucho.