Quinto

2136 Words
Desde aquel incidente, Leonardo se había comportado mucho más amable y a la vez distante conmigo, nos llevábamos un poco mejor, pero no como el día en que ambos nos disculpamos. Él no me acompañaba cuando iba al GYM o de compras con alguna de mis amigas, pero casi siempre estaba metido en mi casa. No hablábamos mucho, sólo cosas triviales como qué le parecía lo que daban en la tv en ese momento o qué tal estaba la comida esa noche, cosas totalmente impersonales y banales. Mi amiga Amy me llamó para confirmar la ida a la playa dentro de 2 semanas, ya había pasado medio mes de vacaciones y no me había dado cuenta en qué lo había consumido. Amy y Bárbara desde que les comenté sobre mi “niñero” siempre que nos veíamos me preguntaban por él, hasta me amenazaron con que si no lo conocían pronto, lo iban a llamar y lo iban a citar en algún lugar para conocerlo por ellas mismas. Yo no podía permitir eso, por lo que dije que lo llevaría y aclaré “como niñero” a la playa. Ellas estaban entusiasmadas y yo, realmente nerviosa por todo ese asunto. Todas las noches hablaba con mi padre por Skype o de vez en cuando llamaba a la casa, cuando lo hacía, hablaba un rato con Leonardo, el cual se encerraba en su habitación para hablar con privacidad o más bien para que yo no escuchase su conversación y cuando dejaba de hablar con él, me lo daba a mí, quedándose parado frente, escuchando lo que hablábamos. El sábado, una semana antes de la ida a la playa con mis amigas y sus novios, ya había llegado. Yo no tenía a quién llevar como mi pareja, aunque siempre iba a las fiestas sola y me divertía con mis amigas, siempre había un sentimiento de soledad dentro de mí, ya que cuando pasaba la hora en la que podíamos tener la música a todo volumen, cuando estábamos en una residencia, todos se iban con sus parejas a besuquearse por algún rincón y yo me quedaba en el grupo de los renegados que nunca llevaban pareja. Siempre me iba antes de esa hora, poniendo una excusa de que me sentía mal o mi padre no me dejaba estar hasta tan tarde por seguridad y cosas así, pero en la playa no tendría ningún tipo de excusa, iba a estar en una casa en la playa con mis dos mejores amigas, sus parejas y mi persona. Suspiré. Estaba en mi cama, mirando el techo cuando escuché sonidos en la cocina. Leonardo… quizá él podría… Bueno, de todos modos tendría que decirle, según su acuerdo, con mi padre él debía acompañarme a todos lados, todo el santo verano. Mi padre ya sabía de mi ida a la playa, pero Leonardo no. Me levanté de la cama y fui al baño, necesitaba una ducha para olvidar mis pensamientos un rato y para pensar la manera de decirle que íbamos a la playa una semana con mis amigas. No es que estuviera muy feliz de llevarlo, pero… finalmente conocería a mis amigas y mis amigas lo conocerían a él. Ellas estaban más emocionadas por conocerlo que por ir a la playa juntas. Puse mi iPod en las cornetas que tenía en mi baño, ya que desde pequeña me acostumbré a escuchar música mientras me bañaba. Lo dejé en shuffle y que todas las canciones se reprodujeran. Mientras tenía el shampoo en mis manos, mi canción favorita comenzó a sonar y era inevitable para mí no cantarla, como estaba sola en mi baño y en mi habitación, además de que el idiota de Leonardo estaba en el piso de abajo, ¿qué diablos podía pasar? Comencé a cantar con todas mis fuerzas, imaginando que mi micrófono era el shampoo. —When I'm falling down… Will you pick me up again? When I'm too far gone, dead in the eyes of my friends. Will you take me out of here? When I'm staring down the barrel. When I'm blinded by the lights, when I cannot see your face… Take me out of here.. Take me out of here.. Take me out of here.. TAKE ME OUT OF HERE! —como venía la parte instrumental, comencé a saltar y a mover mi cabello mojado por todas partes como si estuviera en un concierto de rock. Aunque no era una canción de rock, si no de electrónica, amaba esa canción, me cambiaba muchísimo el ánimo. Cuando ya habían pasado alrededor de 45 minutos y yo ya estaba lo suficientemente ronca como para no poder hablar por el resto del día, me salí del baño y me tapé con unas toallas, una para el cuerpo, otra para el cabello. Luego de que sequé bien para no mojar el suelo de mi habitación, apagué el ipod y salí a mi habitación. Tenía una sonrisa de oreja a oreja, estaba tranquila, estaba feliz. Cuando me dispuse a abrir la puerta del baño a mi habitación, mi sonrisa se borró instantáneamente. —¿Cómo entraste a mi habitación? —me crucé de brazos. En mi cama, estaba Leonardo acostado cómodamente, con sus dos brazos por debajo de su cabeza, haciendo como si sus manos fuesen alguna almohada. Ya tenía ropa y olía bastante bien, imagino que se había bañado. —Estaba abierta —dijo tranquilo y se levantó de la cama, acercándose a la puerta—. Por cierto, tu padre llamó. Vine a traerte el teléfono, pero estabas cantando en la ducha, así que le dije que todo estaba chévere y que te llamara en la noche. —Imagino que eso acabó de pasar, ¿no? —La llamada no, fue más o menos hace 30 minutos. El concierto… —dejó el final de la oración al aire para que yo sacara mis propias conclusiones. Sentí que mis mejillas se tornaban rojas como el tomate. Nadie me había escuchado cantar en la ducha además de mi padre, cuando me llamaba para que me apurara. —¿Todo este tiempo estuviste aquí? ¿Qué diablos eres, un acosador? —con una mano agarré mi toalla para que no se me cayera y la pena pasara a ser mayor; con la otra tomé una almohada y antes de tirársela, agregó. —Arréglate pronto, iremos a comer —dijo lo más rápido y entendible que pudo, cerrando la puerta detrás de él. Me quedé con ganas de tirarle la almohada pero en cambio, la dejé sobre la cama y me dejé caer sobre ella. Aspiré profundamente. Olía a colonia de hombre. Además de ser hermoso, ¿también tiene que oler bien? "Papá, creí que me querías…" Me levanté de la cama y miré la hora; cuando miré la hora, no evité mirar también la fecha, 12 de Agosto, hoy era el aniversario de la muerte de mi madre. Me había prometido no llorar en esta fecha y mantener una sonrisa a como dé lugar. Me lo había prometido por ella. Por ella. Eran las 12 de la tarde, mi estómago rugía. Bueno, un almuerzo afuera no estaría nada mal. No tenía ganas de cocinar, por lo que aceptaría esa invitación. Me cambié lo más rápido posible, aunque sé que me tardé porque no sabía qué ponerme. Estaba recién depilada, por lo que iba a presumir lo que mejor tenía mi cuerpo, mis piernas. Agarré una falda hasta la cintura y una franelilla unicolor. Tomé un sweater bastante delicado y me puse unas zapatillas. Me paré enfrente del espejo y me quedé viéndome. No me veía nada mal. Sonreí, cerrando mis ojos y recordé cuando mi madre estaba viva. 12 años atrás —¡Mamá mírame! ¿Qué tal me veo? —me paré enfrente del espejo y me quedé viendo. Tenía un vestidito rosa con encaje que mi mamá me había hecho la semana pasada. Mi madre se paró detrás de mí y se puso una mano en la barbilla, como si estuviera inspeccionando, mirándome desde el espejo. Tenía el cabello marrón, sus ojos verdes como los míos, su piel levemente bronceada, era delgada y tenía una sonrisa deslumbrante. —Yo diría que te ves hermosa. —me abrazó y me besó la cabeza. —¿Tú crees? —pregunté, volteándome para mirarla. —Por supuesto que sí, hija. Siempre estás y serás hermosa. Que nadie se atreva a decirte lo contrario porque yo le voy y le doy una lección. —se agachó para estar a mi altura. Yo la abracé rodeando mis brazos por encima de su cuello. Mi madre también me abrazó, riendo. —¿Qué están haciendo mis mujeres? —preguntó mi padre, entrando a mi habitación. —Papi, papi, ¿qué tal me queda este vestido? —le hice una pose. —¿Y a mí? ¿Qué tal me queda el mío? —mi madre me imitó e hizo una pose también para mostrar su vestido. Mi padre rodó los ojos y sonrió por nuestra forma de ser. —Ustedes siempre tan coquetas, ¿nunca cambiarás verdad, Amelia? —se dirigió a mi madre y la abrazó de la cintura, dándole un beso en los labios. Mi madre se rió, correspondiendo el abrazo y el beso. Me encantaba ver a mis padres tan felices juntos. Cuando crezca, quiero ser como ellos. Corrí hacia ellos y los abracé por las piernas. Mi padre soltó a mi mamá y me alzó en brazos. —Y tú, princesa. Te ves igual de hermosa que tu madre —mi padre me dio un beso en la mejilla y me abrazó. Yo también lo abracé, sintiendo también los brazos de mi madre. Los tres nos estábamos abrazando. Éramos tan felices juntos, amaba a mi pequeña familia. La amaba con todo mi ser. ** —Éramos tan felices… —volví a la realidad cuando sentí una lágrima recorrer mi mejilla. Suspiré y mantuve mis ojos cerrados. Una mano se posó en mi hombro y me sobresalté abriendo los ojos de golpe. Leo estaba detrás de mí. —¿Estás bien? —preguntó, noté un toque de preocupación en su voz. —Sí, no te preocupes –me alejé del espejo y de él, limpiándome las lágrimas de los ojos. Tomé mi bolso, saliendo de mi habitación. Sentí los pasos de Leonardo detrás de mí. Respiraba lo más que podía, para poder controlar mis sentimientos. Llegamos a la puerta de entrada principal y apagamos todo. Tomé las llaves de la casa y de mi carro. Mi humor se había apagado un poco, por lo que no decía nada. Me sentía decaída. Miré la foto de mi madre en la entrada y le di un beso, saliendo del departamento, esperando a que Leonardo cerrara la puerta por mí. Respiré profundo varias veces y con bastante disimulo, para que él no se diera cuenta. El camino desde el pasillo hasta el sótano para sacar el carro fue algo callado, ninguno de los dos decía algo, pero notaba la mirada de Leonardo sobre mí cada 3 minutos. Le di las llaves del carro y me monté en el asiento del copiloto, realmente no tenía ganas de manejar, además de que no tenía ni idea de hacia dónde íbamos. Noté que él todavía no se había montado en el carro. Me di cuenta que estaba de mi lado del carro. Abrí la puerta y él se me quedó mirando con una ceja encarnada. —¿Qué estás haciendo, Miranda? —dijo, apoyándose de la puerta. Lo miré, confundida. —¿Cómo que qué hago? Dijiste que iríamos a almorzar o algo —dije inocente, no sabía a lo que se refería. —No vamos a ir en tu carro, vamos en el mío —me devolvió las llaves y esperó a que yo saliera, sosteniendo la puerta de mi asiento. —¿Qué? ¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo mi carro? —me crucé de brazos y me planté en el asiento. Ya había vuelto a la realidad. Leonardo se rió de mi pregunta y me sonrió divertido. —Sólo míralo. Es de niña, no manejaré eso —señaló mi carro burlándose de él. Lo miré de forma asesina y me levanté del asiento a regañadientes. Me acerqué a él y le susurré. —Bien, pero me las vas a pagar —como sospeché, Leonardo no se vio ni un poquito intimidado por mí, pero de que me las iba a pagar, lo iba a hacer. Él se rió de mí y se relamió los labios de una manera tan sensual, que me provocó besarlo. No lo iba a hacer, claro que no. Pero, si hubiese sido otra persona, podría haberlo pensado dos veces. Estaba jodida.
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