Él sonreía con picardía y mi corazón latía igual que un tambor.
Cuando llegamos a la cocina, prendí la luz y fui por inercia a buscar el tazón donde me acordaba lo había puesto, pero cuando abrí el estante, no estaba.
Miré a Leonardo sospechosamente y él me sonreía inocente.
Comencé a buscar el tazón con las demás galletas por todos los estantes, hasta que vi que estaba en el estante más alto de la cocina. Me rasqué la cabeza en forma de confusión, no recordaba haberlo puesto tan lejos.
Me estiré lo más que pude, hasta me puse de puntillas para intentar alcanzarlo, pero no logré nada más que una risa masculina rompiera el silencio de la cocina.
—De acuerdo, ahí están las galletas. No te las comas todas. —me volteé para enfrentarlo y él se acercó hacia mí, agarrando las galletas fácilmente.
Colocó el tazón en la mesa y agarró una, probándola.
—¿Las hiciste tú, en serio?
—Sí, con mis amigas. ¿Por qué preguntas? —me acerqué y también tomé una galleta, dándole un mordisco.
—Porque están deliciosas. Mis felicidades a las chefs —Leo se apoyó en contra de la mesa y siguió comiendo la galleta, sonriéndome.
Yo no evité sonreírle y reír levemente.
— Gracias, Leonardo — quizá este era el momento perfecto para invitarlo a la playa, ¿no? Quiero decir, oficialmente—. Oye, hay algo que he querido decirte desde hace un par de días —bajé la mirada hacia la galleta que tenía en las manos, sólo para no enfrentarme con sus ojos grises.
—¿Sí? —me preguntó interesado.
—Ehmm.. sucede que el viernes iré a la playa con mis amigas por una semana, ¿quieres venir conmigo? —levanté la mirada vacilante.
Me sentía nerviosa y no sabía por qué.
Simplemente lo estaba invitando para que no fuera como un colado en la fiesta y mucho menos a la casa de una de mis amigas. No es que lo estuviese invitando como mi cita y mucho menos.
"¿Qué pasa, Miranda? Te prometiste no mostrarte de esta forma a ningún otro hombre, más nunca".
—Imagino que igual sabes que hubiera ido, ¿verdad? —Leonardo se inclinó ligeramente hacia mí, con su sonrisa cautivadora.
Yo levanté levemente la cabeza y estábamos a escasos centímetros. Mis mejillas se ruborizaron y yo me moví hacia otro lado, escapando.
—Sí, pero quería invitarte formalmente. Para que no llegaras como un intruso o algo por el estilo —dije, intentando sonar lo más tranquila posible.
Bajé nuevamente mi vista hacia la galleta, que todavía no terminaba de comer.
Sentí la mano de Leonardo quitarme la galleta y dejarla en el tazón con las demás.
Se acercó a mí y me levantó el mentón con su mano, suavemente. Sus ojos estaban más cautivantes que otras veces, intenté no mirarlo mucho a los ojos, pero me fue imposible, pues me quedé paralizada sin poder dejar de mirarlo.
—Gracias por invitarme, con gusto te acompañaré —mi corazón latía fuerte y lo sentía en mi garganta.
Leonardo se acercaba cada vez más, nuestras respiraciones se entrelazaban, estábamos a punto de besarnos, cuando la puerta de mi habitación se abrió y salieron mis amigas, llamándome.
Él y yo nos separamos rápidamente, ya que ellas nos podían ver desde el piso de arriba, por la ventana de la cocina. Yo lo miré unos instantes antes de irme de la cocina y él me miró algo… ¿decepcionado? Nah, quizá esté alucinando.
Corrí hasta la habitación y dejé que ambas entraran para entrar después, cerrando lentamente la puerta detrás de mí.
Como era de esperarse, mis amigas me hicieron muchos interrogatorios de por qué había tardado tanto, yo evadí como pude la mayoría de las preguntas, sólo para dejarlas conformes y que a mí me dejaran en paz. Ya después de un largo rato, ambas quedaron dormidas en sus propias colchonetas y yo me quedé en mi cama, mirando el techo.
¿Cómo es posible que ese idiota me hiciera sentir que vomitaré el corazón en cualquier momento? ¿Qué rayos tiene para hacerme ese tipo de cosas?
¡Ahhhgg!
Pataleé porque me sentía frustrada, que un simple fulano llegó a arruinar mis vacaciones sola, provocándome con sus ojos grises o esa sonrisa, que haría que muchas tuvieran el deseo de acostarse con él.
Me levanté de la cama sin hacer mucho ruido.
Agarré un sweater que tenía detrás de la puerta del armario y me lo puse, tapándome prácticamente todo el tronco de mi cuerpo. Cambié el short que tenía por un pantalón de dormir largo y salí de mi habitación lo más sigilosamente posible.
Algo que no le había dicho a Leonardo, era que al estar en el último piso de aquel edificio, teníamos un ático que nos llevaba a una hermosa terraza.
Me acerqué a una puerta que conducía a unas escaleras, las cuales me llevaban a mi destino.
Cuando abrí la puerta, un aire frío me recibió, menos mal llevaba el sweater y el pantalón largo. Miré la hermosa ciudad que tenía enfrente y me senté en una de las sillas que había en esa terraza.
Era bastante sencilla, tenía un borde que me llegaba más o menos al pecho y era de cemento. Había una lámpara que mi padre había comprado, tenía unas sillas, una mesa en medio y también había una alfombra.
Mi padre dejó un espacio ya que quería comprar un jacuzzi. Extravagante, lo sé, pero así era él; extravagante hasta decir basta.
Teníamos ese apartamento gracias a que mi madre no lo dejó comprar una casa en la cima de un volcán inactivo o algo por el estilo.
Suspiré audiblemente, ahí no tenía miedo de que alguien me escuchara o algo, estaba completamente sola y se sentía bien.
Desde que mi madre murió, ese era mi lugar para pensar en las noches. Cada vez que mi padre iba a dormir, yo subía a tardes horas de la noche y me ponía a ver la ciudad o a admirar las pocas estrellas que uno podía ver, por la luz de los edificios. Aunque nunca había subido a las 3am a la azotea, se sentía bien.
—¿Qué haces despierta a esta hora? —escuché detrás de mí.
Eso me había dado un susto tremendo, di un fuerte grito además de saltar. Nunca me había asustado de esa manera, sentía la adrenalina recorrer mis venas.
—¿Cuál es tu maldito problema? ¿Qué pasaría si me hubiera dado un infarto, ah? —estaba molesta, ¿qué le pasaba? Casi me muero de un infarto en serio.
Leonardo se carcajeaba entrecortado, pues intentaba disimularlo lo más que podía.
Yo lo miré asesinamente, mientras él se bajaba ágilmente de un pequeño techo que había sobre la azotea. Me volteé molesta, admirando nuevamente la ciudad delante de mí.
—Ya, ya, lo siento, no fue mi intención —la voz de Leonardo escuchaba a mi lado, hizo lo mismo que yo y apoyó sus brazos sobre el muro.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—15 minutos más que tú.
—Ya veo, ¿cómo descubriste este lugar? —lo miré acusadora y me puse de lado para enfrentarlo.
—No fue difícil, seguí las escaleras al final del pasillo —desvió su mirada hacia mí y después, volvió su mirada hacia el horizonte—. ¿No puedes dormir?
—No, no sé por qué. No me llega el sueño. Siempre que esto me pasa, vengo para acá y pienso. ¿Tú por qué viniste?
—Lo mismo, pienso.
—¿En qué piensas? —pregunté interesada.
Esperaba que respondiera, finalmente podría aprender un poco sobre mi “guardaespaldas” ya había pasado más de un mes y no sabía absolutamente nada de él, que al contrario de mí, él lo sabía prácticamente todo.
Se quedó unos segundos callado, pensé que no iba a responderme y se iría o algo por el estilo. Odiaba que me evadieran las preguntas, claro yo también lo hacía y no tenía moral para odiarlas, pero lo hacía.
—De todo un poco —dijo finalmente.
Si creía que me quedaría con esa, estaba equivocado.
—¿Qué es para ti “todo un poco”? —insistí.
—No lo sé, el trabajo, la universidad, mi familia, mis padres… tú —sentí una punzada fuerte en mi pecho, ¿había dicho que pensaba en mí?
Una pequeña sonrisa se me escapó de mis labios. Intenté enfocarme en lo otro que había dicho, para no parecer ilusionada.
—Háblame de tu carrera, ¿qué estudias?
—Ingeniería Biomédica.
—Wow, ingeniería —dije, verdaderamente impresionada.
—¿Qué tiene de malo?
—No, nada, sólo que es extraño —me miró divertido, pero sin entender—. Mi niñero estudia ingeniería y debe trabajar de nanny.
No pude evitar reírme, pues había hecho muy buena la broma, además de que Leonardo me miró feo unos instantes.
—Creí que ya habíamos hablado de esto, no soy tu niñero. Y sí, entérate que no todos nacemos con un papá ejecutivo que puede pagarte la universidad —dijo acusador.
—Muy gracioso, pero te tengo un dato. Mi padre no me pagó mi universidad. La beca académica sí. —presumí con orgullo mi beca, me había costado pero lo había logrado, había conseguido mi beca académica por mis propios esfuerzos.
—Ya veo, felicidades. Yo también me gané mi carrera mediante beca, presumida —sonrió con superioridad y se comenzó a alejar de mí, con intenciones de adentrarse a la casa. Antes de entrar, se devolvió hacia mí y me miró pícaramente. Diablos, había ido muy bien la conversación para ser verdad. — ¿Puedo decirte un pequeño secretito?
Levanté una ceja con desconfianza y asentí una vez.
Leonardo acercó su rostro más al mío, haciendo que todos mis músculos se tensaran. Acercó sus labios a mi oído y comenzó a hablar seductoramente, rozando sus labios por mi oreja.
—Cuando te vi en aquel pijama, deseé con muchas fuerzas que tus amigas no estuvieran en casa —me mordí con fuerza el labio inferior y sentí de repente sus manos en mis nalgas.
Lo empujé por inercia y él se rió por mi reacción.
—¡¿Por qué rayos haces esto?! —pregunté bastante furiosa, pegándole con ambas manos lo más fuerte posible.
Él lo único que hacía, era reírse divertido.
—Porque es divertido. Me dan risa tus reacciones. ¡Oh, mira! —señaló detrás de mí.
Yo inocentemente me volteé y no supe qué mirar, por lo que me volteé de nuevo para decirle lo imbécil que era, cuando sentí sus labios contra los míos por unos breves instantes.
Me sonrió y escapó de lo que quería decirle.
Me rocé los labios donde él me había tocado con sus labios y me quedé mirando la puerta por donde había desaparecido.
Estoy segura de que eso no lo soñé.