Capítulo 3

2260 Words
La cena transcurrió entre charlas de negocios y vino mendocino. Definitivamente las viñas de Juan Pedro estaban dando un muy buen producto y ellos podían degustarlo tranquilamente durante la cena.  Camila se sentía un tanto perdida entre las palabras de aquellos dos hombres que no le prestaban ni una pizca de atención a ella o a su madre. Realmente la muchacha desconocía todo lo relacionado a la tierra y el campo y jamás se imaginó que para hacer un poco de vino se necesitara tanto estudio del clima como del suelo.  —Se nota aburrida— dijo Juan llamando su atención. A Camila no le pasó por alto el tono cargado de burla. —No es un tema del que pueda opinar, señor, por lo que, a diferencia de usted, cuando no sé qué decir sobre algo porque desconozco completamente el asunto, prefiero guardar silencio — Claramente pudieron sentir el jadeo de su madre, impactada por tan descortés respuesta de su hija hacia ese respetable señor. —¿Y cuándo he caído en tan horrible práctica? — cuestionó Juan —. No lo recuerdo pero, al parecer, usted sí — finalizó sonriendo con total satisfacción. —Recuerdo muy bien cuando quiso opinar sobre aquellos bordados en casa de la señorita Sofía. No creo que un hombre de su importancia y ocupación, conozca sobre el tema — respondió devolviendo la sonrisa. Sí, Juan se acordaba de aquella disputa que en realidad comenzó con bordados y terminó con ella cuestionando que sería mejor levantar un lugar donde mujeres con buenas habilidades para tal tarea realizaran dicho trabajo a cambio de una buena paga, así,  esas mujeres tendrían un ingreso y al resto las librarían de tan fastidiosa faena. —Creo que usted opinó algo como — Realizó una pausa, como si estuviera recordando cómo fueron exactamente aquellos eventos —. Sí, ya vino a mi memoria su expresión — Camila aguardó por la primera estocada de su oponente —. Dijo que si yo era un hombre lo suficientemente inteligente habría notado que tal tarea la realizan mucha veces las muchachas de la casa en nombre de la patrona, para que ésta no quede en ridículo frente a la sociedad, aunque consideró de, diré, poco inteligente, así no ofendo susceptibilidades, el pensar que una muchacha vale más si tiene habilidades como el bordado a que si carece de ellas. —¡Camila! — exclamó su madre al saber el tono con el que, seguro, su hija se había manejado en aquella conversación.  —Creo que el señor me comprendió mal, madre — respondió ella clavando sus ojos en aquel hombre que sonreía satisfecho —. Dije que hay señoritas de muy buena cuna que no bordan tan bien como otras y que no se las debería juzgar por aquello. El resto lo agregó el señor, imagino que para sazonar dicha conversación.  —¡Camila! — volvió a exclamar su madre al notar que tildaba de mentiroso al respetable señor Rodríguez. —No se preocupe, señora Olazabal, puede ser que confunda lo que dijo ella con alguna conversación que tuve con mi querida amiga Sofía — excusó el morocho. Camila simplemente lo fulminó con la mirada antes de volver a comer. —No crea que nuestra Camila siempre es así. Ella debe estar cansada — intentó explicar su madre completamente alterada por el accionar de su hija. ¡Tanto tiempo invertido en su educación para que tire por la borda una excelente oportunidad con tan renombrado caballero! —Creo que siempre es así conmigo — pinchó aún más, logrando que ella lo volviera a mirar con las mejillas encendidas de furia —, pero ya nos hemos acostumbrado a nuestra relación. ¿Verdad, señorita? —Sofía es una buena amiga y jamás me llevaría mal con alguien a quien ella aprecia — respondió sonriendo forzadamente—, aunque no entienda el porqué de tanto estima — agregó en un murmullo que hizo reír a Juan. —Volviendo al asunto de las tierras para plantar oliva — retomó el padre aquella conversación para sacar del medio todo el asunto recién vivido. La madre de Camila no podía dar crédito al comportamiento de su hija y le dedicó una buena cantidad de minutos al regaño que dejó caer sobre la muchacha y su institutriz por dejarla sin vigilancia durante las visitas a la casa de los Ocampo. Sucede que Magdalena, tan sociable como era, se había ido a la cocina de los Ocampo a conversar con Clara y el resto, aquel día en que se desarrolló tan escandalosa conversación, pensando que solo estarían las niñas en aquel salón. Nunca supo que Juan generalmente entraba allí y se quedaba buena parte de la tarde conversando con las tres amigas.  —Nana no sabía, no la regañes a ella — interrumpió la cantaleta de su madre —. Yo fui quien no dijo nada. Te aseguro que no volverá a pasar — dijo sabiendo que mentía descaradamente.  —Camila debés cuidar tu imagen. Nadie querrá… —Ya lo sé, madre. Debo ser buena niña y conseguir un buen esposo. Lo sé — aseguró fastidiada. —Si lo sabés, ¿por qué seguís desperdiciando tantas buenas oportunidades con el señor Rodríguez? Es un excelente partido y vos… vos simplemente respondés como lo hiciste en la cena — susurró sabiendo que los hombres aún bebían en el saloncito del café.  —No volverá a pasar— dijo cruzándose de brazos, sin siquiera mirar a la mujer. —Y más te vale que sea así— sentenció apuntándola con el dedo índice. —¿Puedo ir a descansar? —Andá. Que descanses bien — deseó maternalmente antes de darle un suave beso en la frente. Camila aceptó el gesto y salió dispuesta a marchar directo a su habitación.  —Señorita — escuchó a su espalda y se tragó el gruñido que escalaba por la garganta al reconocer aquella grave voz. Plantó su mejor sonrisa y se giró para enfrentarlo. —Señor Rodríguez — dijo —, pensé que aún estaba en el saloncito, o mejor aún, que ya se había marchado. —Tan sutil como siempre — rió él —. Estaba de salida — explicó sonriente —. Quiero agradecerle la hermosa compañía y espero repetir tan… encantador debate. Su madre quedará encantada al saber las formas tan propias de una dama que tiene su hija. —Sepa — murmuró fastidiada mientras se acercaba a él y lo apuntaba con su dedo —, señor, que no desperdicio mi buena educación con quien no lo vale — Y finalizó la frase apoyando su dedo en el amplio pecho de Juan. Él bajó la mirada para sostenerle a Camila el aire de desafío que bailaba entre ellos.  —Sepa, señorita — susurró él inclinándose levemente hacia la mujer —, que me agrada más cuando no es educada conmigo. Se quedaron unos instantes en silencio, manteniendo la mirada en el rival mientras el aire se espesaba a su alrededor. Camila podía sentir la respiración del hombre en la punta del dedo y Juan, ¡Oh, Juan estaba alucinando por esos ojos brillantes de furia! —Un placer, como siempre, hablar con usted — susurró grave antes de separarse y dejar que ambos respiraran con normalidad. —Me encantaría decir lo mismo — respondió insultándose en su cabeza por no poder mantener la boca cerrada aunque sea una vez. Juan salió de allí con energías renovadas. El discutir con Camila, el ver lo adorable que resultaba fastidiada, el haberla tenido a tan pocos centímetros que podía oler su aroma frutal, el dedo que clavó en su pecho y aún podía sentir claramente, todo, absolutamente todo, le había fascinado a niveles increíbles. —Dios, Juan Pedro, mejor te controlás— se regañó con una sonrisa risa dibujada en los labios. --------------- El club de campo era uno de los peores lugares a los que se veía obligada a asistir, pero no podía negarse luego del mal comportamiento que había tenido la noche anterior. Su madre se negó a que ella se quedara sola en casa, lejos de su mirada vigilante, asique allí se encontraba, descendiendo del carruaje para entrar en ese enorme edificio donde lo mejor de la sociedad mendocina pasaba las aburridas tardes de invierno. No caminaron ni dos pasos cuando su madre ya se disponía a presentarle a diferentes caballeros que se encontraban en el lugar. Pasó de la mayoría de ellos y solo prestó atención a uno. Un imponente hombre de cabello oscuro y ojos grises que hablaba demasiado serio con el primo de Sofía. Ella odiaba a Carlos y estaba segura que aquel otro sujeto debía ser tan desagradable como su interlocutor, pero así y todo decidió caminar hacia ellos y saludar. —Señor Miranda — dijo en cuanto se plantó frente a Carlos. Éste la miró un tanto extrañado por tan repentina simpatía, pero devolvió el saludo educadamente. —Señorita Olazabal, un gusto verla. Le presento al señor Vicente Olavarría, acaba de llegar de Europa. Señor, ella es la única hija de Olazabal y amiga de mi prima también — Y a Camila le pareció ver un cambio muy sutil en los ojos del hombre que luego de unos segundos se volvió a ocultar detrás de esa fría máscara.  —Un gusto, señorita — respondió Vicente apenas inclinándose a modo de reverencia —. Carlos, ¿habrá alguna carta de puros para elegir? — preguntó el morocho.  Carlos asintió y se dispuso a ir en busca de tal carta. Él no pensaba dejar pasar la oportunidad para agradar al sujeto que le sacaría de una vez por todas a su estúpida prima de encima. —¿Es europeo? — preguntó ella realmente curiosa. —Mi familia es de España — se limitó a responder, casi sin mirarla por controlar los movimientos del otro sujeto. En cuanto Carlos estuvo fuera de su visión el morocho se relajó notablemente—. ¿Hace mucho es amiga de Sofía? — preguntó ablandando sus facciones. A Camila le llevó un momento acostumbrarse a tan repentino cambio, pero finalmente sonrió antes de responder. —En realidad no demasiado. Con mi familia hemos llegado hace unos años desde Tucumán, mi padre tiene tierras y negocios allá. En una de las tantas reuniones nos conocimos y, junto con Esther, levantamos la escuelita. ¿Ha oído hablar de ella? — preguntó sonriente. —Sí, por supuesto. Los pequeños podrán aprender a leer, eso me resulta… encantador — dijo él con la mirada fija en el lugar por el que volvería a aparecer Carlos. —Es un gran proyecto al que varios se oponen, pero hemos tenido apoyo de unas cuantas personas para poder continuar — explicó observando ella también aquel sitio que el morocho custodiaba. Algo allí estaba pasando entre esos dos hombres y, no sabía por qué, le resultaba estimulante querer descubrir de qué venía el asunto. —Me alegra saber que hay personas dispuestas a mirar más allá de sus propios lujos para tenderle una mano a los que menos tienen — respondió él mirándola de frente y sonriendo con sinceridad. —Creo que esas palabras a veces no definen a todas las señoritas de buena cuna — La voz de Juan le llegó desde atrás. ¿En serio ese hombre iba a aparecer en todos lados? Dispuesta a pelear, como cada vez que se encontraban, giró sobre sus talones para encarar al insolente hombre que no la dejaba en paz. Sin embargo no pudo decir nada al ver cómo Juan Pedro tenía sus oscuros ojos clavados en el hombre con el que ella conversaba. Parecía que había cierta tensión entre ellos que no podía descifrar, tal vez algún asunto del pasado que desconocía por completo, no lo sabía ahora y le resultaba más estimulante aún dar con tales razones por las que Juan Pedro repentinamente pareciera dispuesto a asesinar a aquel sujeto del que ella poco conocía. —Señor Rodríguez — saludó Camila tratando de cortar el mal momento —, parece que ya conoce al señor Olavarría — dijo señalando con la mano al hombre. —He escuchado de él pero no había tenido el placer aún— respondió extendiendo la mano hacia el sujeto en cuestión, con la mirada desafiante en alto y dando un paso por delante de Camila, haciendo que de esa forma ella quedara un poco oculta por su alto cuerpo. —Un gusto— saludó fríamente Vicente, tomando la mano de Juan y apretando con fuerza para demostrar su potencial. —Le comentaba al señor sobre nuestra escuela — interrumpió la muchacha aquel duelo de miradas.  —Siempre ha sido un placer ayudar en aquella causa. Ahora, señorita Olazabal, su madre la buscaba en la sala de té— indicó sin mirarla, sin despegar la vista de Olavarría. —Oh, bien, entonces me despido. Que tengan buena tarde — saludó inclinándose antes de partir. —No mires en su dirección— sentenció Juan señalando al hombre, sin apartar la desafiante mirada de sus ojos grises y apretando la mandíbula.  —Sabés que no es ella quien me interesa — desafío aún más el morocho. Juan se tragó el insulto y salió disparado hacia el exterior, si se quedaba un segundo más allí terminaría causando un alboroto. Cada una de sus células le pedía golpear al sujeto con el que Camila hablaba tan amistosamente. No, a él jamás le sonrió así, pero ahí estaba, con un completo extraño siendo increíblemente encantadora. ¡Dios, necesitaba algo de beber!
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